Capítulo treinta y dos

Matteo no dudó. Dio varios pasos largos y dejó que ella le metiera la cuchara en la boca. Cerró los ojos mientras su lengua recorría su labio para saborear la salsa que había quedado allí.

Asintió una vez. —Está buena.

—Le falta algo, ¿verdad?

—¿Puedo? —preguntó. Ella asintió.

Se acercó al horno...

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