Deja que te lo lleve

El zumbido de los neumáticos aún vivía en sus huesos. Veinte años habían pasado, y todavía podía escucharlo. El asiento trasero del sedán de su padre olía a pulidor de cuero y perfume rancio, su mejilla pegada a la ventana mientras el desierto pasaba borroso.

—Eres afortunada, Lolana —había dicho...

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