Capítulo 1

Capítulo 1.

No sé en qué estaba pensando cuando mi amiga Diana me arrastró a ese edificio sombrío.

—Te juro que es un sitio en donde hombres te ofrecen favores, ya sabes... subidos de tono—me alienta a entrar tomando mi mano y tira de mí.

—No deja de estar mal. Es horrible lo que me cuentas Diana.

—No es como tú lo piensas, Alessia —pone los ojos en blanco—. Ellos quieren estar allí.

—Sí, claro.

—Solo te darás cuenta cuando estemos dentro. Vamos.

Vuelve a tirar de mí y esta vez me introduce en el edificio más desolado de la ciudad. Entro con el corazón en la boca al ver cómo hay un recepcionista esperando al final del recibidor. Está tecleando algo en su ordenador cuando levanta la vista y sonríe.

El recepcionista, con su sonrisa amable pero un tanto misteriosa, nos observa mientras nos acercamos. Sus ojos parecen esconder secretos que no puedo descifrar, y su presencia añade un aire de intriga al ya sombrío ambiente del lugar.

Diana me da un codazo juguetón y me murmura al oído: "Relájate, Alessia. Esto no es tan malo como parece". Pero no puedo evitar sentir un escalofrío recorrer mi espalda mientras cruzamos el umbral de la recepción.

El hombre detrás del mostrador nos saluda con una voz suave y melodiosa.

—Bienvenidas, señoritas. ¿En qué puedo ayudarlas hoy? — Su tono es educado, pero hay algo en su mirada que me hace sentir incómoda, como si supiera algo que yo no.

Trago saliva nerviosamente antes de responder.

—Estamos... uh, buscando información sobre... um, oportunidades laborales— balbuceo la palabra clave que mi amiga me pide que diga mientras estoy luchando por mantener la compostura.

El recepcionista asiente con comprensión.

—Por supuesto, puedo ayudarlas con eso. Por favor, síganme.

Se levanta de su silla y nos conduce por un pasillo oscuro, iluminado apenas por la tenue luz de los fluorescentes parpadeantes.

Mientras avanzamos por el laberinto de pasillos, me pregunto qué nos espera al final de este extraño viaje. La curiosidad lucha con el miedo en mi interior, y me pregunto si alguna vez podré mirar hacia atrás y reírme de esta loca aventura, o si nos estamos adentrando en un peligro del que no podremos escapar.

—Vera, mi amiga tiene veinticinco años y es un tanto inexperta en todo esto —le informa Diana al recepcionista y yo le doy un codazo como represaría.

—Las chicas que son inexpertas sexualmente visitan este sitio muy amenudo —nos dice el chico, con una sonrisa en los labios.

—Por favor, dígame que nadie está aquí en contra de su voluntad —entonces le digo, algo temerosa.

El recepcionista sostiene mi mirada por un momento antes de responder con calma:

—Puedo asegurarles que todos los que están aquí lo hacen por su propia elección. Nuestra prioridad es garantizar la comodidad y seguridad de nuestros visitantes ¿Eres hetero?

—Sí—titubeo.

Aunque sus palabras intentan tranquilizarme, sigo sintiendo una inquietud en lo más profundo de mi ser. ¿Realmente puedo confiar en las palabras de este extraño? ¿O estamos a punto de adentrarnos en un mundo del que no podremos escapar?

Diana parece imperturbable, pero sé que comparte mi preocupación. Nuestras miradas se cruzan en silenciosa complicidad, recordándonos mutuamente que estamos juntas en esto, pase lo que pase.

Antes de que pueda decir algo más, el recepcionista nos indica que lo sigamos. Nos adentramos aún más en el oscuro interior del edificio, dejando atrás la seguridad relativa del recibidor y enfrentándonos a lo desconocido con corazones temblorosos pero determinados.

Todas las puertas tienen una fotografía del rostro de un hombre distinto pegadas en ella, como si detrás de ellas, estuviera el mismo modelo esperándote para hacerte la cosa más íntima que exista. No sé dónde estoy, pero el simple hecho de estar aquí me hace sentir sucia.

—Creo que detrás de esta puerta se encuentra el chico que puede cumplir tus fantasías sexuales —me dice el recepcionista, en cuanto se frena ante una que no tiene fotografía.

Diana me mira, con una sonrisa entusiasta en sus labios y me frota el brazo, como si fuera ella quien estuviera a punto de perder su virginidad.

El recepcionista golpea dos veces la puerta, notificando nuestra presencia.

Quien quiera que sea le quita el cerrojo sin decir una sola palabra.

—Dile hola a la vida, amiga—me dice Daria, en cuanto entro a la habitación con mis manos aferradas al morral de mi bolso.

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