Capítulo 2

Capítulo 2.

La habitación me recibió con su penumbra misteriosa, apenas iluminada por la tenue luz que se colaba entre las cortinas entreabiertas. Cada sombra parecía tener vida propia, bailando en la oscuridad y ocultando secretos que temía descubrir.

Con paso vacilante, crucé el umbral, sintiendo el peso del desconocido sobre mis hombros mientras me adentraba en la habitación. Una figura apenas distinguible reposaba en uno de los sofás, su presencia apenas perceptible en la semioscuridad.

A medida que me acercaba, pude distinguir los rasgos de un hombre grandote, con las piernas entreabiertas y una camisa blanca desabotonada que revelaba sus definidos abdominales bronceados. Su cabello rubio, alborotado y un tanto salvaje, agregaba un aire de rebeldía a su apariencia imponente.

Sus ojos azules intensos me observaban con atención mientras se mecía en el sofá, emanando una confianza serena y una presencia dominante. El humo de su cigarrillo se elevaba en espirales, añadiendo un toque de misterio a su aura ya intrigante.

Sin una palabra, tomé asiento frente a él, sintiendo la intensidad de su mirada sobre mí.

La tensión en el aire era palpable, cargada de anticipación y expectativa mientras esperaba que él rompiera el silencio. Estaba bebiendo lo que parecía whisky en un pequeño vaso de vidrio, sus ojos azules intensos fijos en mí.

Detrás de él, se alzaban unas imponentes cortinas rojas, como si ocultaran secretos aún más profundos en la oscuridad.

De lo nerviosa que estaba, me refugié en el silencio mientras él me observaba, sin expresión alguna de arriba a abajo. Cada segundo que pasaba se sentía como una eternidad, y mi mente daba vueltas tratando de descifrar sus pensamientos.

Mierda, que atractivo que es. ¿Por qué no me dice nada? ¿O soy yo la que debe hablar? Te odio, Diana.

Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el hombre se inclinó hacia adelante, depositando el vaso en una mesita auxiliar cercana. Sus ojos azules brillaban con una intensidad cautivadora mientras hablaba, rompiendo finalmente el tenso silencio que nos había envuelto.

—Tú no quieres estar aquí —rechistó, su voz profunda y resonante envió un escalofrío por mi espina dorsal mientras sus palabras resonaban en la habitación.

Dios, que pedazo de voz.

Aprieto aún más el morral de mi bolso, sintiendo cómo mis manos se aferran a él en busca de algo de seguridad en medio de la incertidumbre.

—Mi amiga me ha obligado a empezar experiencias sexuales con un extraño para dejar de esperar al amor verdadero —confesé, sintiéndome estúpida por admitirlo en voz alta.

La verdad salió de mí como un susurro, cargada de vergüenza y vulnerabilidad.

—¿Cuántos años tienes? —me preguntó entonces.

—Veinticinco —respondí, sintiendo el peso de cada año de mi vida sobre mis hombros en ese momento.

Esbozó una media sonrisa, rompiendo aquel gesto de hielo que llevaba hasta segundos.

—Eres perseverante —concluyó, sus palabras resonando en el aire con un tono que era difícil de descifrar, lleno de matices que me dejaban preguntándome qué pensaba realmente de mí.

—Me aferro a mis creencias —respondí con determinación, tratando de mantener la compostura ante su mirada penetrante.

Pero él parecía estar burlándose de mí, y esa chispa de desdén en sus ojos solo avivaba mi irritación.

—Tus creencias harán que no experimentes el sexo —agregó con una sonrisa socarrona, como si estuviera disfrutando de la incomodidad que estaba provocando en mí.

La palabra "sexo" saliendo de su boca hizo que mis partes íntimas se contrajeran involuntariamente. Maldición. Era demasiado atractivo, y aunque sus palabras me irritaban, su presencia tenía un efecto perturbador en mí.

Incluso podría decir la palabra "mierda" y me excitaría solo escucharla de su boca.

—¿Puedo preguntarte qué es lo que esperas de un hombre para que cumpla tus expectativas y te haga tener un orgasmo? —me pregunta, en un tono burlón.

Su pregunta me tomó por sorpresa, dejándome sin aliento por un momento. La audacia de sus palabras me hizo ruborizarme, pero también despertó una curiosidad insaciable dentro de mí.

Tragué saliva, luchando por mantener la compostura frente a su mirada penetrante. ¿Qué esperaba yo de un hombre? ¿Qué podía decirle sin sentirme completamente expuesta?

—Espero... conexión. Intimidad. Pasión... —respondí, con la voz apenas un susurro, sintiendo cómo la tensión entre nosotros se volvía casi palpable.

Él arqueó una ceja, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad. Su sonrisa burlona me recordó que estaba tratando con un hombre que no tenía miedo de desafiar los límites.

—Interesante... —murmuró, y su mirada intensa parecía atravesarme, como si estuviera leyendo mis pensamientos más profundos—¿Cuántas películas románticas y libros eróticos te han comido la cabeza para hacer que tus expectativas estén por las nubes?

Me puse de pie, sintiendo la rabia y la humillación ardiendo en mi pecho. Este cabrón solo estaba jugando conmigo, burlándose de mis sueños y deseos.

—Falta que me digas ingenua para que cruce esa puerta —escupí, furiosa, mis palabras resonando en la habitación con una intensidad que apenas podía contener.

Él se recostó contra el respaldo del sofá, su mirada fija en mí mientras daba una calada de su cigarrillo. Aún seguía inspeccionándome, como si estuviera evaluando cada parte de mí con un ojo crítico y despiadado.

—Si cruzas esa puerta, tu amiga te seguirá jodiendo para que folles.

—Puedo correr ese riesgo.

—O —se pone de pie y camina hacia mí a paso tranquilo—puedes empezar a gemir para hacerle creer que te estoy desvirgando.

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