Capítulo 4 NUEVO CEO
Capítulo 4
Los días pasaron y, aunque Lorena no podía decir que su matrimonio estaba resuelto, sí sentía cambios. Julián era más atento, más cariñoso. Tenían sexo con más frecuencia. Él se esforzaba por complacerla, hablaban de lo que les gustaba, de lo que querían probar. Era como si algo se hubiera despertado en él.
Pero Lorena cargaba con una verdad incómoda: desde que estuvo con Patrick, no había vuelto a tener un orgasmo real con su esposo. Cerraba los ojos, se concentraba, hasta intentaba masturbarse en medio del acto para estimularse más. Nada funcionaba. Julián podía poner todo de su parte, pero su cuerpo no respondía como antes.
Una noche, mientras él dormía, Lorena tomó su laptop. Abrió el navegador y comenzó a escribir “Patrick S…” pero se detuvo. Cerró la pantalla y la dejó a un lado. Joanne había sido clara: ese tipo de encuentros eran de una sola noche. Si se cruzaban sentimientos, el riesgo era real. Y Lorena lo sentía. Patrick no había sido solo una fantasía. Fue una experiencia que le dejó marcada la piel y el alma.
Ella no se consideraba una mujer mojigata. Usaba lo que quería, disfrutaba el sexo, incluso había tenido fantasías atrevidas. Pero nunca pensó en ser infiel.
Lo que ocurrió aquella noche había sido consensuado, acordado. Aun así, ahora que no podía dejar de pensar en otro hombre, se sentía sucia. En la ducha, empezó a masturbarse cada mañana, cerrando los ojos y reviviendo esa noche. Su olor, su cuerpo, su forma de besarla, de dominarla.
Una tarde, mientras cocinaba, Julián llegó antes de lo habitual. Sin decir palabra, la tomó de la cintura y la besó. Ella lo miró, se quitó el delantal y lo llevó al sofá. Lo montó allí mismo, sin quitarle del todo la ropa. Él la miraba sorprendido. No era la Lorena de siempre, era otra mujer, más intensa, más caliente.
—¿Qué te pasa? —preguntó él mientras la penetraba.
—Te deseo... eso es todo —murmuró ella al oído.
El cambio en su actitud encendió a Julián. Más tarde, mientras cenaban, él no pudo evitar hablar.
—¿Qué opinas si lo intentamos otra vez?
—¿El club? —preguntó Lorena, fingiendo sorpresa.
—Sí. Esta vez lo manejaríamos mejor. Ya sabemos cómo funciona. Creo que nos ayudó.
Él la besó en el hombro. Ella no respondió de inmediato. Miraba el fuego de la chimenea, pensativa.
—Yo creo que con una vez fue suficiente —dijo al fin—. Mejor pensemos en dar otro paso.
—¿Cuál? —preguntó Julián.
Lorena se acercó a él. Lo besó despacio en la boca y luego en el cuello.
—Quiero que tengamos un hijo.
Julián la miró, emocionado. La abrazó fuerte. Llevaba tiempo esperando que ella diera ese paso. Sentía que un hijo devolvería el equilibrio al hogar, que Lorena estaría más centrada, más dedicada cómo ama de casa
—Vamos a hacer todo lo posible —dijo con una sonrisa.
Ella sonrió también, pero por dentro no estaba segura. Decirlo fue un impulso, una forma de aferrarse a algo. De convencerse de que su matrimonio todavía valía la pena. Pensó que un hijo tal vez borraría de su mente a Patrick. Tal vez.
Esa noche, Julián fue más romántico. La abrazó mientras veían una serie, le acarició el cabello, le preparó té. Más tarde, se metieron en la cama.
—Quiero hacer el amor contigo —le susurró.
Ella asintió. Se quitó la bata y se metió bajo las sábanas. Julián empezó a besarle los pechos, a acariciarla con calma. Estaba entregado, deseoso de complacerla.
—Dime que soy tuyo —le pedía mientras la penetraba con fuerza—. Dime que nadie más te ha hecho sentir así.
—Eres mío, solo tú —respondió ella, fingiendo una sonrisa.
Se movía bien. Más tiempo que antes, más fuerte. Parecía realmente esforzarse. La tocaba, le decía cosas, la mordía suave. Pero ella seguía esperando sentir algo que no llegaba.
Cerró los ojos, imaginó otro cuerpo, otra voz, otras manos. Se tocó discretamente para acelerar algo, nada, su cuerpo no reaccionaba.
Fingió un orgasmo. Se arqueó, gimió un poco, y lo besó. Julián acabó segundos después. Se vino dentro de ella con una sonrisa triunfal.
—¿Soy mejor que él? —preguntó con voz ronca.
Lorena le acarició la cara.
—Obvio que eres mejor.
Julián la abrazó satisfecho. Ella lo miró en silencio. Mintió para inflarle el ego, para mantener la paz. Pero lo que había sentido con Patrick no era fingido. Y eso no podía borrarlo tan fácil.
Las discusiones entre Patrick y Verónica eran cada vez más constantes. Desde aquella noche en el club, él no la había vuelto a tocar. Verónica lo notaba y no podía más. Una mañana, mientras desayunaban, le lanzó el plato sobre la mesa.
—Yo te amo, Patrick. Quiero que esto vuelva a ser como antes que me folles como antes.
Patrick la miró sin levantar la voz.
—Este matrimonio ya no funciona. Lo hemos intentado, Verónica, pero no se dio.
La noche anterior, ella lo había recibido en la cama totalmente desnuda, masturbándose con un consolador, intentando provocarlo. Él, sin decir una sola palabra, había agarrado una sábana, su pijama, y se fue al cuarto de visitas. No fue la primera vez que dormían separados, pero sí la primera que ella se sintió verdaderamente rechazada.
—¿Y entonces qué? ¿Me vas a dejar y te vas a quedar con la diseñadora esa? —gritó ella con rabia.
Patrick no respondió. Se levantó de la mesa y se fue directo a su oficina. Estaba harto de pelear.
Desde hacía mucho tiempo sabía que su matrimonio estaba basado en un acuerdo. Su padre, arruinado tras una mala inversión, pidió ayuda al papá de Verónica, su amigo de toda la vida. El trato fue claro: los hijos de ambos debían casarse. Patrick aceptó sin pensarlo. En ese momento estaba obsesionado con Verónica. La veía como una bomba sexual, todos hablaban de lo increíble que era en la cama. Y en un par de fiestas familiares ya había probado un poco de lo que podía ofrecerle.
Al principio fue una relación basada solo en sexo. Verónica le confesó que lo amaba desde adolescente. Él no sentía amor, pero sí deseo, y pensó que eso bastaba. Los primeros meses fueron una locura. Sexo constante, intensidad. Pero con el tiempo, todo se volvió monótono. Ella empezó a chantajearlo con el tema del préstamo. Cada vez que discutían, lo amenazaba con que su padre podría quitarles todo.
Para salvar lo poco que quedaba, ella lo convenció de entrar al mundo swinger. Él aceptó. A veces lo disfrutaba, otras no tanto. Pero después del último encuentro con Lorena, ya nada fue igual.
Su madre lo llamó esa mañana.
—No puedes tratar así a tu esposa. Ella ha hecho mucho por ti. Gracias a ella y su padre no perdimos nada —le repetía, molesta.
Patrick la escuchó en silencio. Amaba a su madre, pero no podía seguir en esa relación solo por compromiso o por lástima.
Más tarde, en su oficina, su amigo Mateo lo esperaba con una sonrisa.
—No sé cómo vas a pagarme el favor que te acabo de hacer —dijo bromeando mientras le daba una carpeta.
Mateo era más que un amigo. Era como un hermano. Se conocían desde niños. Su madre había sido la nana de Patrick. Estudiaron juntos, crecieron juntos y ahora trabajaban juntos. Mateo sabía todo lo que Patrick callaba.
—¿Qué hiciste esta vez? —preguntó Patrick, agotado.
—Una empresa de moda quiere asociarse con nosotros. En realidad, les mandé tu perfil y tu historial como CEO, y están encantados. Quieren reunirse contigo para una posible expansión internacional. Si todo va bien, quieren que seas el nuevo CEO de su marca —dijo Mateo, entregándole todos los papeles.
Patrick abrió la carpeta y leyó los documentos. La empresa era reconocida en el país. Una oportunidad de oro.
—Eres un maldito genio —dijo Patrick, sonriendo por primera vez en el día—. ¿Cuándo es la reunión?
—Hoy mismo. En una hora. Ya les confirmamos que ibas a ir —respondió Mateo, orgulloso de su jugada.
Patrick se cambió de inmediato, agarró los documentos y salió. Estaba emocionado. Sentía que era el momento de cambiar las cosas, De alejarse de todo lo que lo tenía atrapado.
Mientras tanto, en la oficina de Lorena, su secretaria Marcela le encendía unas velas aromáticas para ayudarla a relajarse.
—Los socios quieren ceder parte de la empresa a ese CEO nuevo del que no sabemos nada —le dijo molesta—. A mí eso no me gusta.
—Sabes cómo son. Quieren resultados, expansión, más ventas, más proyección, Julián dice lo mismo, está dispuesto a ceder. Además, le dije que quiero ser madre. Cree que es mejor que empiece a delegar algunas responsabilidades.
Marcela la miró con duda.
—Y tú, ¿estás segura?
Lorena no respondió, Ella misma no estaba segura de nada.
Minutos después, salió rumbo a la sala de juntas. Estaba preparada para escuchar a un nuevo CEO cualquiera, tal vez arrogante, tal vez competente. Pero cuando abrió la puerta, se quedó paralizada.
Ahí, frente a la pantalla, con un puntero láser en mano y hablando con toda seguridad, estaba Patrick.
El hombre que la desnudó con l
as manos y con la mirada.
El dueño de sus orgasmos,
Su amante de una sola noche, Y ahora, la nueva cara de su empresa.
