33

—Sandro... sabes que no puedo vivir en tu ático para siempre, ¿verdad? —dije, jugando con sus dedos. Seguíamos despiertos, conversando en la oscuridad. Era un momento tranquilo, y la lluvia finalmente se había reducido a una ligera llovizna.

Nuestras voces apenas eran un susurro cuando hablábamos, ...

Inicia sesión y continúa leyendo