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Los guardias obedecieron rápidamente la orden de Zen. Antes de que pudiéramos huir, un lobo enorme me derribó al suelo, inmovilizándome. Edward también fue apresado por los guardias.

—Encadenen a la chica y desháganse del chico —ordenó Zen.

—¡No! —grité desesperada—. ¡No puedes hacer esto! Si toca...

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