veintiséis

—Y aunque lo hiciéramos, no morirías.

Suspiró y volvió a mirar la calle concurrida y brumosa.

—Tampoco dejaría que murieras. ¿Me crees, verdad?

—Sí... —respondí automáticamente.

Él esperó.

—Mi tío se parece a mí, excepto que tiene el cabello castaño rojizo y está un poco pasado de peso. Es diab...

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