Treinta y cinco

—¡Bradley!—llamé en cuanto lo vi. Fue realmente desafortunado que mis ojos se llenaran de lágrimas mientras el alivio me invadía.

Volteé la mirada hacia el jardín trasero, llamando a Bradley mientras me agachaba bajo la ventana, buscando su coche. Eran las nueve y un minuto de la noche. Un ligero y...

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