Capítulo tres

Odio cómo me tiemblan las manos, un defecto notable de mi propia inocencia, pero aun así, sigo adelante, quitándome la camiseta de algodón. Mis ojos recorren la habitación, sin saber dónde dejarla, antes de decidirme por la mesa al lado de la puerta que sostiene piezas decorativas y llaves.

Cuando ...

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