Capítulo 2
Vadim
¡Mierda!
Estaba usando toda mi fuerza de voluntad para contenerme. Todo lo que quería era arrancarle su inocencia. La última vez que la vi fue después de que la envié lejos. La vi suplicar y llorar mientras Alexei la escoltaba fuera de la finca. Al día siguiente, fue adoptada. Me convencí de que había hecho lo correcto. Que viviría una vida normal.
Evidentemente no.
Podía sentir su excitación empapando mi dedo. Sin embargo, también podía decir que aún era virgen. Por eso me detuve. Sabía que el hijo de puta la había drogado. Esa es otra razón por la que no la tomaría. Si iba a follarla, ella lo recordaría.
Alexei miró al espejo, lanzándome una mirada de advertencia. Me estaba diciendo que la dejara ir. Que estaba fuera de mis cabales. Subí la partición y presioné mis labios contra su cuello. Retiré mi dedo a regañadientes y le susurré. —Necesitamos repasar las reglas. He añadido algunas más.
—La regla número uno es la misma de antes. ¿La recuerdas, sí?
—Sí, Señor. Siempre hacer lo que usted diga.
—Regla número dos. Si desobedeces, serás castigada como yo lo considere.
—¿Cuál es la regla número tres?
—Nunca mires a otro hombre. Siempre sé leal a mí. Si no lo haces, consulta la regla número dos.
Sus ojos azules se abrieron de par en par cuando chupé sus jugos de mi dedo. Sus mejillas se sonrojaron, apartando la mirada. Apreté su bata y la jalé hacia adelante. Soltó un chillido cuando me acerqué más a su cuello. Inhalé y gemí. —Aún hueles tan dulce, Ángel.
Intentó apartar la mirada, pero gruñí frustrado.
—Nunca apartes la mirada de mí. —ordené, agarrando su mandíbula.
Le forcé a levantar la cabeza y vi el miedo apoderarse de ella.
—S-sí, Señor —tartamudeó.
—Sé que eres virgen, pero ¿alguna vez has complacido a un hombre?
Tragó saliva con fuerza y asintió.
—¿Quién fue? —prácticamente gruñí.
Sacudió la cabeza, cerrando los ojos con fuerza.
—¿Me estás diciendo que no, niña?
Sus ojos se abrieron de golpe, su pecho se agitaba en pánico.
—No, Señor. Fue… —dudó—. Te enojarás.
—No lo haré. Dame un nombre.
—Mamá me hizo entretenerlo… Yuri.
Las lágrimas corrían por sus mejillas.
—Ángel, no estoy enojado contigo.
Solo con Yuri.
Y los padres adoptivos.
Bajé la partición y me incliné hacia adelante para susurrarle a Alexei. —Déjanos en la finca. Quiero que busques a los padres en la ciudad. Tráemelos. Vivos.
Él asintió.
Alexei nos dejó en la finca y se fue de inmediato. Me quité la chaqueta y la coloqué sobre ella. La ayudé a entrar y me encontré con Regina en la puerta. —Lleva a la señorita Jules a su habitación y prepárale un baño.
—¿Es eso…?
—Por favor, Regina. Necesito que la limpies. —le dije.
—Señor, gracias. —susurró.
Oh, cariño, no te salvé.
Solo te arrojé a la guarida del Diablo.
Solo porque no quería que nadie más te tuviera.
—Ve con Regina para que te consiga ropa adecuada.
No es que fuera a usar mucha.
Regina me miró con sospecha pero llevó a Jewel a su habitación. Puede que haya cambiado su nombre a Jules, pero siempre sería Jewel para mí. Aflojé mi corbata y me dirigí a mi dormitorio.
—¿Qué demonios estás haciendo, Vadim? —me susurré a mí mismo.
—Eso es lo que me gustaría saber. —escuché decir a mi hermano.
Me giré y lo miré con furia. —Oh, eres tú.
Él sonrió. —¿Eran esos anillos en los pezones de la chica que trajiste a casa?
—Será mejor que mantengas los ojos alejados de mi propiedad —sisée.
—Entonces, ¿quién es ella?
—No es asunto tuyo. ¿No tienes cosas mejores que hacer que molestarme?
—Mamá quiere que vayamos el sábado. Es la fiesta de aniversario de Ma y Pop.
Gruñí.
—Está bien. ¿A qué hora?
—A las 3:00 p.m. —Pausó—. Deberías traer a la chica.
—¡No! —gruñí.
—Sabes, podría hacer que Pops deje de molestarte sobre casarte.
—Lo consideraré.
Regina gritó.
Mi hermano y yo subimos corriendo las escaleras para encontrar a Jules envuelta en una toalla y apuntando con un cuchillo a Regina.
—Vadim, no sé qué pasó. Un minuto estaba bien y al siguiente tenía un cuchillo.
—Está bien, Regina. Baja y empieza a preparar la cena.
Mi hermano se quedó, pero negué con la cabeza.
—Tú también. Yo me encargo.
—Pero…
—¡Vete. Ahora! —gruñí.
Levanté las manos en señal de rendición y me acerqué lentamente a la habitación. Jules sostuvo el cuchillo contra su cuello y siseó. —No te acerques más.
—Tú y yo sabemos que no lo harás.
Di otro paso.
Ella dio uno hacia atrás.
—L-lo haré —amenazó.
—Dame el cuchillo, Ángel.
Podría quitarle el cuchillo en cualquier momento. Pero no se trata de poder ahora. Se trata de ganarme la confianza de este gatito salvaje. La confianza es la clave.
Sus ojos recorrieron la habitación como si buscara una salida. Se movió a la izquierda. Yo también. Luego, a la derecha. Soy más rápido. Bajó el brazo y admitió la derrota. Justo cuando di un paso más cerca, apuntó el cuchillo a mi pecho. Di otro paso y envolví mi mano alrededor de sus muñecas. Me incliné hacia el cuchillo y la desafié. —Hazlo, Ángel.
Sus labios temblaron y cerró los ojos. Le quité el cuchillo y lo arrojé al suelo.
—N-no me haga daño, Señor.
—Me conoces, Ángel. Sabes que no te haré daño… a menos que te esté castigando.
—L-lo siento —susurró.
—¿Por qué intentaste lastimar a Regina?
—Quería tocarme. Dijo que quería aplicar crema en mis piercings.
—Tienes que ponerles medicina si quieres que sanen.
—Señor, ¿lo hará usted?
Mierda.
—Tal vez…
—Solo confío en usted, Señor. Por favor.
—Está bien —suspiré—, tendré que tocarte.
—Está bien, confío en usted.
—No deberías, Ángel —murmuré—. Soy un hombre muy malo.
—Pero me salvó… dos veces.
No, Ángel.
No te salvé.
Te tomé para mí.
Porque soy un hombre codicioso.
—Quítate la toalla y acuéstate en la cama.
Lo hizo y maldita sea, todo lo que quiero hacer es abrir sus muslos y devorarla. Comer su coño hasta que se desmaye de agotamiento.
Agarré la crema y me senté al borde de la cama. Desenrosqué la tapa y apreté el tubo. Dejé el tubo y froté mis manos juntas. Froté suavemente sus pechos y gemí. Jewel gimió y susurró. —Gracias, Señor. Se siente tan bien.
—Malyshka —gemí—, no tienes idea de cuánto te deseo.
—Mmm, Vadim —gimió.
—Ángel, sigue haciendo esos ruidos y te tomaré aquí mismo. Ahora mismo.
—Por favor, Vadim.
Su súplica hace que sea tan difícil luchar contra el impulso de envolver mi mano en su cabello y forzar mi polla en su boca. Sus pezones se endurecen mientras masajeo la crema en su piel. Ella encuentra mi mirada y alcanza mi rostro. Acaricia mi mejilla y susurra. —No eres un hombre malo, Vadim. El hecho de que me hayas salvado lo demuestra.
—Soy el Diablo. Cuanto antes te des cuenta de eso, mejor estarás.
