Capítulo 1 – Firmas, errores y miradas que queman
Abril
Estoy sentada frente a un escritorio de mármol negro, con un bolígrafo de lujo entre los dedos y el corazón latiéndome en la garganta. El contrato está frente a mí. Diez páginas de cláusulas, cifras y términos que no entiendo del todo, pero que mi abogado revisó y aprobó. Es solo un acuerdo comercial. O eso creo.
—¿Lista para firmar? —pregunta Gael Montenegro, con esa voz grave que parece hecha para susurrar pecados.
Lo miro. Alto, impecable, con un traje que parece diseñado para su cuerpo de dios griego y una mirada que me desnuda sin tocarme. No sonríe. No necesita hacerlo. Su presencia llena la sala como una tormenta silenciosa. Hay algo en él que me inquieta, como si supiera algo que yo no.
—Lista —respondo, aunque no lo estoy.
Firmo. Él firma. Nos damos la mano. Su piel está caliente, firme, y cuando sus dedos rozan los míos, siento un escalofrío que me recorre la espalda. Me obligo a mantener la compostura, pero mi cuerpo reacciona como si lo conociera desde antes. Como si lo deseara sin permiso.
—Bienvenida al equipo —dice, con una sonrisa que no llega a sus ojos.
Horas después, mi teléfono explota. Llamadas. Correos. Mensajes de mi abogado. “Abril, ¿qué hiciste?” “Ese no era el contrato de diseño.” “¡Estás legalmente casada!”
Me río. O intento hacerlo. Pero el sonido muere en mi garganta. ¿Casada? ¿Con Gael Montenegro? El magnate más temido del sector inmobiliario, el hombre que no cree en el amor, el que tiene fama de romper corazones como si fueran cristales.
Lo llamo. Me contesta al segundo.
—¿Ya te enteraste? —dice, sin emoción.
—¿Cómo pasó esto?
—Un error. O una jugada del destino. Depende de cómo lo mires —no se descifrar el tono de su voz.
—Tenemos que anularlo —digo con voz temblorosa, no de miedo. Es anticipación.
El silencio se hace largo e incómodo.
—O podemos aprovecharlo —dice, y su voz baja una octava—. Ya estamos casados. ¿Por qué no jugar a serlo?
Me quedo sin palabras. No sé si está bromeando o si realmente cree que esto puede funcionar. Pero hay algo en su tono, en su forma de hablar, que me hace dudar. Que me hace temblar.
—Esto no es un juego, Gael.
—Todo lo es, Abril. Solo depende de cuánto estés dispuesta a apostar
Me cuelga. Y yo me quedo ahí, con el teléfono en la mano y el corazón en un puño. No sé si quiero gritar, llorar o reír. Tal vez todo al mismo tiempo.
Esa noche no duermo. Releo el contrato. Busco lagunas legales. Pero todo está en orden. Todo está sellado. Legal. Irrevocable. Me casé por error. Y él lo sabe. Es un energúmeno, no le importan los sentimientos de nadie y lo que más me molesta es ¡que no siente arrepentimiento alguno! Y yo que idiota al no leer, me deslumbró todo el lujo y la ambición.
Ya saben que no deben firmar nada sin leerlo previamente ¿verdad?
Es un consejo que nadie me pidió, pero que simplemente me da la gana de decirlo e inclusive, gritarlo.
¡Qué idiota soy!
Al día siguiente, me llega un ramo de rosas negras. Negras. Nunca había visto algo así. Elegantes, misteriosas, casi intimidantes. No hay tarjeta. Solo una nota escrita a mano:
“Bienvenida a mi mundo. Gael.”
Mi mundo se tambalea. No sé si estoy cayendo o si estoy a punto de volar.
“El ramo de rosas negras fue la gota que colmó el vaso"…
Decido enfrentarlo. No puedo dejar que esto se convierta en una pesadilla. Me presento en su oficina sin cita, sin aviso. La recepcionista me mira como si fuera una intrusa, pero no me detiene. Camino directo hacia su despacho, empujo la puerta y lo encuentro ahí, como siempre: impecable, sereno, peligroso.
—Necesitamos hablar —digo, sin saludar.
Él levanta la vista, y por primera vez, me sonríe de verdad.
—Abril. Qué sorpresa —me gustaría golpear esa cara de dios griego que tiene.
—¿Qué quieres de mí?
—¿Qué crees tú que quiero? —sonríe de nuevo y casi estoy pataleando, al menos mentalmente.
—No lo sé. Pero esto… esto no puede seguir así.
Se pone de pie. Camina hacia mí con calma, como si no tuviera prisa, como si supiera que ya estoy atrapada. Se detiene a centímetros de mi rostro. Su perfume me envuelve: madera, cuero, algo oscuro y masculino. El mareo hace que cierre los ojos por unos segundos que me parecen días.
—¿Y si te dijera que no quiero nada? Que solo quiero ver qué pasa cuando dos personas se equivocan… juntas —la profundidad en su voz y la sedosidad que desprende me enajenan por completo, no puedo apartar mi rostro, aunque mis alarmas suenan como castañuelas.
Su mano roza mi mejilla. No me aparto. No puedo. Hay algo en él que me arrastra, que me consume. Y aunque mi mente grita que corra, mi cuerpo se queda.
—Esto no es real —susurro.
—¿Y si lo hacemos real?
Sus labios están cerca. Demasiado cerca. Y yo… yo estoy a punto de cruzar una línea que no sé si podré desdibujar.





























