Capítulo 3 – Vestido, caos y chacras desalineadas
Abril
Salgo de la oficina de Gael Montenegro como si me hubieran expulsado de un templo de mármol y ego. Estoy furiosa. No, furiosa es poco. Estoy en llamas. Y cuando estoy así, mi torpeza se multiplica por diez.
Tropiezo con la alfombra del pasillo, casi me llevo por delante a la recepcionista, y al llegar a la calle, pateo una piedra que rebota contra la rueda de mi motocicleta destartalada. Mi bebé. Mi fiel compañera de dos ruedas que ruge como un dragón asmático, pero me lleva a donde necesito.
Me pongo el casco con violencia, como si eso fuera a calmarme. No lo hace. Arranco la moto, que protesta con un sonido agónico, y me lanzo al tráfico como si el asfalto fuera mi terapia.
Gael Montenegro quiere que me vista como una princesa para su gala. Que represente su apellido. Que no parezca una “indigente con estilo”. ¿Quién se cree que es? ¿El rey del buen gusto? ¿El dictador de la moda?
Llego al apartamento que comparto con Crisálida Guzmán, mi mejor amiga, mi opuesto cósmico, y la única persona que puede calmarme sin decir una sola palabra coherente.
Abro la puerta con fuerza. Crisálida está en posición de loto, rodeada de velas, incienso y una playlist de cantos tibetanos que me dan ganas de prender fuego a todo.
—¿Tu chacra raíz está desequilibrado otra vez? —pregunta sin abrir los ojos.
—Mi chacra está en huelga —respondo, tirando el casco sobre el sofá—. Y Gael Montenegro es un imbécil con traje.
Crisálida abre los ojos lentamente, como si despertara de una meditación profunda. Me observa con esa paz que me irrita y me calma al mismo tiempo.
—¿Qué hizo ahora el esposo accidental?
—Me dijo que parezco una indigente. Que tengo que cambiar de ropa, de zapatos, de actitud. Que debo representarlo en una gala como si fuera su trofeo de cristal.
—¿Y tú qué le dijiste?
—Que se meta su gala por donde no brilla el sol.
Crisálida sonríe. No se inmuta. Se levanta con gracia, como si flotara, y camina hacia la cocina.
—Necesitas té de lavanda y un baño de sal marina.
—Necesito un vestido que no parezca robado de una adolescente rebelde —murmuro.
—Y también necesitas alinear tu tercer ojo.
—Mi tercer ojo está cerrado con candado.
Ella me sirve el té en una taza con la palabra Namasté impresa en dorado. Me siento en la mesa, derrotada. Crisálida se sienta frente a mí, con las piernas cruzadas y una expresión de sabiduría ancestral.
—Tal vez este matrimonio no sea un error. Tal vez sea una oportunidad para sanar tu energía femenina.
—¿Mi qué?
—Tu energía femenina. Estás demasiado en modo fuego. Necesitas agua. Fluidez. Recepción.
—Lo único que voy a recibir es una úlcera.
Crisálida se levanta y desaparece en su habitación. Regresa con una caja de cartón decorada con mandalas. La abre como si fuera un cofre sagrado.
—Aquí tengo algunos vestidos que podrían ayudarte a canalizar tu diosa interior.
Saco uno. Es blanco, con transparencias, y parece hecho para una boda en la playa con tambores de fondo.
—¿Esto es legal?
—Es espiritual.
—Es transparente.
—Es liberador.
Suspiro. Me levanto y camino hacia mi habitación. Me encierro. Me tiro en la cama. Miro el techo como si fuera a darme respuestas. Y entonces… suena el teléfono.
Gael.
Respiro hondo. Contesto.
—¿Qué quieres ahora?
—Buenas tardes, Abril —dice con su tono de millonario educado—. Solo llamo para informarte que tu vestido será recogido mañana en la boutique de la Quinta Avenida. Ya está pagado. Solo debes ir a probarlo.
—No necesito tu ayuda.
Silencio.
—¿Ya tienes vestido?
—Sí.
—¿Dónde lo compraste?
—En un lugar donde no juzgan a las mujeres por sus zapatos.
—¿Tiene lentejuelas?
—Tiene personalidad.
—¿Tiene clase?
—Tiene carácter.
—¿Tiene espalda cubierta?
—Tiene espalda.
Gael suspira. Lo imagino frotándose el puente de la nariz, como hace cuando algo no le gusta. Lo he visto hacerlo tres veces. Las tres, conmigo.
—Abril, esta gala no es un desfile de rebeldía. Es una presentación pública. Si vas a estar a mi lado, necesito que entiendas lo que eso significa.
—¿Y qué significa?
—Que no puedes parecer una manifestación artística sin contexto.
—¿Y tú si puedes parecer un maniquí sin alma?
El silencio al otro lado es largo. Tenso. Es el sonido de un hombre que no tiene respuesta para su propia verdad.
—Nos vemos el viernes —dice al fin, y cuelga.
Me quedo mirando el teléfono. Crisálida entra en mi habitación con una piedra de cuarzo rosa en la mano.
—Pon esto debajo de tu almohada. Te ayudará a abrir el corazón.
—¿Y hay una piedra que me ayude a no asesinar a mi esposo accidental?
—Sí. Pero está en el Himalaya.
Nos reímos. Porque a pesar de todo, a pesar del caos, del contrato, del vestido inexistente, sé que no estoy sola. Y sé que, de alguna manera, esta historia apenas comienza.





































