Capítulo 1 CAP 1 LA ESPOSA EJEMPLAR
La tela áspera de mi falda rozaba mis tobillos mientras avanzaba hacia el frente. El salón estaba iluminado por luces cálidas y los bancos llenos de rostros atentos. Mujeres con el cabello recogido en moños apretados, sin un toque de maquillaje. Hombres con camisas bien abotonadas, biblias en mano. Éramos, según todos, la comunidad perfecta, la prueba de que aún existían familias dedicadas enteramente a la deidad.
A mi lado, mi esposo levantaba las manos con firmeza, la voz grave y segura que imponía respeto. Yo lo acompañaba con una sonrisa dócil, entonando las alabanzas con el corazón acelerado. Porque sí, yo amaba a mi deidad. Ella lo era todo para mí: guía, fuerza, refugio. Desde que era niña me enseñaron que ser esposa significaba ser ejemplo, sostén y ayuda. Y yo lo había asumido como un honor.
Las mujeres más jóvenes me observaban con ojos brillantes. Querían ser como yo, la esposa del líder de la célula, la que tenía la vida perfecta, el matrimonio bendecido. Yo lo sabía y no podía permitirme defraudarlas. Tenía que mantener esa imagen, aunque mi alma se quebrara en silencio.
Después del servicio, los hermanos y hermanas nos felicitaron, como siempre.
—Son la pareja que inspira—
—Se nota el amor de Dios en ustedes— yo respondía con una sonrisa humilde, repitiendo las frases que había aprendido:
—Toda la gloria es para nuestra deidad —
Mientras tanto, mi esposo apretaba mi cintura con esa presión que no era ternura, sino una advertencia. Una forma de recordarme que no debía salirme del guion.
Cuando llegamos a casa, el contraste fue brutal. Apenas cerró la puerta, dejó caer la chaqueta sobre el sofá con brusquedad y lanzó un bufido. Yo había pasado la tarde preparando algo especial: una cena con su platillo favorito, la mesa adornada con cuidado, y dos velas encendidas para crear un ambiente distinto. No era nada ostentoso, solo un gesto, un intento de encender una chispa entre nosotros.
Últimamente las cosas no estaban tan amorosas que digamos, no recuerdo la íntima vez que nos tomamos de las manos o nos sentamos a conversar como antes abrazados, a go sucedía y yo quería hacer lo que fuera para arreglarlo.
—¿Qué es esto, Luisa? —su voz cortó el aire como un látigo.
Tragué saliva, nerviosa, pero no me iba a desanimar
—Pensé que… podríamos tener un momento para nosotros. Como esposos, como antes que hablábamos de mil cosas y reíamos juntos — le dije acercándome con una sonrisa cálida
Se acercó a la mesa y encendió una de las velas con la mirada, como si fuera una aberración.
—¿Velas? ¿Sabes lo ridículo que se ve esto? Esto no es un hotel barato. ¿Qué clase de mujer intenta seducir así a su marido?—
Las palabras me atravesaron como cuchillas, pero no iba a callar.
—La clase de mujer que quiere volver a enamorarse de él — respondí sin pensar y el me miró fijamente — Yo solo quería… agradarte —susurré
Él rió, pero no fue una risa alegre, sino seca, cruel.
—Eres patética, Luisa. La mujer de un líder no necesita de estas ridiculeces mundanas. Cumple con tu rol: cocina, limpia y cállate —
Quise defenderme, decir que no había nada de malo en querer compartir un momento íntimo, pero mi voz se ahogó en la garganta. La costumbre del silencio pesaba más que mis deseos.
La comida se enfrió en los platos. Comió sin agradecer, apenas probó dos bocados, y luego se encerró en la sala a revisar sus notas para el próximo servicio. Yo recogí la mesa con lágrimas contenidas, doblando servilletas que temblaban entre mis manos.
Más tarde, cuando se acercó a mí en la cama, no hubo un gesto de ternura, ni una caricia en mi rostro, ni un beso. Solo la misma rutina mecánica que yo ya conocía: un contacto frío, sin palabras, sin emoción. Era a lo que ya estaba acostumbrada.
Un deber que debía aceptar en silencio porque era “lo correcto”, “lo que la deidad mandaba a las esposas”.
Cerré los ojos, intentando convencerme de que algún día sería distinto. Que quizá, si yo era más sumisa, más obediente, él aprendería a amarme como las Escrituras decían. Pero nada cambió. Cada movimiento era vacío, cada segundo me arrancaba un pedazo de dignidad.
Cuando terminó, se giró y se quedó dormido en cuestión de minutos, dejándome con el cuerpo inmóvil y el corazón deshecho. Yo permanecí despierta, escuchando su respiración tranquila, mientras la mía se agitaba con sollozos ahogados.
Las lágrimas empaparon mi almohada y entonces, en la oscuridad, las preguntas que nunca me atrevía a decir en voz alta salieron en susurros:
—¿Esto es un matrimonio? ¿Es esto lo que la deidad quiso para mí? ¿Por qué siento que muero un poco más cada noche?
Nadie respondió. Solo el eco de mi propio dolor rebotó entre las paredes de la habitación, recordándome que mi vida perfecta era, en realidad, una cárcel disfrazada de bendición.
Hola
Gracias por leer este capitulo.
No olviden que estoy en redes sociales como Genemua.Libros y en mis historias destacadas encontrarán a los personajes como yo me los imagino.
Espero se puedan pasar por ellas y disfrutar de estos personajes.
Nos leemos despues.



































