Una mujer rota

[Perspectiva de Pandora]

—¡Levántate!— La voz resuena a mi alrededor, sobresaltándome del ligero sueño que acabo de lograr. —¡Levántate, ahora!

Jadeando, siento que me tiran del collar y luego me estrello contra el suelo. Mis ojos se abren de golpe y cuando miro hacia arriba, encuentro a Geoffrey, mi guardia, mirándome con diversión.

—Ya era hora— gruñe, tirando de mi cadena otra vez. —Levanta tu trasero.

—Estoy levantada— siseo, levantando las manos y observando los rasguños en ellas. —¿Era todo esto realmente necesario?

Mientras hablo, me levanto lentamente para que pueda ver las heridas en mi piel. Para sorpresa de nadie, él sonríe y una mirada de orgullo parpadea en sus ojos oscuros, lo que hace que una mueca me atraviese.

—Si te hubieras levantado la primera vez, esto no habría pasado— señala, desenganchando mi cadena. —Vamos.

No espera a que responda antes de empezar a tirar de mí, llevándome fuera de mi celda y hacia el pasillo que ya está lleno de otros como yo.

Ellos están de pie rígidamente, sus rostros sin expresión, sus ojos vacíos. Es la norma aquí en este lugar, pero cada vez que lo veo me inquieta.

He vivido aquí durante los últimos siete años, esperando y deseando poder ser libre, pero ninguna cantidad de esperanza trajo mi deseo a la realidad. A este punto, estaba comenzando a pensar que tal vez nunca sucedería ya que nadie quería comprarme.

Verás, estoy maldita, al menos, eso es lo que dicen de mí. Con mi cabello blanco y mis ojos dorados, destaco demasiado. Y aunque pensarías que alguien me compraría por estas características, me evitaban.

Tal vez era por los rumores que me rodeaban. Que yo era un demonio con piel de lobo esperando mi oportunidad para destruir a quien me comprara. Que yo era la razón por la que mi manada entera fue destruida. Que traía mala suerte a cualquiera que cruzara mi camino.

Verás, no siempre fui prisionera de este lugar. Una vez fui la orgullosa hija de la manada Luna Carmesí. Mi padre y mi madre eran el alfa y la luna de dicha manada y por eso yo estaba destinada a tomar el mando. Al menos, eso era lo que se suponía que pasaría, pero al final, nunca tuve la oportunidad.

Una noche horrible, mi manada fue atacada. Todos los que conocía y amaba fueron asesinados y yo fui capturada.

Incluso ahora, recuerdo ese día como si fuera ayer, ningún año que pasara hizo que desapareciera de mi memoria y, honestamente, no quería que desapareciera de todos modos. Fue una noche que debía recordar ya que todos murieron mientras yo no pude hacer nada para detenerlo.

Lo siento. Pienso en silencio, mi corazón apretándose dolorosamente, mi respiración entrecortada. Lo siento mucho.

—Muévete— resopla Geoffrey, sacándome de mi ensoñación. —Deja de arrastrar los pies.

—Lo siento— resoplo, tratando de no caer. —Tal vez si no fueras tan rápido, podría... ¡AH!

No termino mis palabras antes de estrellarme hacia adelante, mi cuerpo golpeando el suelo y mi cabeza rebotando contra el cemento.

—Mierda— siseo, intentando levantarme solo para ser arrastrada.

—Te dije que mantuvieras el ritmo.

Es todo lo que Geoffrey dice antes de seguir moviéndose mientras yo me esfuerzo por ponerme de pie, y cuando finalmente llegamos a nuestro destino, las sirvientas del baño ya están esperando.

—Espera— siseo mientras me llevan a las bañeras que son para aquellos que serán subastados. —¿Por qué me están trayendo aquí?

Como nunca me vendían, la madama tendía a no molestarse en bañarme. En cambio, me mantenía encadenada a un lado para que pudiera ver a los demás ser vendidos mientras yo permanecía.

—Esta es tu noche de suerte— una voz suave y dulce ronronea, y cuando me giro veo a la madama. —Eres la estrella de la noche.

¿Estrella? ¿De qué estaba hablando? ¿Qué estaba pasando?

Con cada minuto que pasaba, sentía que mi miedo crecía.

—No entiendo— digo. —¿Por qué yo...?

—Asegúrate de que esté extra limpia— ordena la madama, ignorándome completamente. —De lo contrario, será tu cabeza.

—Por supuesto— Geoffrey se ríe. —Nos aseguraremos de que complazca a nuestro invitado y nos devuelva todo lo que nos debe.

—¿Qué?— jadeo, todavía sin entender qué estaba pasando. —¿Qué significa eso?

Por supuesto, sabía lo que significaba. Sabía lo que ocurría en estas subastas, pero que dijeran tales cosas sobre mí simplemente no tenía sentido.

—Ven aquí, chucho— ordena Geoffrey, tirando de mí otra vez. —Deja de perder el tiempo. Si crees que vas a evitar ser subastada perdiendo tiempo, estás equivocada.

—¡No!— jadeo, comenzando a luchar. —¡No! ¡No quiero!

Aunque sabía que luchar no me llevaría a ningún lado, no podía evitar intentar detener a Geoffrey de llevarme más lejos.

—Sé obediente— gruñe Geoffrey, tirando de mi cadena bruscamente para que caiga de rodillas frente a él. —No querrás que tu comprador te vea cubierta de heridas, ¿verdad?

—¿Significaría que mi valor disminuye?— desafío y de inmediato lo lamento cuando los dedos de la madama se retuercen en mi cabello y tiran.

—Escucha aquí, vil criatura— gruñe, levantándome para que estemos cara a cara. —He desperdiciado mucho tiempo y dinero en ti y es hora de que me lo devuelvas todo.

—No te lo pedí— gruño.

Instantáneamente, la mano libre de la madama encuentra mi mejilla y mi cabeza se gira hacia un lado mientras mi oído zumba y el sabor de la sangre llena mi boca.

—¡Desagradecida, miserable!— ella ruge, sus ojos brillando peligrosamente. —Espero que tu nuevo dueño te golpee adecuadamente hasta la sumisión porque si te quedaras aquí, lo haría yo misma.

—No tendré comprador— le digo, mis labios torciéndose en una mueca de diversión. —¡Nadie me compra nunca! Por eso sigo aquí.

—No esta noche— la madama sonríe. —Esta noche serás comprada. Tu comprador se aseguró de que te convirtieras en suya esta noche. Ahora, mueve tu trasero.

Siguiente capítulo