TREINTA Y TRES

Liz

Richard me llamó por la mañana. Al escuchar su voz, sentí un vuelco en el estómago, una esperanza que se desvaneció tan rápido como llegó cuando mencionó que había encontrado a la abogada perfecta para mi caso. Por un instante, la idea de echarme para atrás, de "abortar la misión" cruzó p...

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