[2] No llevo ropa interior
Bryer se confundió por el atrevimiento del hombre, pero más porque era la primera persona que se atrevió a acercarse a ella esa noche. No sabía si era por su rostro de pocos amigos, porque no era lo suficientemente sexi, o porque era casi una menor de edad para la mayoría de los hombres en esa fiesta. De igual forma, aceptó la copa porque vio de donde provino y porque el hombre ante ella, aunque lucía mayor, era un puto Adonis vivo.
—¿No tienes amigas? —preguntó Ripley curioso.
Mientras más mejor, o eso decía cuando contrataba a cuatro.
—No llegaron —contestó ella—. Hay una tormenta.
Ripley la miró a los ojos.
—Es una navidad horrible.
—La peor —dijo cuando le dio un sorbo a su champaña, y con descaro, buscó un anillo en sus dedos—. ¿Y tu esposa?
Ripley sonrió y achinó los ojos.
—Cuando me case la traeré.
Bryer conocía esas respuestas de los mujeriegos.
—No me digas. ¿Eres uno de esos solteros eternos?
—Hasta que no tenga un anillo, seré soltero —dijo Ripley—. Soy un lobo solitario. Así se disfruta mejor la vida.
Bryer tragó.
—También lo creía, hasta que descubrí el sexo de reconciliación —dijo sin el menor pudor—. Si tienes una esposa, pelea con ella. La mejor parte de pelear es coger enojados.
Ripley agrandó su sonrisa y terminó su copa.
—No necesitas tener una esposa para eso, y si tu novio te plantó, supongo que habrá sexo de reconciliación.
—Ya quisiera el muy desgraciado —dijo rodando los ojos y soltando un suspiro hacia él—. Lo castigaré. No lo merece.
Ripley deslizó la mirada por el cuerpo de la mujer. Era una puta belleza con el vestido rojo de tirantes finos, abertura pronunciada en su espalda y pecho, corto, y con una abertura provocativa en el muslo. Llevaba un fino collar largo que encajaba entre sus tetas, y su cabello atado, con pendientes cortos y delineado oscuro.
—Qué pena por él —dijo Ripley mirando sus tetas.
Bryer era una chica que fue fiel hasta ese momento. Su relación no estaba en su mejor momento. Ni siquiera tenía sexo, y cuando lo tenía, no la complacía. Esa relación se estaba tambaleando, y había cierto placer en que un hombre la mirase con lujuria; un hombre de la edad de Ripley, con la madurez como para apretarle las nalgas y hundir esa barba hasta que le escociera los muslos.
—¿Vives aquí? —preguntó ella saliendo de su fantasía.
—Sí —dijo él—. Estoy por una celebración laboral. ¿Y tú?
—Ya quisiera, pero no —respondió—. No tengo tanta suerte monetaria. Sigo debiendo mi crédito estudiantil. Me quedo en una residencia, pero soy de California. Las playas y el sol y el calor.
Ripley volvió a deslizar los ojos de sus ojos a sus labios. Puta madre con esos labios. Provocaba morderlos y cogerlos.
—Te mudaste a otra playa, y apuesto que ese color de piel es por las horas en bikini —dijo antes de recapacitar que quizás ella era una jovencita demasiado joven para él—. ¿Qué estudias?
—Fotografía. Amo tomar fotos.
Ripley dejó a un lado el morbo que sentía por la mujer.
—¿Tienes licencia? —preguntó serio.
—¿Necesito licencia?
—Si quieres un trabajo sí —respondió él.
Bryer rodó los ojos.
—Entonces no. Me pagan en efectivo. Tengo trabajos poco remunerados, pero me ayudan a pagar mis sándwiches.
Ripley no contestó nada más, y ella decidió hurgar su pregunta.
—¿Por qué la pregunta?
—Soy voluntario en una estación de bomberos, y queremos un calendario para recaudar fondos y donarlos al hospital infantil —dijo serio—. Estuvimos buscando un fotógrafo por bastante tiempo y no nos convence, así que eres una candidata.
Bryer agrandó los ojos. Fue por una fiesta y acabaría con trabajo.
—¿Solo así? ¿No quieres ver mi portafolio?
—Si tus fotografías son tan bonitas como tú, no tengo duda de que nos harás ver bien para el calendario —dijo Ripley.
Ella se mordió el labio solo un poco y Ripley miró como sus dientes se hundían en la carne. Tenía tantos deseos de que fueran sus dientes quienes la mordieran, que ella pudo sentir el deseo del hombre estremecerla y hacerla sentir cosquillas en el clítoris.
—¿Te parezco bonita? —preguntó seductora.
—Tanto que podría preguntarte el nombre de tu novio para golpearlo por haberte abandonado esta noche con ese vestido.
Bryer se quitó el cabello de las mejillas.
—Si tan solo supiera que no llevo ropa interior debajo —dijo en ese tono seductor de picardía juvenil—. Es un tonto.
—Es un desperdicio que no pueda verlo —dijo a sus ojos.
Bryer apretó los dedos de sus pies y frotó sus muslos.
—Él no, pero quizás alguien más tenga suerte.
Ripley conocía tantas mujeres, que sabía que las intenciones de la mujer esa noche no eran dormir sola, ni irse a la cama sin mínimo tres putos orgasmos. Se imaginó cómo sería su voz cuando gimiera que no parase, que la reventara como a él le gustaba. Imaginó a qué sabía su entrepierna y si estaba tan mojada como quería que estuviese. Imaginó el sabor de sus pezones y el dolor de sus uñas clavadas en su espalda. Imaginó todo de ella, solo con mirarle el pecho y esos labios carnosos.
—Yo no tuve la mejor noche —comentó él cuando soltó un suspiro—. Mi novia, mi ex, rompió la relación.
Bryer alzó una ceja.
—¿Por qué?
—No me soporta —dijo Ripley con una sonrisa.
Bryer también sonrió.
—¿Tan mala actitud tienes?
—Soy una mierda, pero es en el sexo que no me soporta —dijo inclinándose un poco hacia ella—. Muy grande para ella.
Y por Dios, como se mojó Bryer al imaginarlo, y Ripley sonrió porque, aunque no la conocía, podía imaginarla cabalgándolo y diablos, como le apeteció una cogida con la mujercita esa noche.




























