[3] Sorpréndeme
La revelación hizo que Bryer soltara una risita coqueta y excitada. Su sonrisa coqueta se ensanchó y Ripley miró sus perfectos labios. Imaginó lo mucho que podría abrir esa boca para él, para que recibiera su tamaño. Imaginó como salivaría, como le gotearía del mentón y como se ahogaría. Era un enfermo sexual, lo sabía, pero conocer a Bryer esa noche despertó aun más el animal.
Bryer bebió un poco de su copa y cruzó las piernas. La abertura en su vestido hizo a Ripley ver más allá de la tela y avergonzarse un poco de que alguien ajeno viera lo duro que lo tenía la jovencita. Podía tener la edad de su hijo, y estaba mal, pero como lo prendía.
—Vaya... y yo que pensaba que el tamaño no importaba —dijo, mordiéndose el labio de nuevo.
El gesto fue un imán para los ojos de Ripley. ¡Por todos los demonios del universo! Quería morderlo tan duro y lamer su sangre. Él se rio, un sonido grave y ronco que la hizo vibrar por dentro. Bryer estaba tan excitada como él. Esa noche no existía su novio, no existía nadie más que Ripley y su pene enorme. La curiosidad era grande, tanto que podía sentir su clítoris mojado. Usualmente un hombre no la ponía cachonda tan rápido, pero Ripley se ganó la noche con la cercanía y ese asqueroso aroma varonil que le encendía las hormonas y le ponía la vagina en la frente. Nada más se imaginaba empotrada por ese metro noventa.
—No importa si es la talla perfecta, pero cuando eres demasiado grande, las cosas se ponen difíciles —explicó Ripley, con una media sonrisa—. Pero hay quien lo agradece.
Bryer asintió, pensando en su insatisfactoria vida sexual. La idea de un hombre así de grande, así de directo, así de seguro de sí mismo, era emocionante y aterradora al mismo tiempo. Su novio era un puto inútil en el sexo. Ella era fuego puro, y necesitaba gasolina, no que la encerraran y le robaran el oxígeno hasta apagarla. Ripley era fuego puro, aun cuando era bombero.
—Entonces... ¿buscas una talla más grande? —preguntó ella, la audacia de su pregunta la sorprendió a sí misma.
Ripley la miró fijamente. Sus ojos oscuros eran tan intensos que sintió que él podía ver hasta su alma. Ripley bajó la mirada a sus tetas, jugosas y grandes dentro del vestido, y respiró profundo.
—Busco un buffet —dijo, repitiendo la palabra que había usado antes con sus colegas cuando habló de eso que pocos encontraban—. Un poco de todo. Lo suficiente para no aburrirme.
—¿Y qué hay en el buffet esta noche? —inquirió ella, acercándose un poco más, casi rozando su pecho con sus tetas.
—Una fotógrafa en un vestido rojo, sin ropa interior —respondió él, con la voz apenas un susurro—. ¿Te apetece el menú?
La proximidad la hizo sentir el calor que emanaba de su cuerpo, el olor de su perfume y el sabor del whisky en su aliento. Bryer tragó saliva. La música de la fiesta se desvaneció, y el mundo pareció reducirse a ellos dos. Estaba tan caliente que si le colocaban un cubo de hielo en la piel se derretía al segundo. Estaba ardiendo por él y por la promesa de una noche gloriosa con él.
—No te aburrirás —dijo ella, con seguridad—. No conmigo.
Ripley sonrió y alzó su copa.
—Brindo por eso —dijo alzando su copa y rozando la de ella—. Por las fotógrafas, y por las que no usan ropa interior.
Las dos copas se encontraron con un suave 'clink'. Un murmullo de emoción pasó por la multitud. Bryer miró a su alrededor, y se dio cuenta de que la gente se estaba preparando para el conteo final. El Año Nuevo estaba a la vuelta de la esquina. Un año nuevo que prometía ser muy diferente a los demás. Necesitaba tanto que el nuevo año comenzara bien, que esa urgencia la llevó a desearlo.
Ripley tomó la copa de Bryer y la puso en la barra junto a la suya. Se inclinó y la besó por primera vez. El beso no era feroz ni desesperado. Era lento, tierno, pero con una lujuria subyacente que le hizo sentir que el suelo se movía. Un beso de reconocimiento, de dos almas que se encuentran después de haber estado perdidas por mucho tiempo. La mano de Ripley se posó en la cintura de Bryer y la acercó aún más y la pegó a su cuerpo. Ripley sujetó la muñeca de Bryer y dejó caer su mano sobre su dura erección.
Ella sintió la dureza de su pene, tan grande como él la describió, y soltó un jadeo. Apenas cabía en su mano, y en la oscuridad, se separaron del primer beso y se miraron a los ojos.
—¿Así que grande? —preguntó ella masajeando.
Su novio odiaba que lo masturbara, pero Ripley era diferente. Los ojos de Ripley se incendiaron, sus pupilas se dilataron y podía ver en sus labios como casi le suplicaba que no parase.
—Tanto que te costará caminar mañana —respondió.
Bryer se inclinó para rozar sus labios con su lengua. Ripley perdió la cabeza cuando ella apretó su erección y luego masajeó. Era malditamente buena en lo que hacía, y si no se controlaba, podía correrse en el pantalón como los pubertos.
—Me tienes cachonda nada más de imaginarlo, pero necesito que me muestres más —susurró contra su boca—. Quiero la prueba.
Ripley apretó su nuca y la besó de nuevo, esa vez más desesperado. La escuchó gemir en su boca, una y otra vez, sin apartarse. No necesitaba respirar, estaba flotando en su boca. Ripley lamió su lengua con la suya y mordió sus labios, haciéndola pegarse más a él y masturbarlo más rápido sobre la tela. Quería más, muchisimo más, y ambos estaban en la misma maldita sintonía.
—¿Dedos o lengua? —preguntó Ripley contra su boca.
Bryer se mordió el labio y apretó su erección. Ripley hizo gestos de placer y Bryer sonrió al bajar su pierna y separar sus muslos.
—Sorpréndeme.
