[4] Cógeme, hombrezote

Bryer sintió como su vientre se estremeció justo antes de que él riera y le dijera que era una broma. Ella no sabía si era o no una broma, pero también imaginó lo que sería ser clavada por ese hombre, saltando sobre su dura erección enorme. Ripley le dijo que fueran hasta la barra libre por algo de tomar, que faltaba poco para la medianoche y ese lugar sería una locura a las campanadas.

—Dos copas más, por favor —pidió cuando llegaron.

Ella dejó su bolso en la barra.

—Si me quieres llevar a la cama, necesitarás más de dos copas.

Ripley giró el cuello hacia ella.

—No son para ti, son para soportar verte sin poder tocarte.

El hombre detrás de la barra le dio dos copas de vino y Bryer la bebió de un golpe. Su garganta estaba seca y su entrepierna mojada por solo la imagen de ese fortachón metido entre sus piernas. Estaba necesitada. Necesitaba el sexo. Estaba cansada de las excusas de su ex y de sus consoladores. Estaba cansada de correrse con sus dedos y de ver porno cada noche para dormir. Quería un hombre de verdad que la hiciera gritar de placer.

—Puedo ser menor de edad —comentó ella para seguirle el juego del gato y el ratón—. Podrías terminar en la cárcel.

Ripley giró en su silla y sus rodillas rozaron.

—Sería una sentencia justa por cometer ese delito —dijo él.

Bryer le preguntó si hacía eso con todas las mujeres, y él fue honesto al decirle que le gustaba el sexo y las mujeres, y que si alguien le gustaba, la llevaba a la cama, incluso le contó que cogió a una mujer en el armario de los abrigos. Bryer miró a la puerta y sintió el calor de la rodilla de Ripley friccionando su piel desnuda.

—Podemos ser los siguientes —comentó él—. Si eso quieres.

Bryer era atrevida, era una sucia cuando de sexo se trataba, pero estaba en una relación, y la primera caída no podía ser esa noche. Su conciencia estaba activa, y la hizo decir algo.

—No te conozco.

Ripley lamió su labio inferior y miró sus ojos.

—Podemos conocernos a solas.

Bryer miró al hombre y pudo sentir como sus pezones se endurecían. No sabía qué carajos le sucedía con ese hombre, pero deseó tanto arrancarse ese vestido y que la cogiera, que estaba perdiendo la batalla. Bryer miró el enorme reloj sobre la estantería de licores y miró el tiempo que faltaba para el conteo.

—¿Qué tal un beso? —preguntó ella—. Soy nueva en esto.

Ripley sonrió porque esas le gustaban.

—¿El de medianoche?

—Solo faltan cinco minutos —dijo ella nerviosa.

Ripley miró el reloj.

—Los cinco minutos más largos de mi vida.

Bryer le sonrió y sacó su teléfono. Le había llegado un mensaje de su novio, y solo tenía una fotografía de sus amigos celebrando. Bryer regresó el teléfono al pequeño bolso y le dijo al barista que le diera dos tequilas. Ripley alzó la ceja cuando la mujer bebió los dos shot y pidió dos más. Fueron ocho shot de un golpe, y Bryer sintió que tuvo el valor suficiente para hacer una puta locura.

—¿Sabes qué es lo peor? Que el licor me excita —dijo mirándolo y colocando uno de sus pies en el metal del taburete de Ripley—. Suelo masturbarme cuando mi novio no me complace, y antes de buscar mis consoladores, tomo vino para mojarme y que los dedos se resbalen. Es tan satisfactorio, que no duermo por masturbarme.

Bryer le dijo que estaba caliente y insatisfecha, y que su novio era un maldito con el que no tenía sexo porque esperaba el matrimonio. Le dijo que necesitaba sexo, que necesitaba que un hombre le diera un orgasmo, y Ripley apretó la mandíbula. Si lo esperaba, pero no que la mujer fuese abierta a contarle.

—¿Me darías un orgasmo? —preguntó mirándolo.

Ripley pidió dos tequilas, esa vez para él, y cuando los arrojó en su boca y tragó, sujetó los bordes del taburete de la mujer y la metió entre sus muslos. Ella soltó un quejido cuando sus rodillas golpearon el taburete de Ripley, y el hombre se inclinó contra ella.

—No sabes lo que estás iniciando —dijo contra sus labios.

Bryer cerró los ojos y colocó sus manos en los muslos de Ripley.

—Muéstrame —dijo estirando los dedos y tocando el bulto en su pantalón, aprovechando la oscuridad del salón y el conteo regresivo que comenzó en ese momento—. Puedo sentirlo.

Justo cuando la medianoche llegó, Ripley apretó la nuca de la mujer y ella despegó sus labios para la lengua del hombre. Fue un primer beso apasionado, donde sus narices bailaron sin compás, donde sus lenguas mojaron la boca del otro y donde ella apretó el pene duro y palpitante de Ripley al tiempo que la mano de él se abría paso entre sus muslos, comprobando lo que le dijo.

—No llevas ropa interior —dijo al tocar su clítoris hinchado.

Bryer le sonrió y se inclinó un poco más al borde del taburete para que los dedos de Ripley se estiraran hasta su abertura.

—No miento, hombrezote —dijo apretando su nuca—. Ahora bésame y cógeme en este maldito taburete, y hazme elegirte.

Las luces titilaban y Bryer aplastó su boca contra la de Ripley. El hombre movió su mano por la humedad de la mujer y ella gimió cuando él frotó su clítoris al ritmo de la música. Se malditamente desinhibió y abrió más las piernas para que él la masturbara. Ripley mordió sus labios y ella gimió cuando se alzó un poco para que hundiera los dedos dentro de ella. Bryer se meneó contra otros dedos que no fueron los suyos, y Ripley rompió el beso.

—Si eso te hace gemir, imagíname cogiéndote rudo —gruñó.

Bryer sintió como el taburete se mojaba y suplicó que no se detuviera, pero él sacó sus dedos y lamió su humedad. Bryer perdió la cabeza, excitada, necesitada y sedienta de Ripley.

—Llévame a donde quieras —imploró—. Cógeme, hombrezote.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo