[5] Eres pequeña para mí

Los besos, las caricias bajo la ropa e incluso ese leve quejido que brotaba de la boca de Bryer cuando la llevó hasta la habitación de hotel esa madrugada, apenas eran el inicio. Ripley abrió la puerta de la habitación y Bryer entró al glamuroso lugar. Era evidente que el hombre era de dinero, y se percibió cuando no le importó el costo de la única suite disponible en el hotel.

Ripley arrojó la llave lejos, y se recostó de la espalda de la mujer. Bryer se mordió el labio cuando él ascendió su vestido con sus manos callosas y apretó su piel desnuda. La llama del deseo ardía y los dedos de Ripley alcanzaron la partitura entre su torso y su muslo y descendió sus dedos eróticamente hasta llegar a su clítoris. Bryer exhaló un gemido cuando él acarició en círculos hasta sentir que estaba húmeda y lista para él.

—¿Sueles hacer eso con frecuencia? —preguntó ella.

Ripley le quitó el cabello del cuello y lamió hasta su oreja.

—Solo con las bonitas —dijo antes de girarla.

Las manos del hombre acunaron su culo y apretó sus nalgas. Bryer despegó sus labios y el aroma del licor bailó entre ambos.

—Debes cuidar mi vestido —dijo Bryer—. Es prestado.

Ripley ascendió sus manos hasta sus hombros y su boca se aplastó contra su pecho y cuello. Su piel ardía y sus manos la quemaban, pero era su lengua la que la llevaba al delirio.

—Te haré un cheque —dijo cuando tiró de los tirantes y lo rasgó por el centro—. Quiero ver qué tan mojada estás.

Ripley miró el cuerpo desnudo de la mujer. Sus tetas eran jóvenes y firmes, y su estómago plano. Su piel estaba libre de vello y sus pezones eran rosados. Lo que si notó Ripley fue que la mujer tenía un tatuaje de mariposa en el vientre, de lado derecho, y sus dos pezones estaban perforados. Ripley sonrió ladeado y tocó sus pezones con la punta de sus dedos. En otra persona no le habría gustado, pero en ella se veía tan malditamente sexi que le provocó chuparlos hasta que se corriera en sus dedos como puta.

—¿Qué es esto? —preguntó moviendo el metal en su piel.

—Un berrinche de adolescencia —dijo ella alzando la ceja.

Ripley acunó sus tetas y se inclinó contra su boca.

—Es malditamente sexi —gruñó el hombre.

Ripley la arrojó de espaldas a la cama y el cuerpo de Bryer rebotó. El hombre se quitó la corbata mientras ella se tocaba los pezones y frotaba sus muslos. Podía llegar al orgasmo montando una almohada, o solo recostada en la cama frotándose los muslos, pero en ese momento quería llover contra el pecho de ese hombre.

—Quiero uno en el clítoris —le dijo moviendo la cadera.

Ripley miró sus dedos frotarse los pezones y fue tan malditamente tentador, que abrió sus muslos y buscó su clítoris. Esa vista era mil veces mejor, con su vagina resplandeciendo de humedad y su clítoris rosado e hinchado por la excitación.

—Prepara esa vagina, mariposa —dijo pellizcando duro su clítoris—, porque te voy a coger hasta que no puedas caminar.

Ripley quiso darle el espectáculo de verlo quitarse la ropa, y lento, comenzó a desprenderse de cada pieza. Primero la corbata, luego la camisa, el cinturón, el pantalón, los zapatos, medias y por último el bóxer. Bryer disfrutó el espectáculo, de ver como las piezas caían al piso y dejaba al descubierto su estómago trabajado.

—Oh por Dios —chilló cuando se arrodilló al borde de la cama y miró las marcaciones pulidas—. Qué cuerpo. ¿Puedo tocarlo?

Ripley sujetó sus muñecas

—Hasta donde quieras —dijo—, pero lo prefiero aquí.

Sus manos fueron hasta el elástico del bóxer y descendiéndolo por sus muslos gruesos, mojó sus labios cuando descubrió su erección. No podía contar cuánto medía, ni su grosor, pero era tan grande y grueso, que le dolió solo imaginarlo penetrándola. Bryer tragó y Ripley casi escuchó la saliva descender por su garganta.

—No podré con eso —susurró ella mirándolo.

Ripley le apretó la mandíbula y ella alzó sus ojos hacia él. Su pulgar decantó en sus labios y Bryer suavizó su mirada de lujuria.

—Haré que puedas —dijo frotando esos labios que quería coger con fuerza—. Te mojaré tanto, que no lo sentirás.

Ella se frotó abierta contra el borde de la cama.

—¿Con la lengua? —preguntó en un susurro.

Ripley tiró de su labio inferior entre sus dedos.

—¿Eso quieres?

Ella sonrió y lamió su labio superior. Todo estaba como una pesca, demasiado tranquila y pacífica, y aunque le aterraba el tamaño del hombre, quería que la hiciera gritar salvajemente. Necesitaba sexo salvaje, apasionado, desgarrador. Necesitaba tener un nuevo recuerdo para sus próximas masturbadas. Necesitaba que él la dejara arrastrándose a la puerta. Ripley también deseaba marcarla, pero ella se veía tan delgada, tan inocente y pequeña, que tuvo el remordimiento de estarla corrompiendo al punto de hacerla una adicta a él, y si algo tenía Ripley, era que pocas veces repetía con la misma mujer.

—Eres pequeña para mí —dijo acariciando sus labios.

Bryer era delgada y con poca fuerza, pero si algo sabía, era como complacer a un hombre de la forma que más les gustaba.

—No tienes idea de lo que aguanto —dijo mirándolo a los ojos.

Ripley se inclinó contra ella y usó su glande contra sus labios. Lo frotó por los labios carnosos y alzó una ceja cuando llegó al cuello.

—Comprobémoslo —dijo apretando su cuello—. Abre la boca.

Bryer sacó apenas la lengua.

—¿Y si no quiero?

—Te vas a la mierda —respondió él apretándola más.

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