[6] Déjate los tacones
Bryer sintió la presión en su cuello desfallecer cuando ella abrió su boca para recibirlo. Fue como darle comida a un bebé. Estaba dispuesta a que hiciera con ella lo que quisiera. Fue Ripley quien se embutió dentro de su boca y comenzó a moverse. Ella sintió las arcadas cuando el hombre empujó su glande hasta rozarle la garganta. Era enorme y las comisuras de su boca se agrietaron, al igual que sus ojos se llenaron de lágrimas. Ripley apretó los dientes y apretó ambos lados de la cabeza de la chica para moverla contra su erección. Su boca estaba húmeda, caliente y estrecha, pero no tanto como su vagina cuando bajara a ella.
—Chúpalo, putita —dijo Ripley cuando cerró los ojos y las lágrimas bajaron por sus mejillas—. Sin lágrimas no hay placer.
Bryer sentía que se ahogaba, que el vómito se acrecentaba en la boca de su estómago, y que su boca se acalambraba. El tamaño del hombre le estaba destrozando la boca, y él parecía disfrutarlo cuando ella miró arriba y observó sus ojos encendidos en lujuria. La cintura de Ripley tuvo su vaivén adelante y atrás, mientras Bryer tenía arcadas y sus ojos lloraban más y más. El provocar dolor era de sus más grandes satisfacciones, pero cuando sintió que fue mucho, lo sacó de su boca y le pasó los dedos por los labios. Bryer buscó aire y lo miró con los ojos llorosos.
—Para ser pequeña, tienes una boca peligrosa —dijo cuando la sujetó del cuello y la alzó. Por más incómodo que fuese el tamaño del pene de Ripley, cuando la alzó, la sábana estaba empapada y ambos se miraron—. Así que te gusta rudo. Puedo ser más rudo.
La mujer estaba tan excitada que goteaba, y cuando él la levantó sobre la cama, sus muslos estaban empapados. Ripley miró sus pies y separó sus piernas para tener una mejor vista. Sus piernas eran delgadas y largas, y sus tacones le daban una vista glamurosa.
—Déjate los tacones —le dijo—. Quiero cogerte con ellos.
Bryer estaba experimentando con un hombre que tenía el triple de su experiencia, y que la quería mover como muñeca de trapo, y sin embargo, no quería ser la sumisa tonta que manipulase.
—¿Hay algo que te moleste? —preguntó él cuando la miró.
Bryer sintió como su clítoris palpitaba. Ese hombre la llevaba al borde, y ella era como una gata necesitada, suplicando un plato de leche caliente. Bryer se sintió una puta con él, y quería serlo.
—Sí —dijo alzando el pie de la cama y acariciando su pecho tonificado con la punta de su zapato reluciente—. Mi novio jamás me ha hecho acabar con la lengua, y quiero experimentarlo.
Ripley la miró sobre él, y sujetando sus muslos, la sentó contra su boca. La mujer apretó la cabeza de Ripley para no perder equilibrio, y el hombre le apretó el culo y la alzó para que su vagina quedara a la altura de su boca. Las piernas de Bryer colgaron de sus hombros y perdió el equilibrio cuando al hombre no le costó elevarla sobre sus hombros para masturbarla.
—Tu novio es un niño, y esta noche estás con un hombre.
Ripley apretó su culo y empujó su vagina contra su boca. Bryer soltó un gemido y tiró del cabello del hombre cuando aplastó su clítoris con su lengua. Bryer entrecerró los ojos y forzó un grito ahogado cuando los labios de Ripley se apretaron contra su clítoris y sus manos abrieron sus nalgas para frotar su entrada.
—Mariposita —murmuró cuando lamió detenidamente a través del clítoris y sorbió—. Deberías sentir lo mojada que estás.
Ripley la alzó más arriba, sobre su cabeza, y mantuvo sus piernas separadas. Su lengua lamió desde su clítoris hasta su culo rosado y ella soltó un grito y arrastró el tacón por la espalda del hombre. Estaba desnuda, empapada, sintiendo como el hombre más macho que alguna vez conoció le comía la vagina como un perro hambriento. Su rostro estaba enterrado en su vagina y el vientre de Bryer tembló cuando lo hizo más rápido. No podía cerrar sus piernas y sentía que ese orgasmo que le fue privado por tanto tiempo se abría paso como tsunami en la costa.
La mente de Bryer divagó en todas las razones por las que no debería estar siendo mamada por un hombre que no conocía, pero cuando Ripley la dejó contra la cama y le abrió más las piernas para lamerla y masturbarla, olvidó incluso su nombre y si alguna vez existió alguien más entre sus muslos mojados. Ripley hundió primero un dedo, y ella arrastró sus uñas por sus brazos y le suplicó más, que no parase, que la masturbara rápido y duro. Bryer quería que lo hiciera como ella lo hacía en el dormitorio cuando estaba sola. Recordó su cajón de consoladores y la toalla sobre la cama. Y si eso la hacía correrse, Ripley la haría suplicar que se detuviera la tormenta que manaría entre sus piernas.
—Dios mío —dijo la mujer cuando masajeó sus tetas y se meneó contra los dedos en su interior—. Más, más, más… ¡Maldita sea!
Sus caderas no tuvieron control, y su clítoris se sentía tan mojado y sensible, que Bryer curveó su cintura y tiró de las perforaciones en sus pezones cuando acabó. No necesitó mucho para lograrlo, y Ripley maldijo a su novio por ser tan estúpido que no pudiera hacer que su novia ardiente se corriera en su boca.
Bryer echó la cabeza a un lado y miró la cabeza entre sus piernas, su mirada caliente sobre la suya, y los dedos entrando y saliendo de ella mientras la humedad empapaba la cama y su lengua apenas podía sorber el líquido del pecado. Los dedos de Ripley se clavaron en la parte carnosa de los muslos de Bryer y fue el turno de azotar su clítoris con sus dedos. Bryer gimió y masajeó más sus tetas cuando Ripley le dijo que la haría correrse otra vez, esa vez con sus dedos. La abrió tanto de piernas, que su clítoris sobresalió como un timbre y comenzó a azotarlo con sus dedos.
—Para, por favor —suplicó ella cuando el placer la invadió en oleadas—. Para, para, para… ¡Mierda, hombrezote! Duele.
Ripley le dijo que se moviera, que se contoneara, que hiciera lo que quisiera, que quería ver la lluvia en primera fila. Bryer sintió que perdía el control de su cuerpo y los espasmos la embargaron. Su cuerpo vibró y se retorció en la cama justo cuando Ripley volvió a chupar y ella se corrió en su boca como la puta que era. Ripley sintió el chorro entrar en su boca y cada músculo de su cuerpo tensarse por el orgasmo. Sus muslos buscaron apretarse y Ripley los mantuvo separados mientras su boca disfrutaba de su nuevo licor preferido. Bryer se estremeció y dejó caer su cabeza con fuerza contra la cama. Fueron dos orgasmos brutales, pero eso apenas comenzaba para el dios del sexo Ripley Gabthor.
—¿Qué me haces? —gimoteó ella cuando su cintura se batió contra su rostro en leves embestidas de placer—. Me matas.
—Sabes jodidamente delicioso —gruñó el hombre cuando lamió su humedad y mantuvo sus dedos dentro de su entrada, estimulándola y haciéndola gemir—. Demasiado bueno, maldición.
