Capítulo ciento veintiséis.

Meera se sentó en su cama, la tenue luz de la lámpara de noche proyectando largas sombras por toda la habitación.

Sus ojos estaban rojos e hinchados, sus mejillas marcadas por lágrimas secas. La laptop a su lado estaba cerrada, su pantalla oscura, pero el peso de lo que acababa de presenciar perman...

Inicia sesión y continúa leyendo