Amigos y charla

Me quedé allí.

Sentada en el frío suelo de la cocina, con la espalda apoyada contra el gabinete, las piernas recogidas hacia mi pecho como si intentara plegarme en algo más pequeño—algo que no se sintiera tan malditamente culpable.

Las lágrimas caían más despacio ahora, pero no se detenían. Resbal...

Inicia sesión y continúa leyendo