Llegada de la tormenta

Me agarró la muñeca en el aire y me la apartó bruscamente.

La jeringa cayó al suelo con un estrépito.

—Me estabas engañando —siseó.

—¡No! —mentí, con el corazón latiendo con fuerza—. Solo necesitaba ver si hablabas en serio.

Dios mío. Su fuerza era mucho mayor que la mía y no podía manejarlo.

M...

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