3. Destrozado

—¿Vas a firmar esta carta o no? —preguntó Max mientras contenía el rugido de su respiración.

—¿Qué quieres decir? Ya he firmado la carta —dijo Gabriella con el ceño fruncido. Su tono ya no era cortés.

—¡Está bien! No me culpes si algo malo le pasa a tu casa.

—¡Espera! Ya he firmado la carta, ¿de acuerdo? No puedes volver a entrar en esta casa.

—¡Buenas tardes!

Max se fue después de expresar su frustración con palabras. Era inusual que el hombre no lograra controlar su emoción.

—Esa chica no es normal —dijo el CEO tan pronto como subió al coche. El hombre detrás del volante lo miró de reojo.

—¿Qué pasa?

—Me dio café picante y agua con sal, pero ni una gota de agua para enjuagarme la boca —dijo Max con disgusto.

—¿Es en serio? Entonces, ¿qué hiciste para enjuagarte la boca?

Los párpados del CEO se congelaron de repente. La suavidad de los labios que había besado seguía en su mente. Después de parpadear vigorosamente, le entregó la carpeta al secretario.

—No importa, no hablemos más de eso. Lo importante es que conseguimos la firma de la chica.

—¿Es una firma válida? —Sebastián acercó las líneas de tinta negra a sus ojos.

—Te dije, es una mujer extraña. Ahora, ¡vámonos! Mi agenda se retrasó por culpa de esa chica terca.

Conteniendo una sonrisa, el secretario que también era el conductor pisó el acelerador. Dejaron atrás a una chica que espiaba por la ventana.

—Esa es la consecuencia de meterse con Gabriella —murmuró con los labios fruncidos.

Un segundo después, sus dedos se elevaron para tocar las huellas de un beso que aún se sentían cálidas. Sin darse cuenta, su corazón volvió a latir más rápido.

—Por culpa de ese tipo, perdí mi primer beso —se quejó, mirando hacia abajo.

—¡Ah, no importa! ¿Por qué me arrepiento del pasado? Mejor me pongo a practicar para la competencia de mañana.

El sonido del piano se escuchó de nuevo. La concentración de Gabriella estaba únicamente en el papel, que estaba lleno de filas de notas.

—Tengo que hacer realidad el sueño de mamá. ¡Llevar el trofeo a casa y exhibirlo en la sala!

Al día siguiente, la chica llegó a casa con una cara alegre.

—Mamá debe estar contenta porque pasé la primera ronda —murmuró Gabriella en el camino.

Con pasos ligeros, entró en el callejón que conducía a su casa. Las ruinas a la derecha e izquierda ya no le molestaban la mente, ya que su corazón estaba dominado por la felicidad.

Unos momentos después, los pasos de Gabriella se detuvieron por la sorpresa. La sonrisa en su rostro se transformó inmediatamente en un grito.

—¡Nooo!

La chica corrió sin prestar atención a su vestido que se enganchaba en el viento. Cada vez que sus pasos eran bloqueados por la tela, se ralentizaba, pero no podía detenerse.

—¡Por favor, no! —gritó Gabriella mientras el brazo de la excavadora destrozaba el techo de su casa. Las lágrimas ya no podían ser contenidas.

—¡Deténganse! ¡No destruyan mi casa!

El equipo pesado seguía derribando las paredes de su casa. La mitad del edificio estaba en ruinas.

—¡No, no! —gritó la chica que casi había llegado al patio de la casa. Pero, desafortunadamente, dos trabajadores interceptaron sus pasos.

—¡No vaya allí, señorita! ¡Es peligroso!

—¡Pero esa es mi casa!

—Lo siento, señorita. Nos ordenaron destruir todas las casas en esta área.

—¡No mi casa! ¡Ni siquiera acepté venderla! Entonces, ¿qué están haciendo ahora?

—Lo siento, señorita. —Esos trabajadores la arrastraron.

—¡No! ¡Déjenme ir! ¡Deténganse!

Gabriella continuó luchando, pero aún así fue alejada a la fuerza del monstruo amarillo que no tenía piedad.

—Por favor... —suspiró desesperadamente.

Desafortunadamente, la excavadora continuó trabajando. El monstruo amarillo no entendía que cada vez que derribaba una pared, el corazón de Gabriella se desmoronaba con ella.

—Mi hogar...

La voz de Gabriella se desvaneció con desesperación. La chica ya no tenía fuerzas para levantarse. Sentada al costado del camino, observaba cómo su casa era demolida. Gabriella solo podía llorar y llorar.


—Disculpe, señor —Sebastián entró en la oficina de Max.

—¿Qué pasa, Bas? ¿Por qué tan serio? —preguntó el CEO mientras su mirada seguía fija en los documentos sobre la mesa.

—Acabo de recibir un informe. La casa de la chica ha sido demolida.

El bolígrafo en la mano de Max se detuvo espontáneamente. Después de enderezar la cabeza, el hombre parpadeó firmemente.

—¿Qué dijiste?

—La casa de Gabriella acaba de ser demolida. Alguien ha enviado la orden equivocada usando un correo electrónico de nuestra oficina.

Max presionó su sien con una mano.

—¿Quién es? ¿Quién se atreve a enviar esa orden?

—Lo siento, señor. La orden fue enviada desde su correo electrónico.

El CEO miró fijamente a su secretario.

—¿Mi correo electrónico?

—Sí, señor —dijo Sebastián, sin atreverse a devolver la mirada de su primo.

Max se recostó en el asiento. Después de revisar minuciosamente la información, su risa apagada sonó desesperada.

—Resulta que mi suposición era correcta. Hay algo mal con esa casa. Entonces, ¿qué hay de esa chica? ¿Alguna noticia sobre ella?

—Hasta ahora, no hay noticias significativas. Gabriella sigue llorando sobre las ruinas de su casa.

El dedo índice del CEO comenzó a golpear la mesa.

—¿Qué hará esa chica extraña? ¿Se desquitará frente a los medios? ¿O nos demandará?

—Lo siento, señor. Tengo que ocuparme de otras cosas. Tenemos que encontrar rápidamente a la persona que envió la orden falsa. Con su permiso.

Sebastián hizo una ligera reverencia y se alejó, dejando a Max con docenas de escenarios en mente.

—¿Qué hará esa mujer? —murmuró el CEO, ya que no podía encontrar una buena suposición. Todo sobre Gabriella era complicado e impredecible.

—¿Qué debo hacer? —suspiró una chica mientras las lágrimas corrían por sus mejillas. Ha estado revisando los escombros, pero no pudo salvar ni un solo objeto.

Fotos de su padre y su madre, las gafas que recibió en su décimo cumpleaños, e incluso el oso polar que siempre la acompañaba a dormir. Los hermosos recuerdos parecían ser destruidos junto con esos objetos.

—¿Qué debo hacer?

—Señorita...

Gabriella se giró hacia un lado. Un par de zapatos desgastados entraron en su campo de visión. Con la fuerza que le quedaba, miró hacia arriba a un hombre que sostenía el casco del proyecto con ambas manos.

—Lo siento, señorita. Ya casi es de noche. Tenemos que irnos a casa. No es bueno que una chica esté sola en un lugar como este.

Gabriella miró hacia atrás. Las lágrimas lentamente comenzaron a formarse una vez más. Después de tragar con dificultad, suspiró.

—Tú todavía tienes un hogar al que regresar, pero yo... yo no tengo a dónde ir.

El hombre que estaba junto a la chica bajó la cabeza. Había elegido mal sus palabras.

—Lo siento, señorita. No quise ofenderla. Pero, ¿no tiene hermanos? ¿O familia lejana? Quédese en su casa por un tiempo.

Gabriella no respondió. Estaba demasiado triste para explicar que no tenía a nadie en quien confiar.

—O, ¿qué tal si le pide al presidente de la empresa Quebracha que se haga responsable? Escuché que es una persona sabia y amigable. Tal vez, pueda recibir una compensación adecuada.

Los puños de Gabriella se apretaron fuertemente alrededor de su vestido. Una inmensa rabia acababa de surgir y la llenaba por completo.

—Es inútil pedir responsabilidad. Mi casa no volverá.

—Pero, al menos, puede obtener algo de dinero y tal vez... un lugar donde ganarse la vida. Eso es mucho mejor que lamentar un destino como este.

Gabriella se quedó atónita. El consejo del trabajador le había dado una bofetada en la cara. Lo que el hombre decía era cierto. Moverse era mucho mejor que quedarse quieta. La persona que había destruido sus recuerdos y esperanzas no debía salir ganando.

Poco a poco, la chica se levantó.

—¿Conoces la dirección de este líder de empresa sin corazón?

El trabajador asintió.

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