34. No estoy fingiendo

—Lo siento —dijo Max, mirando a su esposa a los ojos—. Soy realmente culpable. No debí haberte dejado con ese bastardo en mi habitación.

Los labios de Gabriella temblaban violentamente contra el aire árido en sus pulmones. La disculpa de su esposo había aliviado un poco la carga en su corazón. Pero...

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