CAPÍTULO CIENTO VEINTIUNO

—Se ha ido —me cuesta decir algo mientras él se adentra en mí.

—Lo sé —dijo, mordiendo mi lóbulo de la oreja.

Lo aparté, y él me miró con desconcierto. Sonreí con malicia, empujándolo hacia su silla. Aún no había terminado. Colocando ambas piernas a cada lado de la silla, lo volví a meter, moviendo ...

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