Capítulo 1 Prólogo

El órgano dejó de sonar justo cuando el sacerdote abrió la boca para pronunciar su discurso sagrado, pero esas palabras jamás llegaron. En su lugar, un silencio sepulcral inundó toda la iglesia.

Mierda.

Un escalofrío me recorrió la espalda antes de incluso girarme. Sabía quién había llegado. No podía ser otro.

El aire se había vuelto espeso, imposible de respirar, cargado con ese olor a pólvora y whisky caro que siempre lo caracterizaba. Un aroma que se había quedado tatuado en lo más profundo de mi piel.

—Vaya, vaya, Aurora... ¿De verdad pensabas casarte cuando llevas a mi heredero en tu vientre?

¿Cómo...?

¡¿Cómo mierda lo supo?!

La voz de Robinson retumbó en la catedral como un trueno, ahogando los jadeos llenos de sorpresa de los invitados. Finalmente, me giré, con mi cuerpo temblando sin control, a punto de desmayarme.

Lo vi avanzar por el pasillo con la elegancia de un depredador. Su traje negro de tres piezas desprendía toda esa aura dominante y peligrosa que lo caracterizaba.

—Aurora, ¿qué está pasando? —escuché a Gabriel murmurarme al oído, sus manos alertas, preparadas para atacar en cualquier momento.

No pude responder; solo fui capaz de ver el horrible espectáculo que tenía enfrente.

Mi vida oficialmente acabó.

Detrás de Robinson, una docena de hombres armados bloqueaban las salidas, con armas en mano.

Mi prometido, el capitán Gabriel James, reaccionó como el policía que era. Su arma, siempre cargada y cerca de él, incluso en nuestra boda, apareció en su mano como por arte de magia, el cañón apuntando directo al corazón de Robinson.

Oh, no...

—Estás fuera de tu territorio, Duvall. No tienes poder aquí y estás interrumpiendo mi boda. Si no quieres una guerra en este pueblo, te irás de inmediato —gruñó, su voz tensa pero firme al mismo tiempo.

Siempre manteniendo la calma ante estas situaciones.

Robinson se rió.

Dios, cómo odiaba esa risa. Tan fría y calculadora, como si todos fuéramos personajes de su propio juego de ajedrez, donde él era el dios del mundo entero.

—No te preocupes, policía... Solo vine a resolver algo muy rápido, de hecho —comentó como si estuviera contando una historia frente a amigos y no con docenas de hombres apuntándonos a la cara—. Verás, anoche me llegó cierta información que me dejó... intrigado. Y luego de confirmarlo, decidí venir... Dices que estoy en tu territorio, pero... tú tienes algo mío en el tuyo. Solo vengo por él.

No...

Gabriel ni siquiera tuvo tiempo para responder. Sentí a mamá moverse hacia mí, pero uno de los hombres la hizo volver a su lugar. Su ceño se frunció al ver que Robinson sacó algo del bolsillo interno de su saco.

No era un arma.

Era algo peor.

La maldita ecografía.

¡¿De dónde la sacó?!

—¿Qué es eso? —Gabriel bajó ligeramente el arma, la confusión nublando su juicio.

Mi corazón comenzó a bombear con fuerza y empecé a sudar frío. Tanto Val como Dante me miraban con ojos abiertos, aunque este último no parecía tan sorprendido como mi prima.

¿Qué fue lo que hicieron?

—Interesante que alguien como yo tenga esto, ¿cierto? Esto es de la mujer que está parada a tu lado... Parece que tu perfecta noviecita guardaba un secretito, capitán —Robinson arrojó la foto a los pies de Gabriel. Él siguió la ecografía con la mirada, pero no se movió ni un milímetro—. Como puedes ver, Aurora y yo tenemos... negocios pendientes.

Primero muerta.

El murmullo de sorpresa y horror que recorrió la iglesia fue casi tan doloroso como ver a mi madre desplomarse en el banco de la primera fila. Papá parecía estar en shock.

—Estás mintiendo —grité, sintiendo cómo mi máscara de pestañas ardía al mezclarse con mis lágrimas—. ¡Gabriel, por favor, no le creas!

Pero Robinson, con esa actitud de superioridad que el pueblo y yo misma reconocíamos, ya estaba frente al altar, tan cerca de mí que su aliento caliente me quemó la mejilla al inclinarse.

Gabriel ni siquiera lo separó de mí. Finalmente, todo estaba encajando para él.

—Tres cosas, lucecita —susurró, sus nudillos magullados rozando mi mejilla con una dulzura que no era propia de él—. Primero, sé que ese bebé es mío. Segundo, vendrás conmigo ahora mismo. Y tercero...

Su mano se cerró alrededor de mi muñeca con la fuerza suficiente para dejar marcas en ella. Intenté zafarme, pero eso solo lo hizo apretar más fuerte.

Nadie en la iglesia hizo un movimiento en falso. Ni los demás invitados, ni mis padres, ni la policía invitada, ni Gabriel. Si hacían algo estúpido, todo terminaría en una terrible masacre.

Sacrificarme era la mejor opción de todas, por desgracia.

—...si ese policía de mierda intenta detenerme, le volaré los sesos delante de ti. ¿Entendido?

El caos estalló cuando Gabriel finalmente intentó abalanzarse sobre él, pero apenas pudo moverse medio milímetro. Un disparo de advertencia proveniente de uno de los hombres de Robinson hizo temblar los vitrales. Varios invitados se agacharon para evitar ser alcanzados por una bala.

¿Por qué lo hice?

¿Cómo mierda me metí en esto?

—El siguiente irá directo a tu corazón, imbécil —amenazó, ahora con el cañón de su arma desenfundada presionado contra mi sien. Ahogué un grito, pero tampoco intenté defenderme—. Aurora vendrá conmigo. Y si alguno de ustedes, imbéciles, intenta seguirnos...

La amenaza quedó flotando en el aire mientras me arrastraba por el pasillo, siendo secuestrada por un maldito mafioso por el cual no había tenido autocontrol.

El tul de mi vestido se rasgaba contra el mármol y, en la puerta de entrada, justo antes de ser arrojada dentro de la camioneta negra de vidrios blindados, Robinson se volvió hacia la congregación, que había salido para terminar de ver el espectáculo.

Gabriel y mis padres en primera fila.

¡Qué vergüenza!

—Por cierto... felicidades por la casi boda... Lástima que me la follé primero.

La última imagen que tuve antes de que la puerta se cerrara de golpe fue la de Gabriel corriendo hacia nosotros, su rostro distorsionado por una rabia impotente y completamente traicionada.

No tenía excusa; lo había engañado cruelmente. Me había metido en la cama de un completo desconocido y no una, sino varias veces... Y lo peor es que ese desconocido no era cualquier persona, sino el más peligroso y poderoso que había tenido este pueblo jamás.

El carnicero de los Duvall.

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