Capítulo 2 — ¿Te molesta cómo te miro?

Varias semanas antes...

El estudio de tatuajes al que Dante me había obligado a acompañarlo olía a alcohol, nervios y a tinta fresca.

El zumbido de la máquina se mezclaba con el murmullo de las voces y el sonido de la lluvia fuera. Una vez más, el clima había decidido arruinar mi cabello, pero si no acompañaba a Dante me molestaría por días enteros.

Cuando la chica del mostrador, una mujer de cabello corto y con destellos azules, nos dijo que era nuestro turno, acompañé a mi mejor amigo hasta la silla del artista, riéndome de su nerviosismo mientras se acomodaba en ella.

Había planeado durante meses hacerse un nuevo tatuaje y siempre era lo mismo; temblaba como un cachorro bajo la lluvia.

—No seas dramático, Dante. Tienes casi todo tu brazo tatuado, ¿y todavía sigues asustándote? —bromeé, apoyándome en la pared.

En realidad, yo no debía estar ahí por políticas del establecimiento, pero como Dante conocía muy bien a la persona que lo tatuaría, podíamos darnos ciertas libertades.

—No es la aguja lo que me asusta —respondió, ajustándose la camiseta y respirando profundo—. Es que Jackson no me tatuará hoy. Su hermana dio a luz y, como este mes tiene la agenda llena, envió a alguien a reemplazarlo. Me dijo que era incluso mejor que él, pero no me fío mucho.

¿Entonces por qué seguimos aquí?

La puerta de la habitación contigua se abrió antes de que pudiera responder.

Y cuando lo vi, mi cuerpo reaccionó de inmediato.

¿Qué me pasa?

El tapabocas negro cubría la mitad inferior de su rostro, pero sus ojos, unos ojos marrones que se aclaraban con la luz del flexo, me paralizaron antes de que pudiera mirar a otro lado.

Era una mirada llena de seguridad; no había ni una pizca de miedo en ella.

—Dante, ¿verdad? —dijo mientras se ajustaba los guantes de látex, la mesa de trabajo ya lista—. El diseño es una serpiente en el hombro.

Su voz sonaba ronca, como si apenas acabara de levantarse, y por alguna extraña razón, imaginé cómo sería despertar y escuchar ese sonido rasposo rozando mi oreja.

¡¿Pero qué mierda me pasa?!

Dante asintió, deslizando una mirada nerviosa hacia mí, notando que no me había movido ni un solo milímetro.

—Sí, pero... ¿estás seguro de que puedes hacerlo? Aunque me dijo que eras mejor que él, no estoy acostumbrado a que alguien aparte de Jackson me tatúe.

El desconocido, que me resultaba extremadamente atractivo solo por ver sus ojos, encendió la máquina y un zumbido familiar llenó la habitación cerrada.

—Supongo que tendrás que confiar en lo desconocido.

Maldita sea, ¿por qué me emocioné solo con esa frase?

¿Por qué tengo tanto calor?

Mientras preparaba los pigmentos, noté cómo sus manos, llenas de tatuajes hasta los nudillos, trabajaban con una precisión quirúrgica, como un pez fuera del agua.

Dante se recostó en la silla, tratando de relajarse y confiar en lo que le estaban haciendo.

—¿Y tú? —el tatuador giró la cabeza hacia mí, y mi cuerpo volvió a reaccionar, traicionando una vez más todos mis principios—. ¿También vienes a que te marquen?

¿Qué?

Oh, se refiere a tatuarme.

El tapabocas ocultaba su sonrisa, pero el brillo burlón en su mirada era imposible de ignorar. ¡Lo había hecho a propósito!

Imbécil.

—Solo vine de acompañante —respondí, cruzando los brazos y fingiendo que sus palabras no me habían afectado en absoluto.

—Es una lástima... Con esa piel clara y bien cuidada que tienes, los tatuajes se te verían espectaculares.

Oh.

Dante tosió incómodo cuando el extraño deslizó el algodón con alcohol por su piel. El ambiente había cambiado un poco, gracias a las palabras imprudentes de ese hombre. Sin embargo, decidí no dejarme afectar y me alejé un poco, sentándome en el sillón del fondo, justo frente a él.

Durante la siguiente hora, el único sonido que predominó fue el zumbido constante de la máquina, las miradas intensas que el tatuador me lanzaba y alguno que otro quejido de Dante. Hasta que...

—No aprietes tanto los dientes, te los vas a partir —le dijo a Dante mientras pasaba una toallita por la zona cuando terminó su trabajo—. Pareces un novio celoso.

¿Qué?

—Es que no me gusta cómo la miras —masculló Dante, y yo me removí incómoda en el sofá, tratando de no hacer contacto visual, pero era casi imposible.

Esa mirada me atraía demasiado.

El tatuador detuvo la máquina. Sus ojos, que cada vez que reflejaban la luz se aclaraban de una manera casi hipnótica, se encontraron con los míos.

Sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal.

—¿Tú qué opinas, princesa? ¿Te molesta cómo te miro?

—No lo sé —mentí y, como una estúpida, decidí seguir su juego—. Con ese tapabocas, ni siquiera sé si estás sonriendo o solo quieres devorarme.

¡¿Por qué mierda dije eso?!

Algo oscuro brilló en su mirada, sus ojos se nublaron y me escanearon de una manera muy diferente a la que me había visto con anterioridad.

Mierda.

La máquina se apagó y, después de terminar con la limpieza y cubrir el tatuaje de mi amigo, se levantó y caminó hacia mí.

—Robinson —dijo abruptamente, quitándose un guante para extender la mano hacia mí. Me levanté casi en automático; su presencia era realmente embriagadora, me tenía completamente hipnotizada—. Y no, no sonrío. Casi nunca.

Oh.

Cuando nuestras palmas se tocaron, no solo sentí un choque eléctrico que recorrió mi cuerpo hasta depositarse sin vergüenza alguna en mi zona íntima, sino que también noté algunas cicatrices en sus dedos.

¿Cuchillos? ¿Quemaduras?

—Aurora —respondí automáticamente, olvidando usar mi segundo nombre como siempre hacía con desconocidos.

¿Por qué le dije mi nombre real?

¡¿Estás loca, Aurora?!

Dante, evidentemente incómodo, se levantó tan rápido que la silla chirrió. Pude verlo arrugar la cara, seguramente por haberse molestado su tatuaje, pero se colocó a mi lado de forma protectora.

—Ya terminamos, ¿no? —preguntó, sacando el dinero en efectivo para pagarle a la chica del mostrador.

Robinson asintió mientras limpiaba su mesa de trabajo. Le dio las indicaciones comunes sobre cuidar el tatuaje, aunque mientras lo hacía, no dejaba de mirar en mi dirección, escaneándome de arriba a abajo sin ningún tipo de vergüenza.

Y eso tenía a Dante cabreado.

—Nos vamos, Aurora —Dante me agarró del brazo y me hizo caminar hacia la salida.

Y cuando llegamos a la puerta, me permití mirar hacia atrás sin saber por qué, pero había algo que me llamaba con fuerza.

Robinson estaba ahí, recostado del marco de la puerta, con los brazos cruzados y sin tapabocas, mirándome fijo, retándome con la mirada.

Y no sé por qué, pero había algo en él que se me hacía peligrosamente familiar.

—¿Qué mierda fue eso, Aurora? —me regañó Dante en cuanto nos subimos a su auto—. Nos quedábamos un segundo más y ese tipo te iba a follar frente a mí.

—Cállate.

—Lo dices porque tú también querías que te follara —se burló, y yo enrojecí por la vergüenza, porque él tenía razón.

—Eso no es cierto.

—Y mejor que no lo sea, Aurorita... Porque hasta donde recuerdo, tú estás felizmente comprometida y no deberías dejarte follar por nadie, ¿o me equivoco?

Idiota.

Capítulo anterior
Siguiente capítulo