Capítulo 5 — Ven sola…
El café de mamá me sabía terrible, o quizás era mi culpa creciente lo que me tenía con el estómago enfermo. Cada sorbo que tomaba me recordaba el sabor del licor de anoche, el sabor de los labios de Robinson en mi boca.
Dios, Aurora... ¡Ya olvídate de él y sigue con tus planes!
La boda será pronto. No puedes seguir en este horrible camino.
Si mamá lo llega a descubrir, estaré muerta.
—Amor —dijo Gabriel, tomando mi mano sobre la mesa. Sus dedos pulcros, sin tatuajes ni cicatrices, acariciaron mi anillo de compromiso—. Estás distante... ¿Qué tienes en esa cabecita tuya?
Mamá y papá también me vieron, pero después de parpadear un par de veces, logré esbozar una pequeña sonrisa.
Una vez más, tenía que fingir para poder convivir.
—Solo son nervios. Ya sabes, la boda, los preparativos, el estrés... —esquivé su mirada, observando cómo la luz del día se reflejaba en su reloj—. Todo estará bien cuando estemos casados.
Eso espero.
Gabriel sonrió, pero sus ojos azules, tan observadores como siempre, no parecían estar tan convencidos.
Ay, no.
—¿Estás segura? Porque ayer no respondiste mis mensajes. Llamé a Val y me dijo que estabas... indispuesta.
El corazón me golpeó el pecho con fuerza y casi me atraganté con mi propia saliva.
¿Qué tanto le habrá contado Val?
—Migraña —volví a mentir—. Estuve con Val toda la noche y prácticamente no dormimos hablando de la boda... Ella también está emocionada.
Por fortuna, aquello pareció convencerlo por completo, ya que simplemente sonrió, acarició una vez más mi anillo de compromiso e inició una conversación amena con mi padre sobre política.
Fueron unos increíbles diez minutos de paz absoluta.
[...]
Dos días después...
Una nueva foto fue enviada a mi teléfono y solté un largo suspiro, bajándole el brillo a la pantalla para que nadie más pudiera verla.
La imagen mostraba mis propias piernas enredadas en las sábanas del motel y la mano tatuada de Robinson agarrando mi muslo.
Luego llegó un mensaje. Uno de los tantos que me mandaba al día desde que había sacado mi número del celular.
¿Te he mencionado que tu piel de porcelana me vuelve loco? —R
Val notó el cambio en mi estado de ánimo y me arrancó el teléfono de las manos para poder ver. Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿De nuevo él? —mi prima bajó la voz mientras revisaba la foto. Debíamos ser cautelosas; después de todo, estábamos en una cafetería bastante concurrida—. Aurora, te está acosando... Deberías denunciarlo. Es un criminal. Estoy segura de que Gabriel te ayudaría.
¿Qué?
¡Jamás!
—Val, ¿cómo diablos le voy a explicar la razón por la que me están acosando? —susurré, mirando alrededor, asegurándome de que nadie nos estuviera escuchando—. Prima, me acosté con un mafioso. Además, en tal caso de que Gabriel me ayudara, ¿de verdad crees que serviría de algo? Los Duvall son extremadamente poderosos; ni la policía de este pueblo se mete con ellos. ¿Qué podría lograr? ¡Nada! Solo lo enfurecería y probablemente enviaría a alguien a acabar conmigo.
No quería morir tan joven; aún tenía mucho por vivir.
—Bueno, en eso tienes razón... pero debe haber alguna forma de detener todo esto. Quizás si le respondes...
—¡Ni hablar! —me negué de inmediato—. No volveré a caer en el juego de ese hombre. Ya he metido la pata demasiadas veces. Que siga con sus mensajes, no le responderé ni una sola vez.
Y entonces la campana de la puerta sonó y la cafetería se hundió en un silencio sepulcral. Luego escuchamos murmullos y pasos pesados desplazándose dentro del local.
Val se giró a ver qué pasaba, y cuando se congeló, supe lo que estaba ocurriendo. No necesitaba verlo para saber quién había entrado a la cafetería.
Lo sabía muy bien; mi cuerpo lo recordaba a la perfección.
Era él.
Robinson entró como si el local fuera suyo. El tapabocas negro nuevamente estaba en su lugar, y llevaba una camisa abierta que dejaba ver los tatuajes en su pecho.
Dios, ¿cómo saldré de esta?
—Dos cafés negros —le pidió a la chica del mostrador, quien, al reconocerlo, se puso pálida como el papel, pero anotó su pedido. Luego el pelinegro se giró, observando todo y me miró directamente a los ojos por unos segundos—. Uno de ellos sin azúcar, amargo y muy caliente.
Me ruboricé ante aquella mirada y, aunque me había jurado a mí misma no volver a caer en sus juegos, había algo en esa mirada que no me dejaba pensar con claridad.
Val me tomó de la muñeca y me obligó a levantarme del asiento.
—Nos vamos. Ahora.
Y eso fue lo que hicimos. Bajo la intensa mirada del mafioso con el que me había acostado, salimos de nuestra cafetería favorita, directo al auto de mi prima.
Pude notar una enorme camioneta negra de vidrios blindados estacionada casi a nuestra par, y a dos hombres con aspecto aterrador y vestidos de negro vigilando los alrededores.
Sin duda trabajaban con Robinson.
—Tienes que contarle a Gabriel, Aurora —dijo Val mientras arrancaba el auto y doblaba con un giro brusco, alejándonos del peligro—. Esto se está saliendo de control... Eso no fue casualidad; te tiene vigilada.
—No puedo —apreté el anillo de la rosa negra en mi bolsillo. No le había dicho nada a Val, pero ahora no podía salir sin tenerlo cerca—. Si se entera, todo se arruina. La boda, la reputación de mis padres... El pueblo hará un escándalo por esto. Los mataré de un infarto.
Mi prima recorrió un par de calles más y finalmente se estacionó frente a mi casa. De inmediato, mamá abrió la puerta y nos miró desde allí, siempre con su rosario en la mano.
—Peor será si Robinson se lo dice primero... Porque, prima, ese hombre está planeando algo y no es nada bueno para ti.
Mierda.
[...]
Tres días después...
Estaba acostada en mi cama, viendo una serie que había querido ver hace mucho, cuando mi teléfono vibró en la almohada.
Ese sonido.
Tenía días sin escuchar ese maldito sonido de notificación.
Te vi con el policía hoy. Fue bastante interesante descubrir que estabas comprometida con él... Sí que eres una chica mala; dejaste que te follara estando comprometida... Ahora dime, ¿cuántas veces te ha hecho gritar como yo en ese motel? —R
Las lágrimas quemaron mis ojos. Estaba harta de este tira y afloja. Necesitaba enfrentarme a él y suplicarle que me dejara en paz.
Dejarle en claro que lo nuestro solo fue un polvo de una noche.
Pausé la pantalla y me senté en la cama. Tomé de nuevo mi teléfono y escribí una respuesta, con miedo de poner mi vida o la de alguien más en peligro.
¿Cómo diablos se le habla a un mafioso peligroso?
Y entonces otro mensaje llegó:
Hagamos algo divertido, lucecita. Te espero mañana a las 8 de la noche en el estudio donde tatué a tu amigo. Ven sola... o le enviaré a tu prometido la foto que guardo tan celosamente en mi galería. —R
¡No!
Estaba a punto de responderle con una maldición a su nombre, cuando un último mensaje me dejó sudando frío.
Elige sabiamente, lucecita. —R
Estoy acabada.
