♱ Capítulo • 07 ♱
♱ •⋅ 1750 A.C. ⋅• ♱
Callisto rodeó mis caderas con sus brazos.
—¿Estás segura de que quieres esto? —me preguntó, y en sus ojos parecía haber una mezcla de duda y miedo.
Era obvio por qué. Asra era un problema, pero, además, me había lastimado la última vez que intenté ayudar. Debía pensar que no había nada que pudiera hacer sin casi arruinar todo en el proceso.
Hundí mi rostro en su pecho.
No me rendiría.
—Sí, así puedes trabajar, y no tendrás que soportar a Azrael en tus pies... y... —sonreí, besando suavemente su barbilla—, también puedes quedarte a mi lado.
Me apretó más fuerte en sus brazos y supe que estaba pensando, realmente considerando, pero si lo dejaba irse sin darme una respuesta, le preguntaría a Azrael y ese maldito ángel se esforzaría por asegurarse de que no me involucrara en nada que considerara "serio", como, por ejemplo: cualquier cosa que involucrara a Elaine.
—Por favor —hablé poniéndome de puntillas y sellando los labios del rey—, prometo... no causaré ningún problema.
Él suspiró.
—Pero... tendremos que encontrarnos con esa...
Elaine.
Sentí que mi mandíbula se tensaba al recordar a la mujer elegida por Dios.
—¿Y no quieres que vaya? —pregunté, tratando de no dejar que mi enojo se notara.
No estaba enojada porque hubiera atrapado a Elaine, después de todo, ella era la gran protagonista; la que fue capaz de matar al Rey Negro y destruir su reinado de terror sobre las tierras que alguna vez fueron tierras mortales, protegidas por Dios.
Pero aún la odiaba por la forma en que había actuado con Callisto. Por todas las veces que lo había obligado a ver lo peor de sí mismo, e incluso las veces que había juzgado actitudes que eran —en mi opinión— correctas.
Callisto me miró fijamente.
—No quiero que te lastimes, Asra.
Él estaba serio, así que asentí.
—No lo haré.
—Me dijiste que no irías... —pausó—, tal vez es mejor que sigamos como estamos.
¡No!
Él quería trazar esa maldita línea de nuevo. Quería darle a Asra solo el trabajo de amante otra vez. La concubina del rey, la que se queda encerrada en su palacio, llena de joyas y sedas, pero sin una pizca de amor o afecto.
—¿Realmente vas a hacer eso? —hablé antes de darme cuenta, mi voz era fría. No debería haber hablado así, pero por alguna razón parecía un golpe agudo para Callisto.
El rey ahora me miraba con nostalgia.
—Yo...
Forcé una sonrisa mientras me desentrelazaba de sus brazos.
—Está bien —hablé y deslicé mis largos dedos por el cabello rojo que Asra poseía, echando hacia atrás los rizos y mirando por la ventana.
No quería mirar ese hermoso rostro con una expresión tan tentadora.
No quería gustar de Callisto en este momento.
—Asra —me llamó, pero no lo miré.
—¿Qué pasa, Su Majestad?
Él sostuvo mi brazo.
—Solo... —se detuvo—, ¿por qué? ¿Por qué de repente... cambiaste?
Mi respiración se volvió pesada.
Él preguntaría, por supuesto que lo haría, después de todo, no estaba en la naturaleza de Asra desear ayudar en el reino, desear actuar como la noble que había nacido para ser.
Ella había renunciado a ese deseo cuando escuchó de la boca de Callisto las palabras que más le dolieron: nunca serás mi reina ni mi emperatriz. Nunca tendrás mi amor.
Era obvio por qué había cambiado, por qué todo lo que le importaba era verse "bonita", después de todo, eso era todo lo que tenía de Callisto. Esas eran las noches en que él calentaba su cama, donde la besaba y la tomaba como suya, y eso era solo de ella, porque Asra era la única concubina de Callisto y la única con la que había dormido desde la muerte de su amada esposa.
Hundí mis uñas en mis palmas.
Estaba enojada por Asra. Además, estaba enojada por toda la mierda que había pasado, pero eso no justificaba lo que estaba a punto de hacer.
Nada lo justificaría.
—Porque me di cuenta... de que no importa —hablé enfrentando al rey—, puede que no sea la emperatriz, pero soy la duquesa de todo el imperio.
Los ojos de cuarzo se nublaron por algo que no pude distinguir, pero era obvio que le había dolido.
—Asra... —su boca se abrió, pero no pudo hablar. No podía mentir.
—Está bien —mentí—, no necesito que me lleves contigo para actuar como una duquesa.
—Lo sé —dijo luciendo culpable—, pero...
—Pero aún prefieres que todo continúe como antes —reí, aunque no había humor en mis palabras ni felicidad en mis ojos—, no te juzgo, Callisto. Debe ser extremadamente fácil lidiar con todo de esta manera, ¿no es así? Poder ir a cualquier lugar y luego regresar a mi habitación, a mi cama, y siempre tenerme allí.
Era injusto para él. Callisto nunca había tratado a Asra así, pero confieso, quería herirlo un poco por sugerir que simplemente me conformara y volviera a lo de antes.
Tal vez estaba siendo cruel sin razón. Tal vez Callisto solo estaba preocupado, y aún podía recordar la forma en que se veía culpable y herido cuando casi morí luchando contra Elaine, pero... ¿y si no lo estaba? ¿Y si, de hecho, realmente deseaba reducirme a su concubina egoísta y fútil?
—Sal —hablé antes de que pudiera responder.
—Asra.
—Sal, su majestad —murmuré mirándolo—, no quiero hablar más, y creo que su majestad está... tarde para sus citas.
Apretó ligeramente sus dedos en mi brazo, pero pronto, me soltó y esto hizo que mi corazón se hundiera en un sentimiento que nunca había conocido en toda mi vida.
—Lo siento —murmuró mientras llegaba a la puerta—, pero... te lo dije ese día...
Sonreí. Una sonrisa claramente forzada.
—Lo sé —hablé lo suficientemente alto para que me escuchara—, nunca me amarás y nunca seré tu emperatriz o reina. Soy tu concubina, ¿verdad? Solo tu concubina. Así que ahora, vuelve a tu trabajo y deja que tu concubina haga lo que crea mejor con su vida.
Los ojos de cuarzo se agrandaron ante mis palabras, pero no le di tiempo para reaccionar. Mis dedos chasquearon en el aire y pronto aparecieron las doncellas.
—¿Señora? —una de ellas llamó, y vi a Callisto resoplar antes de salir por la puerta.
Él encontraría a Elaine, se enamoraría de Elaine y la haría su emperatriz, su reina y su segundo amor.
Mordí mi boca con fuerza.
¿Por qué tenía que gustarme un personaje tan tonto?
