Capítulo 2

A las nueve de la mañana, ingreso a la sala de conferencias para reunirme con mi equipo de publicistas. Tenemos la oportunidad de ganar un contrato millonario con una compañía de cosméticos que no pienso perder.

—Buenos días, caballeros —digo al entrar. Desabotono mi saco y me siento en la silla de cuero que encabeza la mesa rectangular—. Vamos al grano, las propuestas para la campaña Lewis Cosmetics.

Fred es el primero en hablar.

—Este… umm… señor Stuart —balbucea. Lo miro con el ceño fruncido, no es típico de él hablar como tarado—. Es difícil para nosotros realizar esta campaña, se trata de productos femeninos y nunca hemos trabajado este tipo de mercado. —Me levanto de mi asiento y empuño cada mano sobre la mesa.

—¿Me están diciendo que un equipo de siete hombres no puede aportar una sola idea para lanzar una campaña de cosméticos? ¿Saben cuál es el margen de ganancias que obtendríamos con Lewis?

—Señor, yo…

—Silencio, Fred. Levante la mano quien tenga una idea para esta campaña publicitaria. —Espero unos minutos y nadie parece tener una— Pues bien. Si para el día de mañana, ninguno trae una buena propuesta, serán despedidos.

Saco mi móvil del bolsillo de mis pantalones y marco el número de Hanna. Quiero que mi equipo escuche lo que tengo para decir.

—Buenos días, señorita O´Connor. Tengo una propuesta para usted. Necesito para mañana a primera hora una propuesta de campaña para una nueva línea de cosméticos totalmente hipoalergénicos, hechos con productos naturales, para Lewis Cosmetics. Si me gusta, tendrá el cargo de subgerente de publicidad y mercado de Stuart Publicity.

—Dalo por hecho, John —responde con entusiasmo. Ha estado rogando por una oportunidad así por meses.

—Nos vemos mañana —Con eso, doy por terminada la llamada—. ¿Qué esperan? ¡Vayan a trabajar!

Ineptos, han tenido tres días para traerme una propuesta y no hay ninguna en mi escritorio.

Salgo de la oficina a las once treinta para ir a mi cita con Alexia. El ascensor me lleva desde el piso quince hasta el sótano, donde mi chofer me espera en un auto negro tipo sedan. Subo en el puesto de atrás y le digo a Mick a dónde llevarme. Aprovecho el viaje para responder algunos emails que llegaron, todos de la oficina.

Mi chofer detiene el auto frente a Mistral, un restaurant que sirve comida francesa. A mí me da igual dónde nos reúnanos, pero a ella le encanta hacerme gastar dinero y se lo concedo porque lo vale.

Como es su costumbre, ya me está esperando en una mesa. Ella exagera con la puntualidad y nunca he logrado ganarle en eso. Camino directo hasta su mesa y me siento en la única silla disponible.

—Hola, Alexia, ¿cómo va la investigación? —pregunto sin dar rodeos.

—John, qué gusto verte —ironiza. Es una mujer hermosa. Liso cabello negro roza sus hombros; hermosos ojos azules resaltan la palidez de su rostro y labios carnosos que le dan un aire sensual inigualable. Preguntarán si me la he follado. Pues no. Eso de amigos con derecho a roce no va conmigo.

—Te pago bastante dinero para que des con el paradero del hombre que me engendró. Las formalidades no son necesarias —siseo.

—¿Por qué estás tan alterado? —replica.

—Ahora qué ¿eres mi psicóloga?

—No, gracias a Dios. A ella le debes pagar mucho más que a mí.

—Sin duda —consiento—. Entonces, ¿hay noticias?

—Me has contratado para una misión imposible, pero déjame decirte que Tom Cruise quedó pendejo a mi lado —alardea. Típico de ella—. Conseguí un nombre, Giuseppe Bartoli. ¿Te suena? —pregunta, entrecerrando los ojos.

—No —pienso durante unos minutos—. Sabemos que es italiano porque mi madre lo dijo en su diario, y que sus iniciales son G.B., pero nunca mencionó su nombre.

—Por lo que supe, Giuseppe se fue de Estados Unidos hace cinco años y volvió a Italia, pero tiene planeado regresar. Creo que es nuestro hombre.

—¿Cuándo? —gruño.

—En dos meses.

—Busca más información: fotos, si tiene esposa, hijos, a qué se dedica… todo lo que puedas.

—Estoy en eso, pero no es fácil. Me diste migas de pan, John. Que diera con un nombre, es un milagro.

—No esperaba menos de ti.

—Oh, ¿debo sentirme emocionada por tu palmadita en mi espalda? —bromea entre risas.

—Mejor pidamos la comida para que ocupes tu boca en algo que no sea molestarme —espeto con disgusto.

—Dios quiera que la comida sirva para algo con tu estado de humor. Aunque quizás necesites más que comida. ¿El cuerpo de una mujer de ojos grises, quizás?

—No empieces —advierto. Ella se ríe sacudiendo la cabeza a los lados. Disfruta molestándome y yo siempre caigo.

Después de almorzar con Alex, como le digo cuando estoy de buen humor, me subo de nuevo a mi auto. Mientras Mick conduce a mi próxima parada, el nombre de mi supuesto padre sigue dando vueltas en mi cabeza. Giuseppe Bartoli. ¿Será él? ¿Al fin obtendré mi venganza? Espero que sí, lo he buscado desde que recibí mi primer cheque gordo y no descansaré hasta tener a ese desgraciado entre mis manos.

El viaje a mi siguiente cita se me hace corto. Todavía me siento alterado por la reciente información que me dio Alex, pero necesito dejar eso en pausa por un rato y concentrarme en Taylor. Tomo varias respiraciones hasta lograr serenarme lo suficiente para mostrar mi mejor cara.

—Todavía no me explico qué hombre en su sano juicio, con una vida por delante, millonario, guapo e inteligente como tú, está dispuesto a amarrar su vida a una sola mujer. —Con ese discurso, saludo a mi hermano.

—Mierda, John. No me vengas de nuevo con lo mismo. Ya te dije que amo a Sabrina y casarme con ella es lo mejor que me está pasando en la vida —admite mientras pasa sus dedos por su cabello negro, como un gesto de frustración.

—Sabes que aprecio mucho a Sabrina, pero no entiendo ¿cómo querer a alguien te vuelve un estúpido? —No bromeo.

—¡Mierda, John! Tu papel como padrino es mantenerme centrado en mi boda y no en alejarme del altar. ¿En qué estaba pensando cuando te escogí?

—En que soy tu hermano mayor, en eso pensabas.

Taylor sonríe ampliamente con mi aseveración. No compartimos la sangre, pero él es mi hermano. Desde que nos conocimos, cuando él tenía diez años y yo doce, somos inseparables. Mi mamá cuidaba de él como si fuera suyo. Y aunque la vida no ha sido fácil para ninguno de los dos, a él le ha tocado la peor parte. Sus padres murieron en un trágico accidente de auto y quedó al cuidado de su abuela, quien murió un año después a causa de un infarto. Desde ese día, se fue a vivir con nosotros.

Mamá nos enseñó a luchar por nuestros sueños, a no rendirnos. Trabajamos duro para llegar a nuestro estatus. Taylor Carter es uno de los mejores abogados de Boston y un gran ser humano. Él es mi única familia.

—Tierra llamando a John.

—Perdona, estaba pensando… ¿tienes un plan de escape? Porque soy excelente en eso —bromeo.

—Ahí vamos de nuevo —libera una exhalación cansada y niega con la cabeza.

—Era broma, Tay. Espero que seas muy feliz con Sabrina.

—Yo también lo deseo, John. Ahora, vamos al tema que nos concierne: los trajes.

Por suerte, no hay que hacerle más cambios a los trajes y esa fue la última prueba. Me despido de Tay y vuelvo a la agencia; necesito revisar unas campañas de publicidad y hacer varias llamadas antes de dejar la oficina.

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