Capitulo 3
A las cuatro de la tarde, me levanto de la silla frente a mi escritorio y camino al baño privado de mi oficina para asearme un poco. Una vez que tengo el rostro lavado, que me he perfumado y peinado el cabello hacia atrás, salgo del baño y me pongo el saco azul que completa mi traje.
Esta vez, Mick no me espera en el sótano. No me gusta llevarlo al club, prefiero mantener todo bajo perfil. Me subo a mi deportivo negro y conduzco hasta La Perla, en absoluto silencio. Suelo escuchar música clásica, más que todo, pero hoy prefiero viajar sin otro sonido más que el de mi cabeza. El trabajo me mantuvo ocupado, pero una vez que encendí el auto, el apellido Bartoli volvió a aparecer y, con él, ese sentimiento de odio y repulsión que late con fuerza en mi pecho cuando recuerdo el tipo de persona que es él.
Sacudo esos pensamientos una vez que detengo el auto frente al club, tengo que concentrarme. Al entrar, camino enseguida a la habitación uno, la única que no he visitado porque es exclusiva para ella. Me pregunto a qué se deben tantas atenciones. Incluso, en la puerta hay un guardia de seguridad que se encarga de verificar mi identificación antes de dejarme ingresar. Con las otras no es así y eso me da en qué pensar. Sin duda, Candy es la joya de La Perla.
Mis ojos hacen un rápido recorrido de la habitación, que no es amplia, pero sí muy lujosa. En una esquina, hay un sofá rojo de cuero en forma de “U”, justo frente a un pequeño escenario, con un tubo de pole dance cromado de suelo a techo incluido. Pequeñas luces blancas iluminan lo que parece una pasarela, que termina al fondo de la habitación y lleva a una puerta negra. Las paredes están recubiertas en cuero negro acolchado y, al fondo, espejos de suelo a techo.
Camino hasta el sofá, me quito el saco y lo dejo a un costado. Luego, me aflojo el nudo de la corbata y comienzo a remangarme la camisa hasta la mitad de los brazos. No he terminado de doblar la segunda manga, cuando todas las luces de la habitación se apagan. Segundos después, una música sensual se deja escuchar como un preámbulo para Candy.
No tengo un punto en qué enfocarme, todo está en penumbras y no escucho nada más que la voz suave de la mujer que entona aquella sensual canción. ¿Desde dónde vendrá Candy?
Como una respuesta a mi interrogante, pequeños focos amarillos comienzan a encenderse a su paso. Candy camina con seguridad sobre la pasarela, exhibiendo sus largas y tonificadas piernas. La observo extasiado. Su sedoso cabello castaño cayendo sobre la piel cremosa de sus hombros; sus pechos redondos y llenos ocupando un brasier blanco de encaje, haciendo conjunto con un diminuto bikini… esas piernas de ensueño que imagino envolviéndo
me.
¡Dios, ella es preciosa!
Nuestros ojos se encuentran por unos segundos y es cuando me doy cuenta del color avellana de los suyos, de los rasgos perfilados de su rostro y de esa boca carnosa y sensual que me invita a devorarla con la mía.
Como si leyera mis deseos, sus labios se humedecen uno contra el otro y eso aviva aún más mi interés de poseerla aquí y ahora.
¿Qué carajo me pasa con ella?
Vine aquí con un propósito, que no era terminar con una erección dolorosa en mi entrepierna. Se supone que mi trabajo es rescatar strippers, no desear follarlas. Concéntrate, John.
Sí, eso sería más fácil si ella no se estuviera quitando el brasier con agonizante sensualidad. Mucho más fácil si no caminara solo con bragas hasta el tubo cromado, al cual envidio con toda la fuerza de mi ser, y se contoneara sobre él como desearía que hiciera conmigo.
De forma involuntaria, me desplazo hacia adelante en el asiento, con la intención de ponerme en pie, pero luego recuerdo que no vine aquí por eso y, que además, Candy no puede ser tocada. No debería querer tocarla, joder que no.
¡Recuerda porque estás aquí, por Dios!, me riño ofuscado. No puedo perder mi objetivo, tengo una misión y no es esta.
El baile parece eterno, y no me quejo, quiero que esté delante de mí por horas y días, y seguir disfrutando de sus manos paseándose por esa piel tostada que imagino cálida y suave.
Me remuevo en el asiento, inquieto. Mis palmas están húmedas y mi garganta seca. Pero si eso fuera todo, no tendría problemas. Me preocupa más lo duro que está reclamando mi sexo acariciar el suyo. ¡Estoy jodido! Mis prioridades nunca habían estado comprometidas, hasta hoy. Lo único que quiero es devorarla entera hasta que mi nombre estalle en su boca y retumbe en estas cuatro paredes.
Recojo el saco del sofá y me dispongo a ponerme en pie, no puedo seguir aquí. Mi lucha interior es demasiado fuerte y no creo poder contenerme. Nunca había experimentado tal descontrol y no es algo de lo que estoy disfrutando. ¿Por qué esa mujer puede derribar todas mis defensas? No es típico de mí. No me siento cómodo con ello.
Antes de salir huyendo, deslizó mi mensaje sobre el asiento de cuero del sofá y pido—: Léelo, por favor.
Candy deja de bailar, se detiene de repente, me mira por unos segundos con los ojos muy abiertos, luego observa el papel frunciendo las cejas y vuelve a mirarme con una interrogante en su mirada que no llega a trasmitir audiblemente. Parece intrigada.
La intensidad de su mirada me rebaza de tal manera que me hace sentir vulnerable y eso es algo que jamás sentí con ninguna mujer.
Tengo que irme. No me fío de mí en este momento. Estoy tan tentado a hacer algo indebido. Nunca me había sentido de esta manera por nadie, ella es...es... Un peligro para mí cordura, un monumento a la sensualidad, una belleza natural y demoledora que me ha dejado sin aliento. No puedo resistirlo. Debo irme. Tengo que hacerlo... aunque todo mi interior grita "quédate".
























