Por favor, conteste, padre

—¡Elena! Elena, escúchame. ¡Elena! ¡Mierda!— Estrellé el teléfono contra el suelo, sollozando en mis sudorosas palmas. —Creo que la atraparon.

Mi corazón latía con miedo y no podía controlar lo sudorosas que estaban mis manos. La tienen. Esos malditos renegados la tomaron.

—¿Estás seguro?— La voz ...

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