Capítulo setenta y cuatro

Kael.

Vestido todo de oscuro, como si la noche lo hubiera vestido. Pelo más largo. Ojos más fríos. Pero dioses, seguía siendo hermoso de esa manera en que las tormentas siempre eran mortales, magníficas, inevitables.

—Kael —susurré.

Él se acercó más. —Quemaste el trono. Te volviste contra la cort...

Inicia sesión y continúa leyendo