Capítulo 5 Dificultad

—¿Qué? —preguntó con voz ahogada.

—Sé que no es fácil de entender, Olivia, y no es algo de lo que me sienta orgullosa.

—Pero... ¿por qué? —gimió.

—Porque no conseguí ningún trabajo con el cual pudiese satisfacer las exigencias de mis padres —bajó la mirada—. Los trabajos normales no daban ni para cubrir los gastos de la casa, y ellos seguían exigiéndome cada vez más y más.

—¿Y... ellos lo saben?

—Nunca se los he dicho, nunca me lo han preguntado, pero es obvio que lo saben. En una noche les traigo más dinero del que ganaría en un mes de trabajo. Visto ropa fina, prendas exclusivas, en ocasiones desaparezco por un fin de semana. Solo les alegra saber que, cuando llego, traigo mucho dinero que van a quitarme. Al principio les entregaba absolutamente todo mi dinero; hace poco comencé a quedarme con una parte. Necesito huir de ellos, Olivia, no puedo seguir soportando el trato que me dan.

—Violeta... ¿no te desagrada dormir con esos hombres? —le preguntó con ojos llenos de lágrimas.

—Mis clientes... son muy exclusivos, solo hombres con mucho dinero que pueden pagar por mí. Prefiero llamarme: una dama de compañía. Estos hombres son apasionados de exhibir mujeres jóvenes y hermosas. Les entregas un poco de tiempo, un poco de placer y, a cambio, tienes mucho dinero, joyas, prendas. No es algo agradable, pero aprendes a vivir con ello. Desde que entré al negocio, solo ruego porque alguno de esos clientes quiera convertirme en su amante estable. De esa manera me iría con ellos, desaparecería del radar de mis padres y solo tendría que dedicarme a un hombre.

—No... no puedo imaginarme vivir así, Violeta, permitiéndole al que tenga para pagar el monto, hacerse dueño de mi cuerpo —sus ojos brillaban de asombro y dolor—. Es horrible.

—Es mi manera de sobrevivir en este mundo —suspiró y se retiró un poco—. De lo contrario, tendría a mi padre golpeándome diariamente por no darle el dinero suficiente.

—Violeta... yo jamás imaginé que el tío Leonardo fuese tan... despreciable.

—Lo es, pero eso no importa. Yo pronto encontraré la manera de salir del yugo de mi padre.

Olivia volvió a su habitación, aún sin asimilar lo que su prima le había contado. ¡Qué triste y dolorosa era la vida de su prima! Siempre le pareció alegre y muy dulce; jamás se hubiese podido imaginar que estaba atravesando por todo aquello. Ahora su vida había cambiado mucho. Necesitaba encontrar urgentemente un empleo: no quería ser golpeada por su tío todos los días, no podía volver a su casa (porque ya no tenía casa y eso le partía el alma), o buscaba un empleo que le permitiera ayudar a Violeta con los gastos o... debería irse a vivir a la calle.

A la mañana siguiente despertó con mucho ánimo; quería esforzarse para que todo saliera muy bien para ella.

La cafetería estaba siendo muy concurrida desde las primeras horas, y algunos clientes amables le habían dejado pequeñas propinas. Olivia las agradecía y las iba guardando.

Cuando llegó la hora del cierre, juntó los billetes de propina y los puso aparte, por dentro de su chaqueta; ayudaría a Violeta a ahorrar para que ambas pudiesen escapar juntas. El sueldo intacto lo metió al bolsillo de su pantalón. Se sentía contenta, ya que era un poco más del doble de lo que le entregó a su tío el día anterior. Rogaba porque él estuviese satisfecho.

Su sorpresa fue espantosa cuando, al entregar su sueldo a su tío Leonardo, él miró sus billetes con desprecio y descargó en ella una fuerte bofetada que la arrojó al suelo. Olivia sintió cómo el dolor se expandía por su cara y las lágrimas se acumulaban en sus ojos.

—¡ESTO DEBE SER UN CHISTE, OLIVIA! —le gritó furioso—. ¡ME DIRÁS QUE ESTE ES TU SUELDO DE HOY!

—Sí lo es, tío, lo juro —se levantó lentamente del suelo—. Trabajé todo el día; la señora Renata dijo que ese sería mi sueldo diario.

—¡ESTO NO ALCANZA PARA NADA! —gritó furioso—. ¡NI SIQUIERA PARA MIS CHICLES, NI SIQUIERA CUBRIRÍA UN ARRIENDO PARA PAGAR LA CAMA DONDE DUERMES O LO QUE COMES!

—Lo siento, tío —dijo nerviosa—. ¿Qué se supone que haga?

—¡BUSCA OTRO EMPLEO! —dijo enojado.

—No es nada fácil, tío, no tengo experiencia, no me contratan. La señora Renata me dio la oportunidad, le juro, tío, que me esfuerzo mucho por ese dinero que me pagan. Limpio los suelos, atiendo las mesas, las limpio, atiendo las comidas y bebidas, no tengo descanso y... me esforcé mucho —dijo con voz temblorosa—. Nunca... nunca he trabajado.

—Eso es evidente, eres una inútil, Olivia. Este dinero no alcanza para nada. —Violeta no estaba en casa y su tía sería incapaz de mover un dedo para ayudarla—. Mañana buscarás otro trabajo, un lugar donde te paguen mejor.

—Sí, tío —dijo dócilmente, sin dejar de temblar en su interior y con la cara aún escociendo de dolor.

—Ahora, vete de mi presencia —dobló los billetes y los metió a su bolsillo—. Violeta dejó tu comida servida. Come algo, a ver si así tienes más fuerzas para trabajar.

—Sí, tío —dijo, conteniendo las lágrimas y mirando a su tía Leonor, quien la vio con burla y luego apartó su mirada de ella.

Aquella noche, mientras estaba bajo sus sábanas, lloraba amargamente y con desconsuelo por la vida que estaba llevando. No se parecía en nada a la vida que había soñado hacía un par de meses atrás; todo estaba perdido y rogaba internamente por una escapatoria a todo aquello.

Se había quedado dormida cuando escuchó una pelea. Los gritos de su tío llegaban a su habitación. Nuevamente estaba discutiendo con Violeta, quien lloraba y le pedía que entendiera que aquella noche le había ido mal, pero su tío se negaba a entender y escuchó dos fuertes golpes. Estaba por salir de la habitación cuando sintió los fuertes pasos de su tío, que pasaba frente al cuarto. Se mantuvo quieta por al menos diez minutos y luego salió en dirección a la habitación de Violeta. La encontró llorando débilmente; su corazón se encogió de tristeza, sin entender por qué ellas estaban pasando por todo aquello.

—Hola, cariño —Violeta se secó las lágrimas—. Dejé tu comida en la cocina. ¿Cenaste?

—Sí lo hice, muchas gracias.

—Me alegra —sonrió débilmente—. ¿Cómo te fue hoy en la cafetería?

—Yo pensé que me había ido bien hasta que llegué a casa. Hoy traje más del doble y, aun así, me golpeó —suspiró—. Dijo que no alcanza ni para sus chicles. El tío es una persona horrible.

—La vida es horrible —dijo con una sonrisa temblorosa.

—No, no, Violeta.

—Al menos lo es la única vida que yo conozco. Me meteré a la cama, estoy cansada.

—Me gustaría dormir contigo hoy —fue una frase, más bien una petición.

—Hay suficiente espacio para las dos —sonrió— y me hará bien un poco de compañía.

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