Capítulo 6 Decisiones desesperada
Los días siguientes no mejoraron. Violeta trajo más dinero a casa, pero ella no conseguía un nuevo empleo, y menos uno que le pagara mejor que la señora Renata. Aún recordaba el día en que había ido hasta allá para disculparse por no poder seguir trabajando.
Renata le había dicho que ella era una buena trabajadora y que si el problema era el sueldo, en cuanto tuviese más experiencia podrían llegar a un acuerdo. Lo intentó durante una semana, pero siguió recibiendo golpes de parte de su tío, cada noche al llegar a casa. Él nunca estaba contento con el dinero que ella llevaba, y eso la hacía sentir cada vez más frustrada, así que unos días después había decidido abandonar el puesto en la cafetería para buscar algo más en donde pudiese recibir más dinero. Pero aquello no había sido lo mejor. Su tío había enfurecido gradualmente, a medida que pasaban los días y no conseguía nada más. Ya no sabía qué hacer e internamente solo lloraba por lo infeliz que era. ¿Cómo era posible ser tan desdichada solo con dieciocho años? Toda su desgracia comenzó justo cuando alcanzó la mayoría de edad. Deseó poder echar el tiempo atrás y no permitir que sus padres fuesen en ese viaje. Ella los habría abrazado, y les hubiese asegurado que allí había todo lo necesario para poder tener su gran fiesta.
Llegó a casa con miedo a entrar. No quería otra reacción explosiva de parte de su tío, o la mirada de burla de parte de su tía. Aún no entendía cómo Leonor podía mantenerse inmóvil e inmutable ante el maltrato que su esposo les daba. Si bien era cierto que ella era solo su sobrina política, era una mujer; ella debió apoyarla frente al maltrato machista de Leonardo. Tampoco era menos cierto que Violeta era su hija; algo debía sentir por ella... pero aparentemente no era nada bueno, ya que mientras el padre la golpeaba, ella permanecía inmóvil.
En cuanto abrió la puerta tuvo el deseo de correr en dirección a su habitación, cerrar la puerta con el pestillo y no salir de allí jamás, pero la voz de aquel hombre la detuvo.
—Olivia.
—Sí, tío —dijo caminando hasta él.
—Dame buenas noticias, hermosa —le sonrió, mostrando esa enorme hilera de dientes—. ¿Cuánto tienes para mí, hoy?
—Yo...
—¿Tú...?
—Lo siento, tío. No pude encontrar nada, nadie me da la oportunidad de trabajar y... —se detuvo de inmediato cuando lo vio levantarse rápidamente de la silla y caminar hasta ella. La tomó del cabello con fuerza, tanto que Olivia sintió que la elevaba del suelo unos centímetros. Apretó la boca y los ojos con fuerza para evitar llorar.
—Por favor, por favor tío, me duele, me duele demasiado... por favor —sollozó débilmente.
—Hoy no comerás nada —le dijo acercando su rostro a ella.
—Pero tío, ayer... tampoco comí, tengo demasiada hambre —dijo llorando, pensando que lo poco que había logrado ahora en su trabajo con la señora Renata, ya lo había gastado, alimentándose un poco durante aquellos días en los que caminaba desde que salía el sol, hasta que se ocultaba, buscando y suplicando trabajo.
—Me importa muy poco cuánta hambre tengas. No trajiste dinero a casa, no hay comida. Agradece que te dejo dormir bajo mi techo, ¡qué enorme estorbo resultaste ser, tan bonita y tan inútil! —La arrojó con fuerza contra la pared. La debilitada Olivia sintió cómo el aire abandonaba sus pulmones—. Ahora vete, apártate de mi vista antes de que... —elevó su mano como si fuese a golpearla, y ella se encogió esperando la bofetada. Cuando no la recibió, entonces con dificultad se alejó, sintiendo cómo poco a poco, volvía a respirar con normalidad.
Contuvo las lágrimas; realmente estaba muy hambrienta. En cuanto llegó a su habitación se percató que la puerta de la habitación de Violeta estaba entreabierta. Fue hasta allí y llamó suavemente. Un par de segundos después Violeta le abrió.
—Hola, Olivia —le sonrió.
—Hola, Violeta —la observó de pies a cabeza—. ¿Puedo pasar?
—Claro, cariño. Adelante —abrió la puerta para que ella pasara. Así lo hizo. Se sentó en la cama mientras observaba cómo su prima se retocaba en el espejo. Era muy hermosa, tenía el cuerpo lleno de curvas, una espesa melena rubia, que brillaba como el oro, ojos verdes, profundos... aunque tristes—. En la cocina he dejado tu cena —Olivia quiso llorar.
—El tío dijo que hoy no podré comer. —Violeta se giró hacia ella y la miró frunciendo el ceño—. No pude encontrar nada hoy.
—Te lo dije, cariño, no es fácil —suspiró.
—Además, el tío dice que si no encuentro algo... tendré que ir a dormir a la calle —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Tengo tanta hambre, Violeta.
—Iré a hablar con mi padre. ¿Cómo tendrás fuerza para trabajar si no te alimentas? No puede mantenerte sin comer, va a matarte de inanición. Además, la comida se compra con mi dinero.
—No lo hagas —le rogó—. Capaz que enfurece y termina golpeándonos a las dos. Yo... —desvió la mirada— quizás pueda comer mañana —sus ojos se llenaron de tristeza y las lágrimas fluyeron libres. Violeta se acercó con los ojos brillando de lágrimas.
—Te prometí que te protegería, te he fallado, Olivia, no puedo protegerme ni a mí misma —su labio inferior tembló—. Cuando mi padre te trajo a casa, pensé que te trataría diferente. No sabes cuánto lo siento, que todo esto esté pasando.
—No te preocupes, Violeta, tú eres buena, y no tienes la culpa de nada.
—Olivia, quizás podría darte un poco de dinero para que te escapes ahora y comas fuera.
—Es peligroso, él podría verme.
—También podrías esperarme despierta, o yo te despertaré cuando llegue de trabajar. Te traeré comida, lo juro. —Olivia sintió el ardor en su estómago, miró a su prima intensamente y le dijo:
—Llévame, Violeta. Iré a trabajar contigo. —Acababa de tomar una decisión desesperada.
Violeta la miró con ojos enormes, sus preciosos ojos llenos de una sorpresa que no podía describir, la misma Olivia se había negado días antes a trabajar en algo como aquello y era lo mejor, no se imaginaba a su prima en aquella vida.
No se la imaginaba y... no la quería allí.
