Capítulo 2
Kael se sentó en la cabecera de la larga mesa de roble, su mirada recorriendo el consejo reunido ante él. La cámara estaba silenciosa, salvo por los murmullos de los inquietos señores y damas, todos debatiendo con creciente fervor los acontecimientos que se desarrollaban en el reino humano. El peso del momento presionaba sobre los hombros de Kael; su mente aguda, pero cargada con el conocimiento de lo que estaba en juego.
—Los humanos actúan, como siempre lo hacen —habló primero el Lord Orin, su voz áspera con un sentido de desdén. Era uno de los señores más antiguos del grupo, un guerrero cuyos décadas de batallas le habían ganado respeto, aunque no siempre acuerdo—. Que ellos libren su guerra contra los vampiros. Los vampiros han sido una amenaza para nuestra especie desde hace mucho tiempo, su destrucción no nos concierne. ¿Por qué deberíamos ofrecerles nuestra mano en su sufrimiento? Tenemos nuestro propio reino que proteger.
Un murmullo de acuerdo recorrió la sala. Los ojos de Kael se entrecerraron ligeramente, pero no dijo nada, permitiendo que las voces fueran escuchadas.
—Mi señor —interrumpió la Lady Makina, su tono frío, su cabello plateado cayendo sobre sus hombros como una cascada de luz lunar—. Debo estar de acuerdo con el Lord Orin. Los vampiros están fuera de nuestro alcance. Que los humanos los eliminen, como mejor les parezca. Debemos permanecer neutrales, de lo contrario corremos el riesgo de atraer atención no deseada hacia nuestra especie. Nuestra fuerza reside en nuestra capacidad de permanecer invisibles, desapercibidos, mientras los vampiros arden.
Un leve cambio en el aire mientras la mirada de Kael se endurecía. Estas voces, aunque bien intencionadas, estaban arraigadas en la miopía.
Antes de que pudiera responder, una voz más suave, pero con la sabiduría de los años, rompió el silencio.
—Lord Orin, Lady Makina —dijo la voz del Anciano Talen, sus ojos antiguos fijos en ellos con tranquila autoridad—. Ven el mundo en el aquí y ahora, pero debemos también ver las sombras del futuro.
El consejo se quedó en silencio, y todas las miradas se volvieron hacia el anciano. Sus palabras siempre llevaban peso, y Kael sabía que en el momento en que Talen hablaba, la dirección de la discusión cambiaría.
—Digo esto no como un simple consejero, sino como alguien que ha visto pasar incontables temporadas —continuó Talen, su voz firme, como el viento que susurra entre los árboles—. Los humanos pueden dirigir su mirada a los vampiros ahora, pero no somos espectadores seguros. Si los humanos logran exterminar a los vampiros—si realmente los borran del mundo—no se detendrán simplemente. Vendrán por nosotros después. Vendrán por todo lo que camina en la oscuridad, y los hombres lobo no serán exentos.
Un oleaje de inquietud pasó por la sala. Algunos intercambiaron miradas incómodas, pero nadie habló. Talen tenía una manera de hacer sentir sus palabras, quisieras escucharlas o no.
—Marquen mis palabras —dijo Talen, su voz creciendo más firme—. No podemos permanecer inactivos. Quedarse en silencio es sellar nuestra propia perdición. Sería una locura creer que una vez que los vampiros se hayan ido, nos dejarán en paz. Los humanos han demostrado que cazarán hasta el último de su especie, y nuestro tiempo en las sombras puede pronto llegar a su fin.
Kael se inclinó hacia adelante, su postura comandando atención. —¿Y qué propone, Anciano?
Los ojos de Talen se fijaron en los de Kael, el peso de los siglos presionando sobre ambos. —Debemos actuar ahora, antes de que los humanos dirijan su ira hacia nosotros. Debemos ofrecer a los vampiros un pacto, un acuerdo vinculante. Un vínculo de supervivencia. Les ofrecemos una oportunidad de perdurar, de luchar, con nosotros como aliados.
La cámara contuvo la respiración. Algunos seguían escépticos, mientras otros dirigían su atención a Kael, esperando su juicio.
La voz de Talen bajó, casi como si estuviera compartiendo un secreto. —Debemos ofrecerles a tu hija, la princesa. Su mano en matrimonio, como símbolo de nuestra alianza. Es la única manera en que podemos asegurar nuestro futuro. Si los vampiros caen, seremos los siguientes en la lista de los humanos. Pero si nos mantenemos unidos, con ambos poderes entrelazados, no tendrán otra opción que dejarnos en paz. Los humanos no nos desafiarán cuando dos de las razas más poderosas se unan como una sola.
El silencio que siguió fue pesado. La mirada de Kael permaneció firme, sus pensamientos una tormenta tumultuosa en su interior. Sabía que Talen decía la verdad. Una alianza matrimonial entre sus linajes sería una poderosa arma. Pero el costo era inmenso. La mano de su hija no era un regalo que se diera a la ligera.
—La princesa —murmuró Kael, su voz cargada con el peso de la decisión—. Pides la mano de mi única hija. Ella es joven, aún no atada al mundo de la política. Ella no... no podría... entender la medida completa de tal unión.
Talen inclinó la cabeza respetuosamente. —Te pido que no lo veas como un simple matrimonio, mi rey. Es un pacto vinculante. Una promesa de supervivencia. Las vidas de tu gente, tu propio reino, dependen de esto. Los vampiros pueden ser nuestros enemigos, pero ahora son nuestros aliados. Su príncipe verá la sabiduría en esta unión. Y la aceptará, tanto por su propia supervivencia como por la tuya.
Mientras la cámara del consejo caía en silencio, una voz rompió con un borde frío, cargado de desdén. —¿Y qué te hace creer que los vampiros honrarían cualquier pacto que les ofrezcamos? —El anciano Veyrion se levantó de su asiento, su figura encorvada rígida de indignación. Sus palabras goteaban veneno mientras continuaba— Todos sabemos lo que son los vampiros: una raza de engaño y egoísmo. No les importa nada más que su propia hambre. ¿Y su príncipe? No es una excepción.
El ceño de Talen se frunció, pero no dijo nada, permitiendo que Veyrion desatara su diatriba. —El príncipe Dimitri —Veyrion escupió el nombre como una maldición—. Es conocido por su crueldad. Dicen que disfruta atormentando a su presa antes de darles muerte, viendo cómo el miedo retuerce sus rostros. Él gobierna mediante el miedo y la sangre, no el respeto. ¿Realmente confiarías en una criatura así para honrar un pacto con nosotros?
Otra anciana, Lady Myrnith, asintió en acuerdo. Su voz, aguda y precisa, cortó la sala como una daga. —La arrogancia del príncipe es infame. Se cree superior a todas las criaturas, incluso a otros vampiros. Su desdén por los hombres lobo está bien documentado. ¿Nos inclinaremos ante alguien que nos ve como nada más que bestias para ser sacrificadas cuando le convenga?
Una tercera voz se unió a la disidencia, profunda y resonante. Lord Garrik se inclinó hacia adelante, su expresión una de resolución sombría. —Esta no es nuestra lucha. Si nos enredamos en su disputa de sangre, corremos el riesgo de ser arrastrados a una guerra que podría devastar a nuestra gente. Que se destruyan entre ellos.
Kael permaneció en silencio, su mano descansando contra el brazo de su trono, sus ojos dorados inescrutables. La cámara del consejo zumbaba con murmullos de acuerdo, cada voz añadiendo peso a la oposición. Pero Talen, tranquilo y deliberado, se levantó una vez más.
—Todos hablan del príncipe Dimitri como si fuera la única fuerza en juego —dijo Talen, su voz elevándose lo suficiente para captar la atención—. Sí, él es despiadado. Sí, es arrogante. Pero precisamente por eso respetaría un pacto forjado en la fuerza. ¿Creen que los humanos nos verían de manera diferente? Ya están cazando a los vampiros. Una vez que su clase sea erradicada, ¿realmente creen que no volverán su atención hacia los hombres lobo? ¿Hacia nosotros?
Un pesado silencio cayó sobre la sala mientras las palabras de Talen calaban hondo. Dio un paso adelante, su voz firme y segura. —No podemos permitirnos ser los siguientes. Si nos quedamos de brazos cruzados, nos condenamos al mismo destino. Un pacto con los vampiros no es una muestra de debilidad; es una estrategia para la supervivencia.
Se volvió hacia Kael, su expresión inquebrantable. —¿Y quién mejor para sellar tal pacto que la propia princesa? Una unión de sangre y poder, una que obligue incluso al más orgulloso de los vampiros a pensarlo dos veces antes de traicionarnos. El príncipe Dimitri puede ser cruel, pero no es tonto. Sabe que tal alianza fortalecería su propia posición.
La mirada de Kael vaciló, pero no dijo nada. La sala contuvo la respiración, esperando la respuesta de su rey.
El corazón de Kael latía con fuerza en su pecho. Era una propuesta audaz, una que cambiaría todo. Pero Talen tenía razón. Los vampiros, al igual que los hombres lobo, habían estado escondidos en las sombras durante demasiado tiempo. Habían sido cazados, y ahora los humanos se habían vuelto audaces. Si no actuaban rápidamente, podrían encontrarse como los siguientes.
La voz de Kael era baja, deliberada, cuando finalmente habló. —Ofreceré la mano de la princesa en matrimonio. Y sellaré un pacto con los vampiros. Si ellos han de vivir, nosotros también. Si ellos han de luchar, lucharemos junto a ellos. No seremos el próximo objetivo de la sed de sangre de la humanidad.
Un murmullo de acuerdo pasó por el consejo, y aunque algunos eran reacios, sabían que la decisión del rey era definitiva.
—El pacto está sellado —dijo Kael, su voz inquebrantable.
Y así, se decidió. El destino de los hombres lobo, los vampiros y el reino humano ahora descansaría en el equilibrio de una sola unión. La mano de la princesa sería ofrecida, y con ella, una alianza forjada en el fuego de la supervivencia.
Pero lo que quedaba por ver era si el príncipe vampiro aceptaría.




























































































































































































































































































