24. El beso

Sus iris se clavaron en los míos, una promesa silenciosa en ellos. Encontré consuelo en esa pequeña promesa, sin importar lo poco que valiera. El calor de su cuerpo se irradiaba a través del apretado abrazo de mi edredón. No podía sentirlo, pero al mismo tiempo, sí podía.

Sus ojos bajaron, posándos...

Inicia sesión y continúa leyendo