Capítulo 10: La noche del accidente
El corazón de Ángela latía con fuerza mientras subía al taxi, todavía nerviosa. Había llegado a la calle Jaca, el mismo lugar donde su hermana había perecido y Leonardo había resultado herido. Sus emociones eran un enredo de curiosidad y miedo, desesperada por descubrir la verdad pero aterrada de lo que podría encontrar.
¿Por qué habían ocurrido dos accidentes en el mismo lugar la misma noche? Las preguntas la atormentaban mientras llegaba al centro comercial Mentara, un lugar desolado con pocos compradores debido a la falta de transporte público. Ángela se paró bajo un poste de luz parpadeante, sus ojos escaneando el lugar donde su hermana había perdido la vida. Había leído sobre ello en el periódico y lo había escuchado en las noticias, cómo el cuerpo de Esper había sido arrastrado por el motor a toda velocidad y cómo había muerto instantáneamente.
Ángela había estado al otro lado del mundo, demasiado lejos para despedirse. La muerte de su hermana había sido catalogada como un atropello y fuga, pero Ángela no podía sacudirse la sensación de que era algo más, algo más oscuro. Creía con cada fibra de su ser que Esper se había quitado la vida por culpa de Leonardo Vera.
De repente, la mirada de Ángela se posó en una vendedora al otro lado de la calle. Se apresuró hacia ella, su corazón latiendo con anticipación.
—Disculpe, señora —dijo sin aliento, esperando obtener algunas respuestas.
La mujer se levantó, su expresión era de puro terror.
—Por favor, no me haga daño —balbuceó.
Ángela se apresuró a tranquilizarla.
—No estoy aquí para hacerle daño a nadie. Mi hermana fue la mujer que murió en ese accidente. No estaba aquí cuando sucedió; trabajaba como enfermera en otro país.
Poco a poco, el miedo de la mujer comenzó a disminuir.
—¿Y por qué está aquí ahora? —preguntó—. Sucedió hace mucho tiempo.
Los ojos de Ángela se llenaron de lágrimas.
—Solo puedo venir ahora porque duele mirar el lugar donde murió mi hermana.
La mujer asintió con simpatía.
—Fue algo terrible —dijo suavemente—. Muchas noches no podía dormir pensando en ese accidente.
Ángela estudió el rostro de la mujer, dándose cuenta de que esta era la testigo que había estado buscando. Según las noticias, nadie había visto lo que le pasó a su hermana esa noche. Pero ahora, la testigo estaba justo frente a ella, disculpándose por estar allí.
—No es su culpa —dijo Ángela con suavidad—. Usted no causó el accidente.
La mujer pareció aliviada.
—Lo siento —dijo—. No quería asustarla.
Ángela respiró hondo, tratando de calmar sus nervios.
—¿Puede decirme qué vio esa noche? —preguntó—. Cualquier cosa que pueda ayudarme a entender lo que pasó.
La mujer dudó por un momento antes de hablar.
—Vi un coche negro que iba a toda velocidad por la carretera —dijo—. Golpeó a la mujer en la motocicleta y siguió su camino.
El corazón de Ángela se hundió.
—¿Recuerda algo más? —preguntó.
La mujer negó con la cabeza.
—No, eso es todo lo que vi —dijo—. Lo siento.
Ángela le agradeció y se dio la vuelta para irse, su mente dando vueltas con la nueva información. El coche negro había sido responsable de la muerte de su hermana, no el motociclista como habían informado las noticias. Era un descubrimiento impactante, y Ángela sabía que tenía que seguir investigando para descubrir la verdad.
La voz de la anciana testigo temblaba con intensidad mientras describía lo que había visto.
—Recuerdo haber visto a la mujer varada en medio de la carretera. Dos motociclistas fueron derribados de sus motos, pero la mujer no se movió. Luego, de la nada, un coche negro que estaba estacionado en la esquina aceleró hacia ella, golpeándola y arrastrándola. El coche se detuvo y luego retrocedió, golpeándola de nuevo. Estaba claro que el conductor del coche negro tenía la intención de matar a la mujer antes de irse.
Ángela se echó a llorar con la historia de la vendedora. No podía creer que alguien más hubiera quitado la vida a su hermana. Era obvio que Leonardo no tenía nada que ver con el trágico evento.
—¿Por qué no informó esto a la policía? —preguntó Ángela, su voz cargada de preocupación.
—Tenía miedo por mi seguridad y la de mi familia. Pensé que podría haber un asesino a sueldo en el coche negro —explicó la vendedora—. En ese momento, no podía arriesgarme a involucrarme en ninguna actividad criminal.
—Entonces, ¿por qué me lo está diciendo ahora? —presionó Ángela con entusiasmo.
—Me siento culpable por no haber hablado antes —respondió la vendedora—. Me prometí a mí misma que si alguna vez tenía la oportunidad de decirle a alguien la verdad, lo haría. Y ahora, usted ha venido. También recuerdo haber visto algo inusual: uno de los motociclistas se subió a un taxi y dejó al otro hombre atrás.
—Fredrick —susurró Ángela para sí misma—. ¿Dejó a Leonardo?
La vendedora continuó:
—Una ambulancia llegó poco después, pero tenía demasiado miedo de acercarme a la escena por si el perpetrador regresaba. No le conté a nadie más lo que vi.
—¿Viste la matrícula del coche negro? —preguntó Ángela, esperando una pista que pudiera llevar al asesino.
—No había matrícula en el coche —respondió la vendedora con tristeza.
Ángela se secó las lágrimas cuando su teléfono sonó inesperadamente. Contestó con vacilación:
—¿Hola?
—¡Ángela! —gritó una voz femenina familiar—. Soy la señora Vera. Por favor, ven al hospital rápidamente. Leonardo se ha suicidado. Se ha cortado la muñeca.
El cuerpo de Ángela tembló de incredulidad ante la noticia. Casi dejó caer el teléfono, abrumada por otro evento impactante. Después de despedirse de la vendedora, rápidamente tomó un taxi y se dirigió al hospital.
El taxi se detuvo bruscamente en la entrada de urgencias, y Ángela corrió adentro para encontrar a la madre de Leonardo llorando en el vestíbulo.
—¿Qué pasó, señora Vera? ¿Cómo pudo Leonardo cortarse la muñeca? ¿Qué lo llevó a esto? —preguntó urgentemente.
—No lo sé. La señora Gale y yo encontramos un cúter en su mano cuando lo revisamos mientras tú no estabas. Nos dimos cuenta de lo que estaba haciendo en su muñeca —respondió la señora Vera, todavía sollozando.
El doctor salió de la sala de emergencias y se acercó a ellas, preguntando:
—¿Quién está con el señor Vera?
—Yo, su madre —respondió rápidamente la señora Vera.
—Está estable ahora, pero ha perdido una cantidad significativa de sangre y necesita ser monitoreado de cerca —les informó el doctor.
Leonardo fue ingresado en el hospital, y Ángela se quedó a su lado mientras estaba inconsciente. Su mente estaba en un torbellino mientras trataba de entender todo. ¿Quién podría estar detrás del asesinato de Esper? ¿Y quién estaba en el coche negro? La historia de la vendedora había añadido otra capa de complejidad al caso, y Ángela sabía que había otro enemigo que necesitaba ser encontrado.
Leonardo abrió los ojos y vio a Ángela de pie junto a su cama de hospital.
—¿Dónde estoy? —preguntó débilmente.
—Deja de fingir que no sabes dónde estás. Estás en el maldito hospital —dijo Ángela con dureza.
Leonardo la miró, confundido.
—¿Por qué me engañarías? ¿Me enviaste lejos para que pudieras lastimarte?
Los ojos de Ángela se entrecerraron.
—Eres tan egocéntrico. No te importa cómo se siente tu madre viéndote desperdiciar tu vida. No te importa nadie más que tú mismo.
Leonardo se estremeció ante sus duras palabras.
—No quería lastimarla.
—Pero lo hiciste. Y ahora estás ahí tirado sintiéndote apenado por ti mismo en lugar de asumir la responsabilidad de tus acciones —espetó Ángela.
Leonardo no respondió, mirando al techo.
—Dime dónde conseguiste ese cúter que usaste para lastimarte —demandó Ángela.
—No lo sé, estoy ciego —murmuró Leonardo.
—No juegues conmigo. Encontraste ese cúter en algún lugar, y me vas a decir dónde —dijo Ángela con firmeza.
—Estoy ciego. No lo sé. Solo lo toqué en el baño —murmuró Leonardo.
Ángela entrecerró los ojos hacia él.
—¿Esperas que te crea? Siempre encuentras excusas y tratas de evitar la responsabilidad de tus acciones.
Leonardo cerró los ojos y la ignoró.
La mente de Ángela corría con diferentes posibilidades. Alguien quería hacerle daño a Esper, Fredrick había abandonado a Leonardo, y ahora él tenía un cúter para lastimarse. Sentía que alguien estaba moviendo los hilos detrás de escena.
Apretó los dientes y juró descubrir la verdad y castigar a quien fuera responsable.
Mientras colocaba las pertenencias de Leonardo en el armario, sintió un dolor agudo en su dedo. Miró hacia abajo y vio una cuchilla que la había cortado. Fue entonces cuando notó una cuchilla afilada en la bolsa de Leonardo.
El corazón de Ángela se hundió. Alguien estaba tratando de empujar a Leonardo hacia el suicidio, y no podía sacudirse la sensación de que de alguna manera estaba involucrada en ello. Su conciencia estaba en conflicto.
Cuando la puerta se abrió de golpe, fijó su mirada en la cuchilla reluciente y observó cómo Lara Chávez cruzaba la cama de Leonardo.
—Sal de aquí, enfermera —escupió Lara, su voz llena de ira—. Yo cuidaré de Leonardo.
Pero Ángela se negó a moverse.
—Me quedo —dijo con firmeza, bloqueando el camino de Lara.
