Capítulo 1 El hombre de las sombras
El día que lo vi por primera vez, no sabía si debía temerle o agradecerle.
El lugar no era el indicado para encontrar nada bueno: un bar oscuro, escondido en una calle donde las luces apenas se atrevían a encenderse. Yo estaba allí porque necesitaba sentir que aún podía respirar, aunque fuera entre humo de cigarro y música demasiado alta.
Habían pasado seis meses desde que mi esposo me dejó por otra mujer. Se llevó consigo mis sueños, mi seguridad y la poca fe que me quedaba en el amor. Yo, Isabella Duarte, me había quedado sola, con el corazón hecho pedazos y una vida que no reconocía como mía.
Esa noche, mientras revolvía el vaso de whisky que no podía terminar, lo vi entrar.
No hizo falta que nadie lo anunciara. Su sola presencia cambió el aire del lugar. Alto, con el traje negro ajustado a la perfección, caminaba como si cada centímetro de ese bar le perteneciera. Los murmullos se apagaron. Incluso la música pareció bajar de volumen.
Yo no sabía su nombre aún, pero ya lo había escuchado en susurros: Marco Leone.
El hombre que todos respetaban. El hombre que todos temían.
Nuestros ojos se cruzaron un instante. Sentí un escalofrío en la espalda, como si alguien hubiera descubierto mis secretos más íntimos. Aparté la mirada de inmediato, pero ya era tarde. Él había fijado su atención en mí.
—¿Puedo? —su voz grave me sorprendió al oído.
Alcé la vista y lo encontré de pie frente a mí, una sombra imponente que eclipsaba todo a su alrededor.
—Es un país libre —murmuré, intentando sonar más fuerte de lo que me sentía.
Sonrió de lado, como si hubiera disfrutado mi respuesta, y se sentó junto a mí. El barman no esperó órdenes: sirvió un vaso de whisky doble y lo deslizó hacia él con manos temblorosas.
Yo trataba de parecer tranquila, pero mi corazón golpeaba como loco. No tenía sentido: era un extraño. Un hombre peligroso. Y, sin embargo, había algo en él que me atraía como un imán prohibido.
—No te he visto antes —dijo Marco, con esa voz que parecía arrastrar sombras.
—Tampoco me verás otra vez —repliqué, bajando la mirada.
Él soltó una leve carcajada.
—No deberías mentir tan descaradamente. Tus ojos dicen otra cosa.
No supe qué responder. Era verdad: había algo en mí que no quería huir, sino quedarse. Y eso me asustaba más que cualquier rumor que hubiera escuchado de él.
El tiempo se volvió extraño. Conversamos poco, pero cada palabra era como un reto, un juego peligroso que ninguno de los dos quería perder. Él preguntaba poco, observaba mucho, y cuando sus ojos se posaban en mí, sentía que me desnudaba más allá de la piel.
No me di cuenta de la hora hasta que el bar comenzó a vaciarse. Marco se levantó primero y me ofreció la mano.
—Te llevo a casa.
—No es necesario —respondí rápido, demasiado rápido.
—Lo es. —Su tono no admitía discusión.
Me encontré caminando junto a él hacia un auto negro estacionado justo en la entrada. Dos hombres de traje oscuro estaban junto al vehículo, rectos, vigilantes. Me recorrió un escalofrío: no eran choferes, eran guardaespaldas.
El interior del auto olía a cuero y a un perfume intenso que ya asociaba con él. Marco se sentó a mi lado, y el mundo se volvió un espacio reducido, cargado de tensión.
—¿Por qué te escondes en bares como ese? —preguntó sin mirarme, mientras el auto arrancaba.
—No me escondo. Solo… olvido.
—¿Olvidas o huyes?
Me mordí el labio. Odiaba que me leyera tan fácilmente.
El camino fue silencioso, roto apenas por la respiración contenida entre nosotros. Cuando el auto se detuvo frente a mi edificio, Marco se inclinó ligeramente hacia mí. Sus ojos, oscuros y brillantes, estaban demasiado cerca.
—No es seguro para una mujer como tú andar sola de noche.
—¿Y qué tipo de mujer soy yo? —pregunté con un hilo de voz.
Sonrió con un dejo de misterio.
—La que no sabe lo peligrosa que es.
Abrí la puerta antes de que pudiera decir algo más. Necesitaba aire, distancia, cordura. Caminé hacia la entrada del edificio sin mirar atrás, pero antes de entrar escuché su voz grave, retumbando en la noche:
—Nos volveremos a ver, Isabella.
El corazón me dio un vuelco. Nunca le dije mi nombre.
Esa noche no pude dormir. Cerraba los ojos y lo veía: su sonrisa torcida, su mirada penetrante, el calor que irradiaba solo con estar cerca. Y también veía algo más: peligro, fuego, un abismo que me llamaba por mi nombre.
Me repetí mil veces que no debía pensar en él, que era una locura dejar que alguien como Marco Leone invadiera mi vida. Pero la semilla ya estaba sembrada.
Al amanecer, un sobre blanco apareció debajo de mi puerta. Lo recogí con manos temblorosas. Dentro había una única hoja de papel.
No había texto, solo una foto.
Era yo. Sentada en el bar la noche anterior, con mi vestido rojo arrugado y la copa a medio beber.
Y detrás de mí, apenas visible entre las sombras… Marco.
Sentí que el suelo desaparecía bajo mis pies.
¿Quién había tomado esa foto? ¿Y por qué la habían dejado en mi puerta?
































