30

El policía me llevó afuera. Me abracé a mí misma en un intento de cubrirme, pero sabía que no serviría de nada. La limusina negra de Bruce estaba estacionada junto a la acera, y mi corazón estaba en la garganta.

—Aquí tiene, señora Martínez —sonrió el policía—. Que tenga una buena noche.

Le asentí...

Inicia sesión y continúa leyendo