Capítulo 85: la culpa y la luna rota

La sangre seca dejó un olor que ni el fuego ni el viento podían borrar. Me levantaba por las noches con el sabor del hierro en la boca y la imagen de manos que me sujetaban, intentando arrancarme como si fuera un botín. A veces me despertaba pensando que aún tenía las sogas en las muñecas, que mi...

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