Capítulo 7 Los Duarte

Sara Sandoval

7:59 a. m.

Llegué puntual a la recepción de DC Automotive Group. A pesar de mis mejores esfuerzos, no pude evitar que los nervios me acompañaran hasta la entrada. Pero también estaba emocionada. Era mi primer día en una de las empresas más importantes del país. Respiré hondo antes de cruzar la puerta, mentalizándome para lo que esperaba fuera una experiencia enriquecedora en el área de mantenimiento de máquinas «mi favorito» o al menos en producción, donde también me sentiría como pez en el agua.

Un guardia uniformado me abrió amablemente la puerta de vidrio templado. Le dediqué una sonrisa y avancé con paso firme hacia la recepción.

La mujer detrás del escritorio parecía sacada de una portada de revista: ojos delineados en un perfecto cat eye, maquillaje impecable y cabello peinado con precisión milimétrica.

“¿Les pagarán también como para venir así todos los días?”, pensé no sin algo de diversión.

—Buenos días. Mi nombre es Sara Sandoval, soy la nueva practicante. Vengo del Instituto Tecnológico. Me llamaron para presentarme hoy.

—Ah, sí…  —dijo, ladeando la cabeza mientras parecía dudar por un segundo—. Permíteme un momento.

Tomó el teléfono con elegancia y marcó con rapidez. No escuché lo que dijo, pero luego hizo un gesto con la mano indicándome que la siguiera.

Nos subimos al ascensor y ascendimos hasta el último piso. Las puertas se abrieron directamente hacia una sala amplia donde había al menos ocho escritorios ocupados. Todos trabajaban en completo silencio, tecleando y leyendo documentos como si fueran parte de un sistema perfectamente sincronizado.

“Sí, definitivamente este ambiente me gusta,” pensé. Me sentía cómoda en lugares así: estructurados, rápidos, sin necesidad de socializar demasiado. Aunque mis amigos insistieran en que yo no era tan tímida como solía creer.

Caminamos hasta el fondo del espacio, donde una mujer ya nos esperaba. Era joven, quizá de unos treinta y tantos años, con el cabello corto y rizado, vestía un conjunto en tono marfil con tacones a juego. Su presencia era pulcra y segura.

Me recibió con una sonrisa cálida.

—Hola buen día, Sara. Soy Leyla, jefa de asistentes y secretaria del señor Álvaro Duarte. Bienvenida a DC Automotive Group. Ven, toma asiento.

Me señaló una silla frente a su escritorio. Me senté con el bolso en el regazo, sintiéndome como en una entrevista importante, aunque técnicamente ya me habían aceptado.

Leyla se tomó un segundo antes de continuar, como si buscara las palabras exactas.

—Bueno… como sabes, DC es una de las empresas automotrices más exitosas del país. Cada año, recibimos decenas de solicitudes de estudiantes que quieren hacer sus prácticas aquí. Este año, tú fuiste seleccionada.

Asentí, intentando mantener la compostura. Sentía que mi corazón golpeaba con fuerza bajo el saco del traje sastre.

—Debo preguntarte —continuó— si tienes disponibilidad para cumplir un horario completo de ocho horas. Aquí valoramos mucho la disciplina y la constancia. A cambio, claro, el apoyo económico que recibirás es considerable, más alto que en la mayoría de los programas estudiantiles.

—Sí, por supuesto —respondí con entusiasmo—. Ya terminé todas mis materias. Estoy completamente disponible para el horario que se me asigne. Vengo mentalizada para dar lo mejor de mí.

Leyla sonrió, complacida.

—Perfecto. En ese caso, solo falta que el señor Álvaro te reciba para explicarte personalmente el puesto que vas a desempeñar.

Leyla me ofreció un vaso con agua mientras tomaba algunos documentos de una carpeta color vino.

—Cuéntame un poco más de ti, Sara —dijo con genuino interés—. ¿Qué te llevó a estudiar Mecatrónica?

Me relajé un poco con su tono cálido. Me agradaba. Tenía ese aire de mujer profesional, firme pero humana.

—Desde niña me han fascinado las máquinas. Supongo que es culpa de mi papá…él trabaja en una mina —reí suavemente— siempre andaba con herramientas en la mano y yo era su sombra. Luego empecé a interesarme en los robots industriales, en automatización, y bueno… aquí estoy.

—Vaya, eso suena apasionante —comentó ella mientras anotaba algo—. Me encanta cuando alguien tiene claro lo que le gusta desde tan joven.

Asentí con una sonrisa tímida. Estábamos empezando a entrar en una conversación más fluida cuando, de pronto, un par de voces alzadas retumbaron desde el otro lado de una puerta cercana. Eran masculinas, firmes… una discusión, sin duda.

Abrí los ojos como platos, dando un pequeño respingo en mi asiento.

—¿Qué fue eso? —pregunté, sin poder ocultar mi sobresalto.

Leyla se limitó a sonreír con serenidad.

—No te preocupes, ya te acostumbrarás.

—¿Acostumbrarme a qué exactamente? —pregunté, aún algo tensa.

—A los Duarte. —Suspiró con una mezcla de resignación y cariño—. El señor Álvaro y sus hijos. Hombres de carácter fuerte… como fuego con fuego. Cuando se encienden, no hay quien los detenga. Es parte de su personalidad, de su legado. Ahora mismo el señor Álvaro está con ellos, seguramente discutiendo algo importante.

Asentí, aun con los latidos alterados. Mi mente intentó hacer una conexión.

Algo me removió en el fondo de mi memoria… una imagen borrosa, como sacada de un sueño:Un día soleado. Yo, corriendo con una risita desbordante. Una niña muy risueña, también había otro niño. Recuerdo que jugábamos a las escondidas. Él me buscaba con torpeza, como si no quisiera encontrarme del todo.

—Creo que… los conocí alguna vez, Álvaro Duarte es amigo de mis padres —murmuré, más para mí que para Leyla.

—¿Sí? —preguntó, curiosa.

—Hace muchos años… tendría cuatro o cinco. Pero no podría reconocerlos ahora. Son solo retazos vagos, ni siquiera recuerdo bien sus rostros.

Leyla volvió a sonreír, como si entendiera perfectamente ese tipo de memorias distantes.

—Eso suele pasar. Pero créeme, cuando los veas… difícilmente los vas a olvidar otra vez.

Reí suavemente sin saber por qué esas palabras me causaban un cosquilleo extraño en el estómago. Tal vez era simple ansiedad. O intuición.

Escuchamos la voz del tío Álvaro y Leyla se levantó de inmediato.

—Debe ser el momento —dijo con una sonrisa profesional—. Vamos, Sara. El señor Álvaro quiere verte.

Asentí con un nudo en el estómago. Caminamos por un pasillo alfombrado que parecía más elegante a cada paso. Justo antes de abrir la puerta, escuché una última carcajada apagada del interior… y una sensación extraña recorrió mi espalda.

Leyla tocó y abrió con suavidad.

—Con permiso, señor Álvaro. La señorita Sandoval ya está aquí.

Tío Álvaro levantó la mirada desde su escritorio. Era un hombre imponente, con el porte de quien ha llevado el mundo sobre los hombros durante décadas, pero con una calidez oculta tras sus ojos castaños. Se acercó al verme y sonrió.

—¡Sara! —dijo caminando hacia mí—. Qué gusto verte, has crecido tanto.

—Gracias, tío Álvaro —respondí con una sonrisa tímida. Aunque no sabía si ahora que sería mi jefe tendría que llamarle señor como Leyla.

Me hizo pasar al centro de la oficina. Fue entonces que los vi.

Dos hombres de pie junto al escritorio.

Uno de ellos me dedicó una sonrisa amable, juvenil, incluso algo traviesa. Vestía un traje azul oscuro y tenía los ojos más bonitos que había visto en años, cálidos y expresivos.

El otro…

Mi corazón dio un vuelco.

Él estaba de brazos cruzados, mirando con desdén. Impecable. Alto. La mandíbula firme, ese cabello oscuro ligeramente despeinado como si ni siquiera le importara verse perfecto. Pero lo era. Y sus ojos… sus ojos me atravesaron con una mezcla de reconocimiento, burla y desafío.

¡El tipo del Starbucks!

No puede ser.

¿Él… es uno de los hijos de Tío Álvaro?

Mis mejillas se encendieron al instante.

—Sara —dijo Tío Álvaro, ignorando la tensión que se acababa de formar—, ellos son mis hijos: Erik, el menor… y Ernesto, el mayor.

—Mucho gusto —dije educadamente, aunque evité mirar directamente a Ernesto. Así se llamaba.

—Ella será tu nueva asistente personal, Ernesto —agregó tío Álvaro.

¿Perdón?

—¿Asistente? —repetí en voz baja, como si no hubiera escuchado bien.

Miré a tío Álvaro, tratando de mantener la compostura, pero sentía cómo mi estómago se encogía.

—No sabía que… que iba a ser asistente. Mi carrera es en Ingeniería en Mecatrónica, pensé que estaría en producción o mantenimiento…

Ernesto soltó una risa breve, seca, apenas un bufido burlón.

—Tranquila, si no puedes con el puesto, puedes decirlo desde ahora. Nadie te va a juzgar —dijo con una sonrisa ladeada que me encendió la sangre.

¿Cómo se atrevía?

Lo miré fijamente. En mi interior algo hizo clic, como si una chispa hubiera encendido una llamarada silenciosa.

Le sonreí con firmeza, clavando los pies en el suelo.

—Claro que puedo. Acepto el puesto —dije mirando a tío Álvaro—. Si confías en mí, lo haré lo mejor posible.

Tío Álvaro sonrió satisfecho.

—Eso quería oír. Ernesto, por favor explícale a Sara sus funciones.

Ernesto suspiró con un evidente fastidio y se giró hacia su escritorio, como si cargar con mi presencia ya fuera una molestia.

Antes de que dijera algo, Erik se acercó y me ofreció su mano con una sonrisa encantadora.

—Ven, Sara. Te mostraré dónde está su oficina, así no te pierdes por aquí —dijo mientras entrelazaba ligeramente sus dedos con los míos. Su voz sonaba ligera, amable… por un instante me tranquilizó.

Lo seguí, sintiendo su cercanía y su mirada sobre mí.

Mientras caminábamos por el pasillo, me atreví a mirar de reojo hacia atrás.

Allí estaba Ernesto caminando detrás de nosotros, observándome con esa expresión irónica e impenetrable.

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