Se acabó el juego

—¡Oh, cariño, el anillo es simplemente hermoso!— Mi mandíbula se tensó ante la horrenda voz aguda. Cada vez que esa mujer abría la boca, sentía como si un montón de cuchillos me apuñalaran los oídos continuamente. Estaba convencido de que Gataeno era parcialmente sordo. Era imposible que escuchara e...

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