Capítulo 2 ¡Cásate conmigo!
El escándalo no tardó en estallar.
Una estudiante de la facultad, al verla salir del coche de Pablo a horas indebidas, la denunció ante el Decano. Aunque otros estudiantes sabían de las inclinaciones de Pablo y sus insinuaciones, solo Vivianne, fue llamada ante el consejo de profesores y directivos.
―Señorita Aldana, ―declaró el Decano con una voz seca y crucial, ―su conducta ha violado el código de integridad académica y profesional de esta institución.
―Pero yo… Yo no he hecho nada malo, solamente aprendía del arte y sus complejidades, profesor, por favor. ―Suplicaba la muchacha ante el Decano y el consejo.
― ¡Ha violado las normas de nuestra institución! Por lo tanto, su profesor, el señor Mistral, ha sido multado por falta de juicio, pero usted, como estudiante que ha aprovechado su posición para obtener ventajas, queda inmediatamente expulsada de la Facultad de Artes, sin derecho a ser revocada mí decisión.
Vivianne intentó defenderse, sin resultados.
― ¿Ventajas? ¡Él me sedujo! ¡Él era mi profesor! Él es... ¡El responsable de mi formación! Yo no he tenido nada que ver con este señor, excepto como aprendiz del arte en general, de la escultura que es mi pasión. ―Decía casi entre sollozos. ―Dígale profesor, yo no he hecho nada, ¡No es justo!
El profesor Pablo Mistral desviaba su mirada hacia otro lado con tal de no ver a los ojos a Vivianne. Era, su trabajo en la universidad que le había costado mucho sacrificio y mantener el apellido de su familia en alto o aquella inocente alumna y un futuro hecho trizas, aunque no tenía culpa de nada.
El Decano se limitó a acomodar su corbata, y continuó:
―Usted es una adulta, señorita. Y el futuro del profesor Mistral, no está en riesgo, sin embargo, el suyo, desafortunadamente, sí lo está. Debió haber pensado eso antes.
Vivianne salió de la facultad con el corazón roto y la vergüenza grabada en su rostro.
Su vida, sus sueños, su identidad, todo se redujo a una carpeta de expediente y a una falta administrativa y social que solo ella pagó, lamentablemente, lo hizo con su futuro, mientras que el victimario, lo hizo, pero con una buena suma de dinero y un expediente limpio, como si nada hubiera pasado.
Dos años más tarde…
Vivianne Aldana, la joven promesa de la escultura, era ahora una empleada más en La Espiga De Oro, una panadería ubicada a cuarenta minutos de la casa de sus padres.
Sus manos, antes dedicadas a moldear formas intensas, ahora estaban cubiertas de harina, amasando pan y pastelillos.
Durante ese tiempo, la monotonía era su castigo.
Un jueves por la tarde, mientras colocaba una tanda de medialunas recién horneadas sobre la vitrina, la campana de la puerta tintineó.
Vivianne, levantó la vista.
Pablo Mistral estaba allí, justo frente a ella.
Ahora, un poco más delgado, quizás, pero con el mismo traje de lana fina y esas ínfulas de intelectualidad impenitente. Al verla, sus ojos se ensancharon con una mezcla de sorpresa preparada y una culpa que llevaba a cuestas y que le pesaba cada día un poco más.
Sin pensarlo dos veces, se acercó a ella.
―Vivianne... ¡Dios mío! ¡Eres tú! ―Le dijo, un tanto emocionado.
Ella se quedó estática, con la bandeja de medialunas aún en sus manos, pero sin que las palabras salieran de ella fácilmente, aunque en su estómago revoloteaban insectos, transformándose.
―Profesor Mistral. No esperaba verlo aquí. ¿Qué hace en este lugar? ¿Cómo me encontró?
―No me llames así, ―respondió con la voz grave y con un ápice de dolor en ella. ―Lo que hice... el daño que te causé, ¡Perdóname! He vivido con ello, Vivianne, cada día, culpándome por lo que te hice. ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué no estás en una galería en Milán?
―Porque mi galería de Milán me cerró las puertas, ―respondió ella, con mucha tristeza en la voz. ―Gracias a usted.
Pablo hizo un gesto de dolor, como si ella le hubiera clavado una daga en el corazón.
―Lo sé. Fui un estúpido, un desgraciado, un egoísta que solo pensó en su propia pasión y en su familia, en el qué dirán… en vez de haber pensado en ti, mi pequeña Vivianne. ―le dijo, acercándose a ella, mirándola a los ojos ―Pero he cambiado, de verdad, he reflexionado.
―No creo que haya hecho eso. ―le dijo, dándole la espalda, ―Para usted, su familia y su nivel social, siempre ha estado por las alturas. Yo solo fui una tonta que cayó en sus redes, pensando que podría aprender de usted y de su experiencia, pero usted solo tenía otras intenciones conmigo.
―Por favor, Vivianne. Créeme, no soy el mismo, me fui de la universidad hace un año, ahora me dedico a la consultoría. Mi vida no podía ser la misma, es tan vacía sin arte... pero sobre todo sin ti. ―decía aquel hombre con los ojos aguados.
―No creo en usted, ¡No puedo creer en nada de lo que me dice!
― ¡Vivianne! ¿Por qué no crees en mí?
― ¿Le parece poco todo lo que usted me hizo? Se encargó de truncar mi carrera como artista integral, lo echó todo por la borda, me quedé vacía, señalada por mis compañeros y por la misma sociedad. No me merecía eso, señor.
Pablo se inclinó, apoyando las manos en el mostrador.
―Te busqué, Vivianne, te he buscado por todos lados, por todo París, por toda Europa... Y ahora que te encuentro... por favor, te lo suplico, permíteme repararlo. ―exclamó el hombre con la tristeza posándose en su corazón, ―Sé que todo lo que hicimos fue un error, sí. Pero la conexión que tenemos, esa pasión, es irrefutable, jamás la he tenido con nadie, con absolutamente nadie, excepto contigo Vivianne, solo contigo.
Vivianne sintió la vieja debilidad, esa necesidad desesperada de que su dolor tuviera sentido al menos una vez en la vida.
―Repararlo, ¿cómo? Pablo. ―indagó, curiosa.
Él tomó una de sus manos, cubierta de harina, y la besó con reverencia.
―Casémonos, Vivianne. ¡Cásate conmigo! ―le dijo, mirándola a los ojos.
― ¿Qué? No estarás hablando en serio, Pablo. ―exclamó, sorprendida.
― ¡Claro que estoy hablando en serio, Vivianne! Dame la oportunidad de ser el hombre que mereces, por favor, te lo ruego. Te daré estabilidad, seguridad, un hogar donde podrás volver a hacer arte sin presiones, tú y yo seremos un equipo. ¡Te lo prometo! Es más, yo te protegeré del mundo que nos juzgó. Vivi, Vivianne, por favor ―le suplicaba el hombre, arrodillándose ante ella.
Para Vivianne la propuesta era un salvavidas envuelto en culpa y, probablemente, en manipulación, pero era la única forma que ella veía de volver a tener una identidad que no fuera la de "la chica expulsada", pues si él, siendo el responsable de todo, la elevaba a su esposa, tal vez el sacrificio no habría sido en vano y ella podría tener de nuevo todo lo que perdió por él.
Vivianne miró sus manos, en las que, hacía mucho tiempo, ya no había arcilla. Solo harina.
―Pablo... Esto no puede ser, no ahora, ya no hay tiempo para esto ―le dijo, decidida, aunque había una chispa encendiéndose desde hace mucho en su corazón.
―No puedo vivir un día más sin ti, te lo ruego, ―insistió él, ―te compensaré por todo, ya no estarás sola ni desamparada jamás. ¡Te lo prometo, Vivianne! ¡Déjame ser el hombre de tu vida!
Con un suspiro que liberó más pena que esperanza, la joven Vivianne Aldana, tomó la decisión que sellaría sus siguientes décadas.
―Está bien, Pablo. Te daré la oportunidad que ahora me estás pidiendo.
― ¿Sí? ¿De verdad, mi pequeña Vivianne?
―Acepto, casémonos.
