Capítulo 6 ¡Ella es una GRAN artista!
Dos semanas antes de Navidad, Pablo, como siempre, extendió una invitación a su socio y a algunos clientes junto a sus parejas para la celebración prenavideña que organizaba en su hogar. Vivianne estaba terminando de preparar la mesa cuando su esposo se acercó y observó de manera crítica el detalle que había colocado encima de la mesa.
—¿Qué es eso que has puesto debajo de los vasos? —inquirió Pablo con molestia.
—Es un detalle para tus invitados. . . los hice yo. ¿No te gustan? —preguntó nerviosa, notando la reacción de su esposo.
—¿Qué significa esto, Vivianne? ¿Sigues con tus tonterías? No creas que eso que llamas artesanías me va a hacer quedar bien. ¿Desde cuándo, Vivianne? ¿Desde cuándo me estás tomando el pelo?
—Pablo, por favor, no lo tomes de esa manera. No es para tanto.
— ¡Responde! ¿Desde cuándo lo estás haciendo? —insistió, apretando los dientes al hablar.
—Desde hace unos meses, paso el día sola, y estoy haciendo lo que me gusta, además no estoy lastimando a nadie. —Respondió temblando ligeramente.
—Creí que habías cambiado de opinión, pero actúas como una niña mimada y desobediente, ¡Me tienes harto! ―exclamó el hombre con cara de furia.
Pablo se dio la vuelta y se dirigió al estudio, cerrando la puerta tras de sí y revisando algunos documentos. Vivianne sabía que era mejor no interrumpirlo cuando se enojaba, se secó las lágrimas y continuó preparando la cena para los diez invitados de su esposo.
La cena transcurrió en un ambiente tenso por parte de Pablo, quien parecía tranquilo con los invitados, pero que le dirigía miradas desaprobatorias a ella.
La situación empeoró cuando una de las señoras, esposa del cliente más relevante de Pablo, elogió en exceso el detalle que había preparado Vivianne, lo que hizo que Pablo la mirara con mucho más desprecio.
—¡Oh! Me encanta, ¡Qué hermoso portavasos! Tienes que decirme dónde los compraste, quiero hacer unos regalos y esto sería perfecto —comentó otra de las invitadas.
—Gracias, me alegra que te guste, los hago yo. Desde siempre me ha fascinado la artesanía y el reciclaje de metal, cartones y otros, así que decidí crear mis propias piezas. Tengo una página en Artprint donde comparto mis diseños, si te interesa, puedes visitarla —se atrevió a decir Vivianne, aunque parecía más bien que estaba pidiendo disculpas, mirando de reojo a Pablo y hablando en voz muy baja.
—Desde luego, son preciosos, ¿me venderías alguno? ―musitó la invitada contenta con las creaciones de Vivianne.
—Por supuesto, cuando desees nos reunimos y te muestro, también puedo hacerlos a medida.
—¡Pablo! ¡Qué bien lo guardabas, tu esposa es una gran artista y no nos habías comentado nada! —exclamó maravillada la invitada, pensando que al elogiarla ganaría su favor.
—Eso dice ella, se lo cree mucho eso de manchar lienzos y hacer cuatro tonterías —dijo, tratando de ocultar su enfado, pero sin lograrlo.
—Lo es, Pablo, lo es, son piezas hermosas y con un estilo singular, y yo sé de eso. —Confirmó la mujer.
Pablo cortó la discusión con un gesto de la mano y una mueca de desagrado poco sutil, le irritaba que Vivianne acaparara la atención por sus ridículos portavasos.
Terminada la comida, los invitados se trasladaron a la sala para disfrutar del café y las copas. En ese instante, Pablo se dirigió a la cocina y le dio un gran discurso a su esposa, expresándole en un tono bajo y amenazante que nunca había sentido tanta vergüenza por ella.
―Ni te creas las palabras y los elogios que te hicieron hace un momento, esos portavasos son porquería, como todo lo que hacías en la universidad, ¡Con razón te expulsaron de ahí! Porque no servían ninguna de las esculturas que hacías ni las pinturas. ¡Siempre has sido una mediocre!, Vivianne. ―le decía el hombre en voz baja, haciéndola sentir muy mal.
―Tú sabes bien que no me expulsaron de la universidad por mis creaciones, sino por tu culpa, Pablo. Me enamoraste y me sedujiste para sacarme del juego. Eres malvado conmigo, que no lo he merecido. ―le respondió Vivianne entre sollozos.
―Deja de decir estupideces, no sirves para nada, ¡Métete eso en la cabeza! ―le dijo, levantando su mano a la altura de la sien de Vivianne, dándole toques con el dedo índice en ella.
Le advirtió que no se le ocurriera hacer algo semejante en ninguna de sus futuras reuniones, mucho menos con sus visitantes.
Vivianne escuchaba a Pablo sin comprender su reacción.
¿Qué mal había hecho ella con su pasión? ¿Por qué le incomodaba tanto que a la esposa de su cliente le agradara su trabajo? No lograba entender una actitud tan egoísta.
Su mente estaba desbordada de preguntas, cuestionándose por qué debía pagar un precio tan alto por preservar su matrimonio y haber renunciado en un principio a su arte, solo por amor.
Pablo nunca hacía ningún esfuerzo, no valoraba sus propuestas y, por lo general, cerraba la conversación con un rotundo no. Se marchó dejándola en silencio, así que, tan pronto como pudo, subió y se sentó ante el pequeño escritorio que tenía en un rincón del dormitorio, ya que era impensable colocar su ordenador en el estudio de su esposo; por pequeño que fuera, a él también le incomodaba.
Eran las dos de la madrugada y estaba exhausta, pero no tenía sueño, su nerviosismo le impedía relajarse. Pablo estaba en el despacho con dos colegas, disfrutando de una última copa y discutiendo un par de asuntos. Nunca le explicaba sobre sus negocios y con el tiempo ella había aprendido a no molestarle por su falta de consideración.
Encendió la computadora, quizás buscando compañía, aunque únicamente virtual, y envió un mensaje a cada uno de sus hijos para felicitarlos por las fiestas. No quería llamarlos ya que prefería no incomodarlos con la tristeza que podría transmitir su voz, así que el mensaje fue optimista; los problemas que ella tuviese con su padre no tenían por qué afectarles a ellos.
Accedió a su correo electrónico y dejó mensajes para ambos, además aprovechó para revisar su Artprint y pensó en hacer una publicación felicitando las fiestas a todos sus clientes que tenía añadidos como amigos.
Justo al abrir la página, recibió una notificación en la bandeja.
Tenía un nuevo mensaje.
—Felices fiestas por adelantado, ¿Todavía despierta? —preguntó Santiago.
—Felices fiestas a ti también, hemos recibido visitas y no puedo dormir. ¿Y tú, también batallas con el insomnio? Así como yo…
—Casi, pero no, estoy trabajando. Debo entregar unos artículos y necesito completarlos porque mañana será un día bastante complicado, hay que ganar tiempo.
Vivianne no esperaba volver a interactuar con Santiago y menos en esos días. Se sintió bastante sorprendida, tanto por la hora como por el saludo; cada vez tenía menos claro qué pensar acerca de ese extraño individuo.
—¿Has hecho negocios? Son días de regalos, de visitas, de compañía, espero que tengas una lista de espera. —Santiago volvió a iniciar la charla
—En absoluto,
—Verás que todo saldrá muy bien y tus artículos se leerán—corrigió Vivianne con buen ánimo.
—Vaya, tendré que estar atento, señorita Allende, jajaja —respondió Santiago en tono juguetón. —En tu caso, también me gustaría tener días de ventas.
—No es que me interese mucho vender, apenas soy una aficionada. Lo que pasa es que soy muy romántica y disfruto más al regalar que al recibir regalos. ―escribió Vivianne
—¿Y a mí qué me regalarías? —preguntó Santiago de repente — No se trata de que me lo des, ¿eh? Los tiempos actuales no son para lujos.
—Uff, es complicado, no sé lo suficiente de ti, déjame pensar… te regalaría una entrada para el teatro —respondió finalmente.
—¡Ah! Me encanta, ¿Y qué obra veríamos? ―preguntó interesado.
—¿Veríamos? Yo no, no soy muy fan del teatro musical, te daría una entrada para el teatro Picasso, que está presentando “El hombre con el que sueñan las mujeres cuando sueñan con hombres”, jajaja.
—Es decir, para entenderlo, me llevarías al teatro a una obra que a ti no te agrada. ¡Gracias, señorita, por su amabilidad!
—Perdona, perdona, creo que no consideré bien el regalo, lo cambio por una muestra fotográfica, ahí sí iría contigo.
—Eso me parece mucho mejor.
—Y tú, ¿qué me obsequiarías? —preguntó ella sin pensar, sintiéndose algo arrepentida de su osadía.
—Creo que te regalaría un libro.
—Me encanta la lectura, ¿cuál libro me regalarías?
—No te enamores de tu enemigo.
—No lo conozco, pero el título suena prometedor, jajaja, lo tendré en cuenta —respondió Vivianne, intrigada por lo que significaba el título.
—Me encanta la idea de la exposición, sería un placer acompañarte, además, con alguien se vuelve más interesante que ir solo. ¿No te parece?
—Me gustaría, pero mi tiempo libre es limitado —se disculpó Vivianne—. Se me está haciendo tarde, debo irme, buenas noches.
—Buenas noches, me encantaría conocerte, eres una mujer muy interesante —le dijo Santiago al despedirse.
