142

Los ojos de Kamara se abrieron de horror. No la había puesto bajo arresto domiciliario en mucho tiempo porque sabía cuánto lo odiaba. —¡Por favor, padre, lo siento! —lloró.

—¡Esta locura tuya DEBE parar! —ladró él mientras la puerta se abría y tres guardias entraban y se inclinaban ante su rey.

—L...

Inicia sesión y continúa leyendo