Cap. 6: La propuesta.

Apenas cruzaron el umbral de la casa, Fabio caminó con pasos firmes por el pasillo principal. Alma lo seguía en silencio y el corazón todavía latiéndole como un tambor. No se detuvo a observar los cuadros ni los muebles de estilo europeo. Solo podía pensar en la tensión que se acumulaba en sus hombros.

Él abrió la puerta de un despacho elegante, con una biblioteca de madera oscura, un escritorio de líneas sobrias y una chimenea apagada.

—Entra —ordenó sin mirarla.

Ella obedeció.

Fabio cerró la puerta con un chasquido. Se giró despacio, cruzando los brazos.

—Ahora habla. ¿Cómo te llamas? ¿Qué ocurrió? ¿Por qué huías de esos hombres? ¿Por qué querías matarte?

Alma tragó saliva. Sus dedos jugueteaban con el dobladillo de la bata, tenía los ojos clavados en el suelo. Pero luego alzó la mirada, temblorosa pero firme.

—Soy Alma Márquez. Vine de México engañada. Me ofrecieron una beca para estudiar arte. Era mentira. Me quitaron mis documentos, me dejaron sola en un país que no conozco. No tengo cómo volver. No tengo a nadie.

Fabio no reaccionó.

—He sobrevivido como he podido. Trabajaba en ese restaurante… y el gerente me acosaba. —Su voz se quebró un segundo—. Me acusó de robar dinero, quiso... obligarme. Me defendí. No robé. Solo quería irme.

Él entrecerró los ojos.

—¿Y tu brillante idea fue tirarte de un puente?

Alma lo miró, cansada.

—Estoy harta. No tengo fuerzas. Solo quería que terminara.

El silencio se instaló como una sentencia.

Entonces Fabio se acercó y se apoyó en el escritorio, a escasos centímetros de ella.

—Te tengo un trabajo —dijo.

Ella parpadeó, confundida.

—¿Qué clase de trabajo? —preguntó—, no sé ni su nombre.

Él la observó largo rato. No había rastro de emoción en su rostro.

—Soy Fabio Leone. Y no suelo compartir detalles de mi vida privada, pero necesito aparentar que tengo una relación estable con una mujer. Estoy peleando la custodia de mi sobrina. Y la familia de su madre está buscando cualquier excusa para quitármela.

Alma retrocedió un paso, horrorizada.

—Eso… eso es prostitución.

Fabio curvó los labios en una sonrisa que no alcanzó sus ojos.

—No. Es estrategia. No habrá contacto físico, a menos que tú lo desees.

La frase la golpeó como un látigo. Su piel se erizó.

—¡Jamás! Yo no me vendo. Tengo dignidad.

Él se inclinó ligeramente hacia ella, su voz sonó más baja, pero igual de afilada.

—La dignidad no te sirve de nada cuando estás sola, sin papeles, y con la policía a la vuelta de la esquina. Yo puedo ayudarte… o destruirte.

Alma lo fulminó con la mirada, pero no dijo nada.

—Si aceptas, te conseguiré tus documentos, te pagaré bien y, si haces lo que te pido, puedo ayudarte a vengarte de ese tipo que intentó abusarte.

Ella tragó saliva. El corazón le dolía del esfuerzo por mantenerse erguida.

—Te daré tiempo para pensarlo. No intentes huir. Toda esta propiedad y sus alrededores me pertenece. Hay guardias. No llegarías lejos.

—¿Me está secuestrando?

—Te estoy salvando la vida. Aunque no me agrade. Pero por Alessia… lo haría mil veces. Busca a alguna de las empleadas. Diles que te den ropa limpia y algo de comer. Y piensa bien tu respuesta. Estaré esperando. Anota aquí. —Le extendió una libreta—, tu nombre completo.

Ella se quedó inmóvil por unos segundos, temblando, agarró el cuaderno y anotó lo que él pedía.

Y luego salió caminó por el pasillo con pasos cautelosos, sin saber hacia dónde dirigirse. Al llegar al salón principal, en medio de aquel espacio impecable, sentada en una alfombra, estaba una niña.

Tenía un libro abierto sobre las piernas, aunque no lo leía. Miraba hacia el frente, con los brazos envueltos alrededor de su peluche. Su cabello estaba recogido con una cinta azul. Alma se quedó quieta. Pero entonces la niña giró el rostro y sus ojos se encontraron.

Y fue como si el mundo se suspendiera por un segundo, hubo entre ellas una extraña conexión, invisible pero poderosa. Como si las dos, sin entender por qué, compartieran la misma sensación de estar fuera de lugar, heridas por dentro, sin un refugio seguro.

Alma se atrevió a dar un paso, luego otro. Se agachó frente a la niña con una sonrisa temblorosa.

—Hola…

Alessia no respondió. Solo la observó con sus enormes ojos claros, sin parpadear.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Alma con suavidad.

No hubo ni una sola palabra. Ni un movimiento.

Entonces, una voz seca y firme cortó el momento.

—No le gusta la gente desconocida.

Alma se incorporó de golpe. Una mujer de mediana edad, delgada, de cabello oscuro recogido en un moño impecable, la miraba con gesto severo desde el umbral del salón.

—Y usted no debería andar por la casa en bata —añadió con desdén.

Alma bajó la mirada de inmediato. El rostro le ardía.

—Lo lamento… no quise incomodar a nadie. El señor… el señor Fabio me dijo que buscara a una de las empleadas para que me dieran ropa y algo de comer.

La mujer cruzó los brazos, sin suavizar el gesto.

—Claro. Vaya a la cocina. Le darán su uniforme, le indicaran sus funciones en esta casa, y le darán el desayuno…

—Gracias pero yo no…

—¿Acaso es sorda? —La mujer la interrumpió—. Obedezca al señor Leone no le agrada la gente que no cumple sus órdenes.

Alma dio media vuelta sin rechistar. Y antes de girar por el pasillo, lanzó una última mirada hacia la niña. Alessia seguía observándola, sin expresión, pero sus ojos… seguían ahí. Como si algo hubiera quedado suspendido entre ambas.


El uniforme de mucama le quedaba un poco grande, pero estaba limpio y planchado. Alma lo agradeció en silencio mientras se acomodaba en una de las sillas de la cocina, donde una de las empleadas le sirvió un desayuno caliente: pan tostado, huevos revueltos y una taza de café humeante.

Comía despacio, sintiendo el calor reconfortante del alimento en el estómago vacío. Había pasado tanto tiempo huyendo, sobreviviendo a punta de sobras y miedo, que una comida completa la conmovía. Masticó en silencio unos segundos, sin atreverse a hablar, pero la curiosidad le picaba la lengua.

Alzó la mirada y se atrevió a preguntar con timidez, sin levantar mucho la voz.

—¿Y la esposa del señor Fabio…? ¿Cuándo la voy a conocer? —cuestionó, si era una pregunta tonta sabiendo que él le había hecho una propuesta, pero ella no sabía nada de ese hombre y en ese país había conocido gente con diversos fetiches.

Una de ellas, más joven, carraspeó incómoda.

—El señor no tiene esposa —dijo simplemente.

Otra, con cara de pocos amigos, añadió mientras cortaba pan con firmeza:

—Y si piensa trabajar aquí, más le vale no hacer preguntas. Al señor Fabio no le gustan los chismes ni la gente curiosa.

Alma bajó la mirada de inmediato.

—Lo comprendo —susurró.

Las palabras flotaban en su cabeza como un rompecabezas mal armado.

«Un hombre como él. Atractivo, elegante, millonario… ¿sin esposa, sin novia, sin amantes?»

No le cuadraba. No tenía sentido.

A menos que…

La idea apareció en su mente como un rayo fugaz, y aunque le pareció atrevida, no la descartó.

«Tal vez es homosexual»

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