Capítulo 3

Margarita encendió cada luz que en la casa había, y luego de un momento se sintió estúpida, se suponía que era una mujer adulta, empoderada, inteligente y… aun así tenía miedo, tanto que por un pequeño momento extraño a Lukas.

— Ay, Margarita, sí que eres estúpida.

Se regaño regresando a sus cinco sentidos, aferrándose a las palabras que esa amable policía le había dicho. “Así comienzan, un empujón, un bofetón y cuando menos lo piensas, te estamos metiendo en una bolsa de plástico, esperando por que tu familia reconozca tu cuerpo” tembló por solo recordarlo y no era tanto el miedo a que Luka pudiese matarla en un arranque de celos, no, para su desgracias su mente ya estaba un tanto acostumbrada al maltrato, lo que le hizo erizar los vellos fue el saber que nadie la reconocería, porque definitivamente su padre no perdería ni un segundo de su tiempo en ello.

— Vamos Margarita, eres una mujer independiente, empoderada y luchadora.

Se repitió como en las dos únicas reuniones del grupo de ayuda para mujeres que sufrieron relaciones violentas, a las que acudió, se le aconsejo, “Habla contigo mismo, escucha tu voz, no permitas que nadie te silencie”.

Y así, llena de valor y coraje, apago las luces del segundo piso, y se dirigió a la sala, donde había establecido un cuarto provisorio, pues las habitaciones estaban vacías, y abajo al menos tenía un gran sofá donde dormir, hasta averiguar donde había alguna tienda de segunda mano para comprar una cama, en un lugar como ese debía de haber, o tal vez, su abuelo había guardado las cosas en el granero, pues aún no lo había revisado a fondo, iba tan concentrada en poder ser capaz de estar sola y resolver las cosas que se le presentaran, que olvido que faltaba un escalón, el ante ultimo de la parte de arriba.

— ¡Ay, dios mío!

grito sin poder creer su suerte, aunque agradeciendo que sus reflejos aun fuesen buenos y que su mano alcanzara a aferrar una madera de la baranda, aun así, no tenia como hacer pie, sentía la nada misma bajo ella, y aun no comprobaba si debajo de las escaleras estaba el piso del altillo o solo un agujero que la llevaría al sótano sin escalas, y donde lo más probable fuera que se rompiera un hueso.

— No voy a caer, soy una mujer fuerte y capaz y…. abuelito, si tu espíritu aun vaga en esta casa, ayúdame.

Dijo como ultima plegaria, porque malditamente su otro brazo había quedado de bajo de las escaleras, como la mayor parte de su cuerpo, asiqué solo era su delgado brazo y su nada fuerte mano, sosteniéndola al completo.

— Señorita. – se escuchó una voz profunda fuera del porches. — Señorita, sabemos que está allí, el jefe pide verla. — ¿Qué era peor?, ¿quebrarse un pie, o conocer a su abuelo paterno?, malditamente lo tuvo que pensar. — Señorita, si no abre entraremos a la fuerza. — bien se dijo, si de todas formas la iban a llevar a conocer al señor Dalton Morris, al menos sacaría provecho de ello, después de todo no era necesario ver al hombre estando con las piernas rotas.

— Créame caballero que abriría la puerta de poder hacerlo, pero no puedo. — reconoció con la voz aguda por la fuerza que estaba haciendo.

— ¿Otra vez se trabo la puerta? — pregunto curioso Samuel, quien era la mano derecha de Dalton y quien durante diez años fue el encargado de prender las luces de la vieja casa.

— No sabría decirle mi señor, estoy colgando de la escalera. — informo con los dientes apretado, y dejando salir una maldición muy bajita, al escuchar como rompían la puerta para ingresar. — Por favor, señores, no estropeen aún más mi residencia. — Se quejo, enojada con su madre por enseñarle tanta educación, que, al fin y al cabo, parecía que de nada le había servido, más que para tener pensamientos intrusivos, con maldiciones que jamás diría en voz alta o que al menos jamás diría frente a otros.

— En verdad debes ser la nieta del viejo Jack, la estupidez lo deben llevar en la sangre. — dijo molesto el mayor y de dos zancadas, había llegado a ella y ya estaba subiendo su delgado cuerpo.

— Le pediré que respete la memoria de mi abuelo, mi señor. — Samuel sonrió aun sin quererlo, era una chica joven y simpática, mas cuando decía Mi señor, muy lo que diría alguna niñita de la zona.

— Bien, disculpe usted. — rebatió aun sin quererlo y la joven sonrió. — Ahora vamos que el jefe quiere verla.

— Pero…

— Ahora. — dijo sin darle oportunidad de decir ni pio.

— Bien, pero ¿al menos podria decirme su nombre? Mi madre siempre dijo que no me fuera con extraños. — los vaqueros que acompañaban a Samuel rieron con ganas.

— Señor Samuel para ti. — rebatió de forma seca, mientras salían de la casa.

— Señor Samuel, la puerta la deberá arreglar usted. — aseguro la joven pasando por su lado.

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